Por qué magia y ciencia puedes coexistir: misticismo, sugestión y dogmatismo escéptico



En la edad media en occidente, lo más común era creer en Dios. Y aunque por supremacismo histórico muchos posean la intuición que era porque las gentes de entonces eran tontas e incultas, la verdad es que era un aspecto transversal, ajeno a la capacidad intelectual y erudición de cada uno. En la edad media, la gente creía en Dios porque de pequeños así se lo habían enseñado, y de mayores nadie de su entorno se lo cuestionaba. Por lo tanto, se daba por hecho.

Actualmente, gran parte de la sociedad occidental ha crecido en una cuna de racionalidad y escepticismo, que la hace inmune a los influjos del demonio o a los consejos del zoomorfo Ganesha. Hasta aquí, todo correcto. Pero curiosamente se está produciendo el mismo efecto que en la edad media, y un cierto escepticismo inculcado está ofuscando el juicio de numerosas personas que se enorgullecen de proclamarse de pensamiento científico.

Porque magia y ciencia no son incompatibles, si se entiende desde la ciencia, qué es la magia. Por un lado, sabemos que nuestro cerebro es simbólico, y el subconsciente guía a la consciencia a través de la realidad perceptible. No somos seres racionales, sino que por naturaleza, somos seres puramente simbólicos. La magia, igual que el arte, es una aproximación onírica al ser. Mediante la sugestión y los símbolos las pseudociencias trabajan el subconsciente, para conseguir efectos muy reales en las personas. Efecto placebo dirán unos, sí, pero al fin y al cabo: efecto. ¿O acaso no está demostrado científicamente que el cerebro influye enormemente sobre el cuerpo? Claro que sí, aunque haya que hablarle en su mismo lenguaje, que es el del subconsciente y los sueños.

Religión, misticismo o magia, son formas de entablar una conversación con el Yo profundo, y hay que entenderlas desde el prisma de la psicología. Y a pesar que en muchos casos las prácticas esotéricas presentan una rica parafernalia difícil de entender —parafernalia heredada a través de los siglos—, esta mana del subconsciente cultural. Pues las culturas también disponen de un substrato subconsciente igual que las personas, y acumulan símbolos (pensamientos) y liturgias (costumbres). Claro que algunas costumbres en estos ámbitos carecerán de una base simbólica, y serán producto de una finalidad más terrenal, pero no hay que olvidar que somos mentes tratando con mentes, y que todo se termina digiriendo por el lado oculto del ser.

Concluiré diciendo que nunca hay que ser dogmático. Ni en esto, ni en lo otro, ni en lo de más allá. Si algo nos ha enseñado la ciencia y la filosofía, es justamente que la duda es la base de cualquier conocimiento. Por lo tanto, la falacia de la realidad experimental que arguye el escepticismo, diciendo que aquello que no puede ser comprobado experimentalmente no se puede creer —¡O incluso no es!—, debería a mi entender revisarse.

O terminamos elucubrando que el gato de Schrödinger está vivo y muerto a la vez, en lugar de darnos cuenta que simplemente no podemos saber cómo está.

Y jamás lograremos entender qué es esta existencia danzarina, pues la realidad que puede ser nombrada —si Lao Tse me permite la licencia—, no se trata de la verdadera realidad.


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