En un episodio propio de una serie de conspiraciones y ciencia ficción, Google publicó un paper en un sitio web de la Nasa, para eliminarlo horas después. Como si se tratara de un error, o no se hubiera valorado suficientemente bien el revuelo que levantó. Sin embargo algunos habían copiado el documento, y éste empezó a circular por la comunidad científica. En él se aseguraba haber logrado la supremacía cuántica por parte de un ordenador de 53 qubits llamado Sycamore. Lo cual significaba que dicho ordenador cuántico, había resuelto un problema que la computadora tradicional más potente que existe hubiera tardado 10.000 años en esclarecer.
Cayó la cotización de las criptomonedas y los conspiranoicos auguraron el fin de la seguridad en internet. También que, con probabilidad, sin que nos diéramos cuenta, en breve los estados (o empresas-estado) empezarían a espiarnos y controlarnos. ¿Por qué tal hecatombe? Pues porque una capacidad de computación tal como la que pone sobre la mesa la informática cuántica, sería capaz de desencriptar los algoritmos más seguros que existen hoy en día. Cualquier comunicación interceptada podría ser leída, y hackeado cualquier programa. Lo haría por fuerza bruta, probando combinaciones aleatorias hasta encontrar la llave de cada cerrojo.
Pero siento decir que este delirio orweliano está más lejos que cerca, pues apenas se están creando los cimientos de la computación cuántica, y todavía es muy embrionaria. De la choza al rascacielos existen varios pasos ineludibles. Pero, a pesar de que tardemos 20 años en verlo, el día que esta nueva tecnología esté madura llegará tarde o temprano. ¿Y qué implicará para la humanidad? ¿Qué consecuencia podría suponer?
Por un lado, toda la lógica y seguridad informática deberán amoldarse al nuevo paradigma. Pero no hay que hiperventilar, creo que hay métodos de asegurar la información, cambiando la sistemática más que complicando el password con emoticonos. Por ejemplo se podría fragmentar el mensaje y que por fuerza bruta no se pudiera saber si un resultado es correcto o incorrecto, y se requiriera del conjunto como clave.
Un aspecto interesante de este cambio tecnológico será la capacidad que tendremos de hacer recreaciones y predicciones. El hombre del tiempo ya nunca más se equivocará, teniendo sus simulaciones una precisión molecular, y más allá todavía, podría escanearse un ser humano concreto, átomo a átomo, y recrear virtualmente cómo actuaría en tal o cual situación. ¡Vaya! Sería el fin del libre albedrío, cuando nos diéramos cuenta que conociendo todas las variables, 2+2 siempre suman 4. Un neo-determinismo nacería en nuestra sociedad, y hasta podría explicarse o justificarse cualquier comportamiento. Qué implicaciones comportaría en el campo de la ley y la justicia ya son otro cantar. ¿Y ese avatar de nosotros mismos clonado dentro de un ordenador cuántico, estaría vivo o no? Él creería que sí, creería sentir… ¿Y al borrarlo lo estaríamos matando? Serían inteligencias artificiales, en cuanto actuarían como lo haría realmente un ser humano de carne y hueso.
Cuando llegue la Era Cuántica, claramente habrá que cuestionarse qué es la vida y qué es la moral.
Rizando el rizo, con suficiente capacidad de recopilación de información del mundo real, si pudiéramos escanear el planeta entero desde fuera, podríamos predecir qué pasaría en el futuro. Podríamos ver cómo los pequeños aleteos de cada mortal y cada gota de agua configuran el mañana de forma inexorable. Y si la computadora que lo analiza estuviera en la misma tierra, en un infinito fractal, se analizaría a sí misma analizándose. Una paradoja que se soluciona entendiendo que toda recreación es simplificación en algún punto. Y si hay simplificación se obvian los detalles demasiado pequeños. Y en los detalles, cariño —dice la abuela desde el balancín—, está la realidad.
Quizás por ello en ese futuro imaginario unos pocos necios sigan creyendo en el libre albedrío. Porque ni los ordenadores cuánticos pueden salvarnos de ellos.