La música es belleza, porque es matemática, continente de equilibrios y patrones que la mente humana percibe.
De forma sintética, podría decirse que la música no es otra cosa que una secuencia de sonidos. Sin embargo estos sonidos tienen un ritmo, una separación concreta entre los mismos, y un tono también, que es una gradación que los diferencia, suaviza y ondula. Y es precisamente en estos puntos donde se produce la magia, y cada relación y repetición para la mente tiene un sabor y color característico, asociado en el subconsciente a sentimientos concretos. ¿O acaso un ritmo acelerado no nos agita el corazón como cuando corríamos delante de un dientes de sable, o una balada no sosiega el alma igual que la voz de una madre que susurra a niño en la cama? Y en las proporciones y relaciones entre sonidos existe la belleza que nace de captar una estructura, atrapar un sentido. No es de extrañar, pues, que la música nos haya acompañado desde el principio de los tiempos, y sea fundamental para entender la mente del ser humano.
Por otro lado, practico kung fu desde hace muchísimos años. Es una actividad muy completa que encierra ejercicio, poesía y autodefensa. Hace poco, intenté diagramar las formas o taolu[1] que había aprendido durante tantos años de entrenamiento. Al hacerlo me di cuenta de la colosal envergadura de la empresa que me había propuesto: casi 2.000 movimientos encadenados conformaban mi corpus martialis, y secuenciarlos no iba resultar tarea sencilla.
Me pregunté: ¿Cómo podía mi mente recordar tantos movimientos en un orden concreto? Entonces me vino a la cabeza cómo memorizan los niños el Corán en las madrasas, repitiendo los versos rítmicamente una y otra vez. Y me di cuenta, que las formas de kung fu utilizaban el mismo método mnemotécnico que la música.
Para cualquiera de nosotros, hagamos kung fu o no, es fácil pensar en el sinfín de canciones que atesoramos en la memoria. Podríamos fácilmente reproducir —con mayor o peor fortuna vocal— cientos de ellas. Son secuencias que como palabras sueltas sin relacionar ni sentido, nos sería imposible de recordar, pero que como canciones asimilamos sin esfuerzo. Porque cuando creamos un camino en nuestra mente, éste es como el cauce de un río. Cuando llega un estímulo eléctrico a él, lo natural, lo más sencillo, es que siga la corriente. Por eso podemos recordar la secuencia, que no es más que un sendero entre neuronas que hemos creado a base de repetición. Si además añadimos sentido y emoción a esa secuencia, reforzamos el camino, que deja de ser solo una senda neuronal para acaecer una estructura mucho más sólida y ramificada.
Un movimiento, o una nota, nos lleva inevitablemente al siguiente eslabón en la cadena. Por eso, practicar kung fu o tocar la guitarra tienen tanto en común. Son dos formas de arte que comparten el tiempo como herramienta primigenia de expresión.
Porque la música son historias contadas a través del sonido, y el kung fu o la danza son también cuentos. Narraciones que aprendimos a escuchar alrededor de fuego en las noches más oscuras, cuando el crepitar de las llamas nos transportaba a mundos mágicos y míticos. Los reinos oníricos de los que nunca debiéramos haber escapado.
Porque al final, somos básicamente entes que atesoran cuentos, historias y ritmos con un sentido. Somos bibliotecas del pasado y del presente, millares de pensamientos urdidos que como mandalas de arena, se disiparán cuando muramos en la oscuridad silenciosa del vacío.
Notas:
- ^ Se trata de un seguido de secuencias de movimientos que conforman un estilo de kung fu. Serían los katas japoneses, y se repiten con tal de interiorizar las técnicas.