Tal que el ombligo de dios, desde el centro de la nada, del mar imperecedero del caos , surge la concreción de la consciencia, y a su alrededor se define un universo colmado de maravillas y horrores sin fin.
En él la belleza resiste imperturbable los achaques de los hombres: el sol brilla por mucho que se grite, el agua fluye aunque se pisen las almas. Y la luz se transforma en fantasía, cuando cruza las retinas y se funde con la persona que le permite existir. Entonces la luz es sueño, y el único país posible es el de Alicia, con sus ajedreces curvos, sus galletas kármicas, sus planos burbujeantes.
Y detrás de la plasticidad onírica de la percepción, se esconden los mil ojos de aquellos sueños que no osaron salir de su cueva, del otro Yo. Observan furtivos, herméticos, tal que el ombligo de dios, desde el centro de la nada.