A medida que nos adentramos en la provincia de Cuenca, el sol que nos había acompañado durante todo el camino se oculta repentinamente detrás de un velo de nubes compactas. El cielo encapotado, de un gris plomizo, exuda frío y humedad. Es como si en esta región el invierno se hubiera instalado de forma permanente, y un ambiente fantasmagórico de niebla y llovizna delimita sobremanera nuestro rango de visión. Los inconstantes árboles aparecen de la nada e ipso facto vuelven a ser engullidos por la blanca bruma, así transcurre el camino hasta llegar a San Clemente.

Por la noche la niebla, inmutable, sigue abrazando la zona, y de vuelta al buen resguardo de “casa de la abuela” nos deleita con paisajes urbanos espectrales, calles vacías y húmedas donde la noche invita a los muertos a pasear.