Del silencio, de la oscuridad de la muerte, nace el nuevo día.
La luz dorada del amanecer es acompañada por el distante ronroneo del trajín de los coches, otrora pájaros en una ciudad que antes que hormiguero, fue campo.
Y los rayos de sol dan vida a todo lo que lamen con su cálida caricia.
Porque la luz es la magia que confiere ánima a los cuerpos inertes, a las ideas difusas y a los autómatas.
Y da cabida a la forma y a la belleza, a la simetría y a la armonía. Razones que fluctúan y se compensan sin que nos demos cuenta, ni tengamos que darles permiso.
Entonces la consciencia se vuelve fractal, y Pi se curva y retuerce en una espiral infinita.
Pues somos matemáticas. Somos belleza y el espejo de la luz.
Pero tras cada día, vuelve la noche, y con ella la muerte.
Y las voces se callan.
Los coches se duermen.
Para que de nuevo podamos soñar como desde el silencio, desde la oscuridad de la muerte, nace un nuevo día.