Don’t follow the white rabbit



Conejo blancoLa sensación que a medida que nos hacemos mayores el tiempo pasa más deprisa es un fenómeno generalizado en la especie humana, que a pesar de ser un misterio que nos acompaña desde que somos sapiens pocos han fijado su mirada en él.

¿Por qué ocurre esto? ¿Es una realidad o solo una percepción errónea? Bien, de entrada podría argumentarse que se trata de un agravio comparativo, cuando tenemos cinco años un día de nuestra vida representa una porción bastante importante de lo vivido hasta entonces, sin embargo, a los cincuenta años, un día es una muesquita en nuestra historia. Pero esta tesis es poco sólida, por lo menos como fuente principal del efecto de que el tiempo es un conejo galopante.

El tiempo es relativo, eso lo sabemos, físicamente cada cuerpo tiene su propio tiempo diferenciado, que al acercarse a velocidades muy elevadas se dilata, aunque todos andemos muy despacito aquí en la tierra; perceptivamente, cuando nos lo pasamos bien el tiempo parece transcurrir más deprisa que cuando nos aburrimos.

Un día diferente, en que realizamos muchas actividades nuevas nos va a parecer que se engloba en un espacio temporal más grande de lo que realmente es;   un día en la oficina, otro monótono día en la oficina, es un suspiro.

tiempo¿Qué nos están diciendo estos signos? Seguramente que la percepción del tiempo esté muy atada a la atención que ponemos en la vida. Los niños, libros en blanco ávidos de estímulos, tienen una gran capacidad de aprendizaje. Es propio de su naturaleza, su cerebro está atento a tantas y tantas cosas nuevas para retener el máximo posible de información. Con los años, la capacidad de aprendizaje de la mayoría de personas decrece, a la par que aumenta su sensación de velocidad en la carretera de la vida. Es probable que la clave para tener una vida larga y no fugaz sea tener la misma actitud que tiene un niño. Un hombre envejece a medida que pierde la capacidad de sorprenderse, cuando empieza a creer que las cosas son como cree que son y ya no es necesario fijarse en ellas. Como decía Séneca en “de la brevedad de la vida”, dedicamos mucho tiempo a menesteres vacíos, tales como trabajar o conseguir pareja, y muy poco a nosotros mismos. A observar, y regurgitar lo observado. A   entender nuestro interior.

Quizás una prueba de esta teoría sería el efecto que han experimentado algunas personas en situaciones de alta tensión. Cuando el cerebro percibe una situación de vida o muerte empieza a recoger información a través de los sentidos de forma acelerada, se revoluciona la máquina y procesa opciones y previsiones a velocidades vertiginosas. La sensación de las personas que han vivido situaciones extremas es que, en esos momentos en que su vida pendía de un hilo, el tiempo se ralentizaba y todo pasaba más despacio. Los segundos se convierten en minutos, y los minutos en horas. Pero realmente no se trata de una sensación, esas personas estaban viviendo más tiempo en el mismo espacio en que nosotros vivíamos menos.

Así pues, lo mejor que podemos hacer es trabajar menos, experimentar más, fijarnos en los delicados matices de la existencia, y terminar el día mirando al horizonte. ¡Que no se pierdan los minutejos que aún nos quedan!]


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