El ser humano, de forma general, a lo largo de la historia ha tendido a asumir que tras la muerte, la conciencia seguía operativa. Hoy en día, aún sigue muy presente esta idea, quizás fomentada por el miedo a la no-existencia. Unos dirán que el alma va al cielo, otros que se busca un nuevo huésped, como si se tratara de un parásito de cuerpos, y otros que vaga por los pisos viejos del Eixample barcelonés atormentando al pobre señor Antón. Eso sí, la mayoría coincidirá en afirmar que los actos perpetrados durante el transcurso de la vida, según sea su signo positivo o negativo, determinarán el carácter de lo que viene después. Hay que ser bueno, no tocarse, o acabarás siendo el pollo del caldo de Pepe Botero. ¡Como si fuera tan sencillo determinar cuándo un acto es bondadoso o cuándo es malvado! Porque ¿la ignorancia exime la responsabilidad? o ¿el egoísmo intrínseco a la vida, hasta para el acto más altruista, es bueno o malo?
Demasiado complicado. Balanzas morales aparte, hay quien afirma, por experiencia propia, que el alma no está supeditada al cuerpo. Que es un elemento que puede funcionar de manera autónoma, y de ahí que pueda llegar a viajar a Raticulín cuando uno muere o cambiarse de asiento en el tren de la existencia, aunque la superpoblación lo esté poniendo complicado para cuadrar los números en la teoría de la reencarnación.
El otro día me plantee: ¿Es posible? ¿Puede existir una consciencia que trascienda la mente y el cuerpo físico?
La conclusión es que no. Por lo menos, hasta que alguien rebata mis argumentos de forma satisfactoria, los cuales voy a exponer a continuación:
- La mente, desde que nacemos, va dando coherencia a la información de los sentidos de que dispone. Los conceptos (mesa, amor, árbol), que funcionan por los límites y semejanzas, se van creando a partir de estructurar las neuronas. Una idea, un sentimiento, son unas conexiones neuronales concretas, que se podrían ubicar físicamente, e incluso extirpar o modificar. Muestra de ello es la degeneración cerebral del alzheimer o cuando alguien sufre un ictus. Es conocido el caso de ciegos de nacimiento que al ser operados y recuperar la vista, no entendían nada, porque su cerebro no había aprendido a estructurar la información visual para darle un sentido. Por ello, queda claro que es el cerebro, con su química, neuronas y mecanismos, el que crea el concepto.
- Cuando morimos, deja de funcionar el cuerpo físico y la mente. Las estructuras que los hacían funcionar se degradan. Entonces, si no hay ojos, que es un receptor de luz físico, ¿por dónde entra esa luz, además de forma estereoscópica, para que sea procesada? Más aún, si no existe una estructura neuronal capaz de entender dicho estímulo, ¿cómo puede ser comprendida? ¿O acaso, todas las células del cuerpo humano, tienen una copia “fantasmagórica”, que sigue funcionando aparte cuando el cerebro muere? Aquí se crea la paradoja de que en tal caso, todo debería tener una copia “fantasmagórica”, porque el límite persona/no-persona es arbitrario, y ¿hasta dónde, qué, debería separarse al morir? ¿Interactuando o sin interactuar con el resto del mundo fantasma? Es absurdo. Quien quiera puede creerlo, pero me remito a un chiste de Eugenio como único alegato. Puede que alguno diga que sólo persiste la conciencia, que el resto sí que muere. Pero es que la consciencia, sin pensamiento, no es ni puede ser. Porque la consciencia es saber que uno es, y para saber se requiere de un pensamiento que sepa. Una estructura neuronal física.
- Para terminar diré que sí creo en los fantasmas, pero como subproducto de nuestra psique.
Animo a quien se vea capaz, a rebatirme. Nada me haría más ilusión que poder creer que no voy a morirme. Y no por miedo ni afán, sino por curiosidad. La de saber cómo será el futuro de nuestra especie.
Hay Alguien · Eugenio