Cada noche, al dormir, nos invaden los sueños y entramos en su universo peculiar. El mundo de los sueños es un reino que pese a ser parecido al de la vigilia, difiere substancialmente de este tanto en sus gentes como en sus normas: en ocasiones podemos volar, a veces la materia es dúctil y caprichosa, o puede que sepamos cosas que durante el día ignoramos. Hay quien habla perfectamente inglés en sueños, o quien no duda al hacer una operación matemática enrevesadísima. Aunque también es posible que la solución que demos dormidos a una operación (344*987 = 13347 por ejemplo) de día no nos suene tan plausible.
La lógica en los sueños es poliédrica, difusa y a menudo aparentemente absurda. Esto es debido a que la lógica de los sueños es la lógica del subconsciente, que lejos de ser euclídea y lineal, funciona a través de los elementos y significados complejos. Es decir, para el inconsciente una caja no es solo un contenedor cuadrado, sino que goza de multitud de otros atributos: tiene un olor, un color, una textura, un ruido, y está conectada con recuerdos, estancias y personas de nuestro pasado. Cuando nuestra mente durmiente interactúa con el objeto caja está teniendo en cuenta todos estos aspectos, y ello influirá en cualquier reflexión que lo incumba.
El tres es verde y afilado, el cuatro amarillo y regordete, el cinco, rojo y picante. Algunos savants tiene el talento innato de hacer operaciones matemáticas astronómicas en segundos. Si se les pregunta cómo lo hacen dicen que ven color y formas en los números, y que el resultado aparece espontáneamente de combinar esos atributos. Por alguna característica de su morfología cerebral, estos genios de la memoria y los números trabajan directamente con el subconsciente para hacer las operaciones, y utilizan su lógica oscura. Sin embargo toda capacidad suele acarrear una carencia, y los savants faltan de las habilidades sociales que nos proporciona la máscara de la mente consciente.
Es la maraña de relaciones neuronales y su intrincada urdimbre lo que provoca que el cerebro subconsciente, y en consecuencia el cerebro dormido, trabaje de manera plurisensorial y polisémica. A los que no somos savants, la sinestesia puede acercarnos un poco a comprender cómo funciona nuestra mente detrás del telón. La sinestesia es cuando se mezclan distintas áreas sensoriales en un elemento que por convenio social pertenece a un solo grupo. Sería por ejemplo, como hemos mostrado arriba, el asociar un color a un número, a una palabra o a una persona. Puede que una textura nos transporte a un aroma, o que identifiquemos un sonido con una forma. Niveles bajos de sinestesia son normales en la población, como puedes comprobar tú mismo a través de esta prueba:
Otra cosa es que en realidad oigamos colores o veamos sonidos. Pero la parte de artista que todos llevamos dentro es eminentemente sinestésica, y podemos trabajar para aprender a escuchar nuestro estrafalario y colorista discurso interior. Porque abrir puertas hacia el subconsciente es abrir puertas hacia la oniria: en ella hallaremos la creatividad pero también una lógica ajena a este mundo científico y dogmático. Siempre que no oigamos a viva voz lo que nos dice el inconsciente, y con ello debamos platearnos si tenemos esquizofrenia, no hay que preocuparse y conversar con nuestro yo oculto solo puede que enriquecernos.
Queda claro que la lógica en los sueños es distinta a la lógica a la que estamos habituados, y que para entenderla hay que escuchar sus acepciones y connotaciones, tan ricas en sensaciones y significados. La lógica de los sueños a veces parece errar, pero es que quizás no nos está hablando de números al hacer una operación, sino de otras cosas. Y así, si abrimos la mente, puede que lleguemos a entender algo.
Y de ahí me voy a Marte, a recoger churlos. A comer manzanas y vivir como siempre quise: sin escaleras ni pezones. Así de sencillo. Así de marciano.
Imágenes:
- IMG 1: «Pesta Tiga», Roby Dwi Antono
- IMG 2: «Synaptogenesis», Greg A. Dunn
- IMG 3: Daniel Tammet
- IMG 4: Wikipedia: Sinestesia
- IMG 5: «Construcción blanda con judías hervidas», Salvador Dalí