Cabría apuntar que las palabras esdrújulas tienen una cadencia musical, que al pronunciarlas la voz dibuja una curva sinuosa, onda que se asemeja más al trinar de los pájaros que al charloteo humano común. Es la melodía de una canción, o de cualquier otro arte que viaje con el viento, una estructura que tiene un seguido de relaciones de equilibrio, patrones que nuestro cerebro identifica y degusta como un buen vino. Y es ahí, en la proporción, donde residen las premisas matemáticas que aún sin entenderlas racionalmente, nos embriagan con su belleza a través del subconsciente. La música es matemática, la matemática es equilibrio, y el equilibrio es belleza.
¿Pero en qué se diferencia el vaivén de las esdrújulas del ritmo de otras acentuaciones? Puede que la respuesta esté en su situación privilegiada, antepenúltima, que en el narrar silábico de la voz, al empezar desde la cola, corresponde al número 3. Desde la triada armónica 1-3-5 hasta la Santísima Trinidad Católica (Padre-Hijo-Espíritu) o la Trimurti hindú (Brahma-Visnú-Shivá), el tres se manifiesta como representación por antonomasia del equilibrio. El 1 es la concreción y la totalidad, el 2 es la contraposición y la complementariedad, y el 3 es la vida, el movimiento y el espíritu. Infinitos son los testimonios de la mística de este número, que por algo es[1] la primera figura geométrica posible: Es las tres fases de la existencia en términos globales (nacimiento-vida-muerte) y en términos concretos (pasado-presente-futuro), es el gris que nace del negro y el blanco, y junto a sus padres, permite los matices.
Por ello, la esdrújula no es tan siquiera una palabra, sino más bien un salmo religioso a la perfección del universo, que por la cábala que teje las proporciones de la realidad, ensalza el espíritu de quienes la pronuncian. Digamos: ¡Libélula!
Y esto es un sofismo, que ha argumentado con medias verdades ciertas mentiras. Podríamos fundar la iglesia del antepenúltimo día final, o consagrar nuestras míseras vidas a idolatrar las esdrújulas, aunque quizás, antes, hubiéramos debido de analizar con más rigor los hechos. Pero la sandez del discurso sobre la mística de las esdrújulas se vuelve congoja, cuando comprobamos que varias de nuestras creencias más arraigadas siguen el mismo método argumental:
[2]Dicen que los seres vivos, son vivos porque se reproducen por sí mismos, sin necesitar ayuda externa (la muletilla final es para excluir a los incómodos virus, todo sea dicho). Pero supongo que “por sí mismos” no debe tener en cuenta el medio o los nutrientes específicos que el ser vivo necesita para reproducirse. Es tan difuso, arbitrario y absurdo el concepto de la vida que supongo que estar vivo es que te consideren estar vivo, y las estrellas o el hidrógeno no van a tener suerte en ese aspecto. Porque eso no estaría bien. Y Lo que está bien está bien porque está bien, y lo que está mal está mal porque está mal. Ya no tenemos ni una mentira para sustentar la tesis. Que bochorno. Por lo menos aún nos queda el poder gritar: ¡Libélula!
Notas:
- ^ Aquí me refiero al triángulo, aunque me lo he comido durante el discurso al parecerse a un Dorito.
- ^ La cuestión nace en mí después de la redacción del artículo «Desmontando al desmontador de Darwin», donde me intrigó la ambigua clasificación de los virus y por ello intenté esclarecer en qué términos se establecía el fenómeno de la vida. Ante su acepción vaga y antrópica, me he percatado que muchas especulaciones (entre las cuales yo ostento algunas), son meros juegos conceptuales, que si analizas con profundidad no tienen ningún sentido fuera de las incongruencias de la arbitrariedad humana.
Imágenes:
- 1 ª y 3 ª imágenes: Fotografías de Chema Madoz