El albedrío, la física y la química



En la sociedad del racionalismo, donde se venera a héroes que ostentan la habilidad obsesiva de esgrimir relaciones entre causas y efectos, tales como Sherlock Holmes u otros tantos personajes de ficción, parece difícil admitir que pueda existir el libre albedrío, lo desconocido, la fe o la magia. La razón causal se erige en nuestra civilización como la nueva religión, e igual que en la edad media era hereje dudar de la existencia de Dios, hoy en día es de necios creer en realidades que escapen del estrecho corsé de las matemáticas.

Cualquier dogmatismo, sea cual fuere su naturaleza, es de por sí sesgado y tiende a la falacia. ¿Cuántas discusiones eruditas a propiciado a lo largo de los siglos el añejo debate del libre albedrío! Pero, ¿existe realmente alguna opción para la elección en el hombre, cuando las tuercas fisiológicas giran al compás de la física y la química que ha diseñado la naturaleza con eones y esmero? ¿Hay humanidad en el hombre, o es sencillamente la máquina de complejidad sin igual que el determinismo nos anuncia?

Las drogas, por ejemplo, que son llanamente productos químicos, alteran el cerebro y la voluntad de la persona, modificando su percepción de la realidad y en según qué casos sus decisiones. En dicho caso, ¿qué pasa con el Yo de la persona que elige?, ¿dónde reside el libre albedrío? En cuanto una substancia puede modificar la conducta, queda demostrado que la conducta “natural” es inducida en gran parte por substancias que regula el mismo cuerpo. Por ello, sin entrar en mecanismos más complejos, ya resulta difícil otorgar independencia al carácter o decisiones humanas.

Por una parte, es innegable que a todo efecto es determinado por una causa, y la mente humana no escapa de esta ley lógica, pero por otra, el ser humano no es solo definido por las circunstancias físico-químicas de un momento concreto, hay algo más ahí que debemos tener en cuenta. La persona aprende, almacena lo aprendido, y es capaz de regurgitarlo y utilizarlo en un momento dado. Este factor despliega una complejidad colosal que supera la capacidad humana de cualquier deducción, y abre un universo de posibilidades que no pueden ser conocidas aplicando las claras y pueriles reglas del billar.

El mundo es lógico, causal, pero su complejidad abrumadora y nuestra condición limitada le otorgan el fantástico misterio de la libertad. Hay elección porque lo que somos no es solo el presente, sino un recuerdo de lo que fuimos, y aunque todo tenga una explicación, no tenemos por qué poder conocerla. La moral, es quizás lo único que nos diferencia de las piedras.


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