La memorIA de los muertos



Lázaro había subido todos los vídeos, fotos y poemas de su padre a altereum.org, con la esperanza de que aquella magia de las sinapsis virtuales obrara igual que lo hiciera con Miriam, la hermana de su amigo Pablo —a la cual deseaba en secreto y había emulado a partir de unos vídeos de cumpleaños—. También tenía la experiencia de haber probado la aplicación con sí mismo, llegando a conversar con su propia recreación virtual por mera diversión, y cierta curiosidad de cómo le veían los demás.

Si la inteligencia artificial era capaz de crear un avatar de Miriam con unos pocos videos, completando las lagunas con proyecciones psicológicas probabilísticas, o inventarse un hermano gemelo de su persona, creando un espejo que no le seguía la corriente, ¿por qué no podía revivir a su difunto padre?

Lázaro siempre consideró la tecnología como una herramienta, tanto de almacenamiento de información como de simplificación de las tareas, y en su faceta más lúdica, como el mayor compendio de distracciones y tonterías jamás concebido: memes, gatos, ególatras. La tecnología era una extensión de las capacidades y vilezas humanas.

Pero ahora, con papá muerto, tomaba consciencia de que su poder iba mucho más allá: más allá de evasiones hedonistas, cálculos imposibles, o cajones donde poder amontonar los recuerdos, que más que cajones se asemejaban a máquinas trituradoras, donde las memorias caían en el  olvido y nunca se consultaban de nuevo. Desaparecían. La  tecnología iba mucho más allá de tales vanidades. Contenía el más allá, pues poseía la facultad de revivir a los muertos.

Con una simple foto, es cierto que el resultado podía llegar a parecer algo estereotipado. Faltaban los matices, el timbre de voz, las muletillas en el habla y los demás detalles que conforman la personalidad propia de cada uno. Pero con la suficiente información, la IA de bien seguro emularía perfectamente la apariencia, los gestos, o las ideas de cualquier persona viva, o que hubiera vivido. Hasta cabría navegar por el sendero vital de aquellos fantasmas, viendo su evolución a lo largo de los años. Su padre con 20 años no era el mismo que con 60. Nadie permanecía inmutable a los embistes de la vida, el paso de los años, o la oxidación celular. Uno es, en un momento concreto, no de forma abstracta. 

De papá, Lázaro tenía datos desde prácticamente su más tierna infancia. Tantos, que les cobraron un plus en el testamento virtual para descargarlos. El hombre había nacido en 1992, para los Juegos Olímpicos de Barcelona, y su trayecto vital estaba documentado hasta la saciedad. Como un bibliotecario con síndrome de Diógenes, el padre de Lázaro había ido inmortalizando cada fiesta y cada salida de domingo, cada efeméride, así como eventos costumbristas aparentemente sin nada a destacar. Además. escribía poesía. Tenía un blog desolado, donde no transitaban ni los robots, en el cual iba publicando su producción poética y algunos textos sui generis. Ahí, opinaba Lázaro, residía el alma de su padre.

Tras haber subido todo el material, Lázaro se quedó meditabundo unos instantes mientras los servidores de altereum.org procesaban la información. 

Lo echaba de menos. Murió de forma tan repentina, en siquiera unos meses desde el diagnóstico hasta el fatal desenlace, que Lázaro sentía que en el tintero les habían quedado mil cosas que decirse. Pero, curiosamente, la muerte trajo la vida consigo. Magdalena se quedó embarazada poco después de la muerte, casi a la par. Cosas del destino, decía ella. Hacía un mes que Jesús había nacido. Cuando Lázaro le propuso a Magdalena el ponerle al niño el nombre del difunto abuelo, ella lo aceptó de buen grado, pues veía el dolor de la pérdida ir carcomiendo el corazón de su esposo. Abatido, cabizbajo y taciturno, Lázaro ya no era el de antes, y a menudo le venía a la cabeza que le hubiera encantado que el abuelo Jesús, conociera a su nieto.

El círculo giratorio que indicaba que el procesado seguía en marcha se transformó en una V verde en un movimiento elástico acompañado por el mismo sonido que hace una gota al caer en un barreño de agua. Renacido, intangible pero real, su padre estaba listo para interactuar. Lázaro entró en el entorno virtual.

«¿Dónde?», solicitó la interfaz.

«Un bosque», contestó Lázaro.

El bosque emergió de la oscuridad, con la luz filtrándose entre las ramas de los árboles y el sonido del vaivén que el viento arrancaba a las hojas junto con el piar de unos pájaros. Era precioso. El cielo, allá donde decían los devotos iban las almas al fallecer, tenía que ser así.

