En el río el bosque gorgotea



En el río el bosque gorgotea con el cantar de las aves en celo. La caída del sol contrasta las sombras, ensalza la cálida luz que se desvanece a ritmo de grillo y cigarra, la noche se anuncia cuando aún hay vida, si es que la muerte no es día. Y las aguas de los riachuelos perdidos, raíces del cambio, en su curso inevitable evaden los escollos por la inercia que les confiere su substancia, la misma del reloj. Atrás queda la tarde, la vibrante mañana, el arroyo enfurecido.

En el río el bosque gorgotea en su plácida melodía, el sueño aborda, y las charcas del recuerdo se vuelven melosas y difusas. Ahí se ve reflejado, con el destello del ocaso tras su hombro, con espectros vaporosos cruzando la memoria, en aquellas aguas estancadas que el olvido todavía no ha secado.

El aire se enfría, las sombras se alargan, se humedece la piel.

Y del mar a los montes el bosque cobija su río, y cada nuevo amanecer las hojas proclaman al viento su alegría porque el río ha pasado otras tinieblas a su lado. El río fluye, el río mana, el río no se detiene, y el viejo bosque lo ve pasar sin juzgarlo; él sabe la triste historia. Pero aunque él lo sabe, y casi lo entiende, es tan siquiera un bosque, y tan solo existe en la mente del río.

El río fluye, el bosque observa.


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