Toda persona en algún momento de su vida ha experimentado el célebre fenómeno del Déjà vu (paramnesia), y ha tenido un escalofrío al recordar como un evento ya transitado aquello que estaba ocurriendo en ese mismo instante. Son, para la mente consciente, recuerdos asincrónicos, que según las leyes de causa y efecto no debieran existir hasta que hubieran podido ser almacenados. Es parecido a la familiaridad de un texto o una película ya vista; a pesar que nos cueste rememorarlo en frío y seamos incapaces de contar su argumento o detalles, al volver a adentrarnos en la experiencia ya vivida automáticamente identificamos que dicha película ya la hemos visto o que ese capítulo del libro lo leímos con anterioridad.
La psicología explica que es el sentimiento de familiaridad, y no propiamente un recuerdo, lo que se experimenta durante un Déjà vu. Por ello, aunque sintamos que la escena vital es repetida, somos incapaces de recordarla en conjunto y concretamente, y predecir en consecuencia los acontecimientos inmediatos que debieran ocurrir y aún no han pasado.
Otra explicación, puede que menos plausible, es que la paramnesia tenga que ver con los sueños, con el mundo imaginario en que nos sumergimos cada noche y apenas recordamos. Algunos dicen que el Déjà vu pudiera ser el recuerdo de un sueño, de una fantasía del subconsciente en que pasó lo mismo que en aquel momento estamos viviendo. Pero esta tesis encierra un problema. De ser así, en el pasado hubiéramos soñado algo que todavía no ha sucedido, y amaneceríamos como profetas al haber dislocado el espacio-tiempo.
Yo, por la parte de desequilibrado que me toca, he sufrido numerosos sueños proféticos a lo largo de mi vida, y en ellos he recordado un futuro que aún no había sido recorrido por el segundero del presente. Algunos de esos sueños han quedado grabados a tinta y fuego en mi memoria consciente, y a veces los rememoro intentando descifrar su oscuro significado. No es por superstición que los rememoro, sino por intriga, y una curiosidad inherente en mí hacia lo onírico y lo absurdo. Pero aquellos sueños no tendrían mayor trascendencia si no fuera porque algunos se han cumplido, al menos en parte. Aunque mejor me explico, antes que me tachen de loco, o hasta peor, de vidente.
Uno de los primeros sueños premonitorios que recuerdo lo tuve durante la adolescencia, y soñé con un cine cercano a mi casa. El hecho más significativo era que el edificio que albergaba las salas de cine lucía un aspecto diferente a cómo era para aquel entonces. En la fantasía onírica, yo lo admiraba, y después mi visión se elevaba partiendo de mi cuerpo en dirección a la ventana de un edificio adyacente. A continuación, una luz cegadora me envolvía, arropándome en un calor familiar. Años después, reformaron dicho cine, y su nuevo aspecto resultó ser, o por lo menos mi memoria así quiso hacérmelo creer, igual que el que yo había soñado. Esto provocó que el sueño quedara firmemente gravado en mi mente, sumándole la intensidad mística que suponía que en la luz final, mi cerebro había asociado la frase: «al comer de él, se os abrirán los ojos, y seréis como dioses». Aún en la actualidad, como el que evade pasar por debajo de una escalera aunque se defina de escéptico, a veces al pasar por debajo del edificio donde en el sueño me acercaba a una ventana, miro si hay algún cartelito de «se alquila». Puede que en un futuro termine viviendo ahí, y puede que como tantas otras veces, sea la búsqueda de amoldar la realidad a cómo creemos que debería ser, lo que haga que la profecía se cumpla. Y es que el poder de cualquier hechizo o maleficio radica en la veracidad que le otorguemos, porque existe cuando se cree en él, y tendemos ajustar la realidad a nuestras creencias.
Otro recuerdo del futuro que viví una noche fue el desencadenante del ensayo metafísico «Reflexiones sobre la Realidad». En el sueño, en que estaba con mi mujer y mi hijo —que todavía no ha nacido— en la cama, mi mente entendía claramente todo de aspectos de la física elemental de los que era desconocedor en estado de vigilia. Al despertar, el recuerdo de mi propio pensamiento me dio las claves para escribir el libro. Puede que cuando tenga un hijo la alucinación se disipe, si en lugar de tener un niño de pelo negro y rizado llamado Hector, me sale una princesita de tirabuzones cobrizos. Pero sería una pena, porque a Hector lo he visto más de una vez, hasta una noche creí atisbarlo corretear por el pasillo.
Uno de los sueños más recientes hace referencia al nuevo piso donde me he mudado, y concentra la paramnesia con una pesadilla profética. Estando en mi nueva cocina tuve un Déjà vu, tuve la sensación de ya haber estado ahí con anterioridad, antes de que nos mudáramos. Al poco rato recordé una pesadilla de hacía unos años, donde yo me encontraba en una cocina extraña y aparecía una mujer vieja y horripilante. Yo la atacaba con un gran cuchillo de cocina, haciendo una carnicería propia de las mejores películas de terror. Tuve la impresión turbadora que esa cocina antes desconocida era la de mi nuevo piso, lo cual no me dejó muy tranquilo por si despierta en mí cualquier día de estos una esquizofrenia galopante o me tomo unas setas.
Son muchas las memorias invertidas y las ilusiones cognitivas que me han envuelto a lo largo de mi historia. Pero no hay que rechazarlas, ni tenerles miedo, porque a pesar que el mundo pueda ser euclídeo y aburrido, nosotros como personas lo entendemos con símbolos, significados e interpretaciones. Y no puede desasociarse el deseo de la reflexión, ni el instinto del pronóstico, ni el símbolo de la palabra. Estudiar los sueños y los artificios mentales es estudiarse a uno mismo, e intentaré seguir escuchando a aquellas gentes que viven dentro de nosotros. Aun me pregunto, qué querían decir con eso de «Followanfar».