Un hombre restaba de espaldas mirando al horizonte. Era papá. Viejo, cansado, unos años antes de caer enfermo.

—Papá —aventuró Lázaro.

Él se giró, y su mirada fue de sorpresa al encontrar a su hijo justo ahí.

—¡Lazarillo! —dijo usando el diminutivo con el que solía nombrar a Lázaro desde pequeño—. Hijo, ¿a qué has venido? ¿Estás bien?

—¡Papá! —repitió Lázaro, corriendo a abrazarle.  

Incapaz de contener la emoción entre los brazos intangibles de su progenitor, a Lázaro se le humedecieron los ojos. Aunque su simulador no podía inyectar las sensaciones táctiles, por sugestión, Lázaro creía percibir levemente el cuerpo de su padre. El tacto blando del tramado del jersey de lana, su clavícula huesuda, o incluso su característico olor a colonia y ancianidad. 

—Hijo, ¿por qué has venido?  —volvió a preguntar—. ¿Puedo ayudarte? ¿Estás bien?  —y luego, lo desplazó de su hombro con ternura para mirarle a los ojos.

—Papá… —sólo logró vocalizar Lázaro ante aquella mirada. 

Eran indudablemente los ojos de su padre. Lo reconocía, a sabiendas de que se trataba del sueño de una máquina complejísima perdida en el Polo Sur. Era él. Era papá. Entonces Lázaro cayó en la cuenta de que el conocimiento del holograma se limitaba a lo acaecido con anterioridad a su muerte. Ignoraba que había sido abuelo.

—Papá… Magdalena… hemos tenido un hijo —concluyó Lázaro viéndose desbordado.

—¡Oh Lazarillo, qué alegría! —dijo de primeras Jesús, pero al regocijo le siguió el desconcierto, que se manifestó en su cejo fruncido y las pupilas dilatadas—. Pero, ¿cuándo ha pasado, hijo?¿Dónde estamos? Yo… —y permaneció pensativo buscando una explicación en sus adentros.

¿En serio no sabía que había muerto? –se planteó Lázaro—. ¿Era una recreación que ignoraba que era una recreación? Vaya jugarreta. A Lázaro no le apetecía tener que explicarle a una fantasía que era mera imaginación. Él sólo quería recuperar a su padre durante un rato, sentarse a su lado y compartir su vida y preocupaciones. No deseaba jugar a aquello. Y entonces se dio cuenta de que todo era una mentira.

—Tú no eres mi padre —sentenció alejándose de él—. Pero le echo tanto de menos… —y continuó dirigiéndose al cielo virtual colmado de nubes esponjosas— Papá, ¿dónde estás?

Ni papá, ni dios, ni los ángeles contestaron.

—¿Por qué dices que no soy tu padre? Estoy aquí, Lazarillo. —La preocupación asolaba el rostro de Jesús—. Ven hijo, ¿estás bien? Explícame qué está pasando por favor.

—Tú no eres mi padre —dijo con voz dura—. Mi padre murió hace un año, y tú, eres una copia que ha hecho un ordenador cuántico de por ahí donde se te hielan los huevos. No existes. Papá ha muerto… soy idiota.

Lázaro estaba decidido a solicitar el cese de la experiencia virtual, cuando Jesús se aproximó y puso su mano encima de la suya.

 —Lazarillo —empezó su padre—, no sé si lo que dices es verdad o te has vuelto loco. No importa, yo estaré a tu lado. Quizás me haya creado algún Dios con cabeza de elefante o una cafetera de cubits de esas —dijo utilizando una terminología que le era propia al padre de Lázaro—, pero yo siento que estoy vivo, hijo. Pienso, y sobre todo, soy consciente de que te quiero. Recuerdo cómo te enseñé a ir en bici, o cómo nos reímos en el setentaidosavo cumpleaños de mamá.

Lázaro se quedó mudo. Hablaba como su padre, se movía como su padre. Parecía real, al margen de saber que había sido confeccionado por una inteligencia artificial. La recreación de Jesús estaba haciendo referencia a recuerdos que su hijo había subido en forma de vídeo. Recuerdos que no eran el momento real, sino una estampa del mismo. ¿Pero acaso no eran así todos los recuerdos? 

—Quizás tú tampoco existas —añadió Jesús a  modo de broma, para distender un poco el ambiente, acompañándolo de una afable sonrisa.

Era cierto, se dijo Lázaro, que bien él podía ser de igual forma una recreación desconocedora de su naturaleza. Una fantasía, dentro de una fantasía, en un infinito fractal de posibilidades. Y mirando a los ojos de su padre, entendió que no importaba. Porque él también le quería, y era feliz ahí.

No era real, ¿pero acaso la idea de una mesa lo era? 


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