Ofuscados en desentrañar el misterio de la materia oscura, escrutamos el horizonte con los ojos entrecerrados, ávidos de acertijos, sin percatarnos que tan cerca como lo están nuestros pies tenemos algunos enigmas milenarios. Uno de ellos es la risa, el humor. Sabemos lo que nos hace gracia, pero resulta difícil explicar el porqué algo resulta gracioso. A diferencia del llanto, donde su función de llamada y de comunicación del malestar se presenta evidente, en la risa ya no solo la función, sino también la razón de sus desencadenantes, son innegablemente crípticos.
Socialmente la risa puede interpretarse como una herramienta de cohesión, de regocijo colectivo, de transmisión de felicidad, pero fuera de la pantomima y la liturgia social existe un sentimiento detonante que es el humor o lo gracioso. ¿Por qué un trompazo puede ser gracioso o trágico, qué elementos diferencian estas lecturas opuestas? El chiste, sofisticación intelectualizada del cubo encima de la puerta, suele basar su efectividad en el elemento sorpresa: dobles sentidos, giros inesperados, respuestas absurdas y demás variantes. Pero no parece que la sorpresa en sí sea algo gracioso, sino otra vez, igual que con el tropiezo, el contexto le confiere la gracia.
Algunos han sostenido que la risa es una expresión de victoria, que somos chimpancés regodeándose tras machacar el cráneo de un macho contrincante, o una expresión nerviosa ante el desconcierto. Que generemos endorfinas al reír y el hecho de que varios animales sean capaces de reírse -cada cual con su sonoridad característica-, nos denota que hay una base genética y una razón evolutiva en el reír. ¿El bebé ríe porque ha conseguido la leche o para comunicar a su madre su estado de felicidad? En cualquiera de los dos casos, ¿dónde queda la mueca que hace estallar la carcajada del bebé?
Que el sentido del humor esconda un instinto de dominación le confiere un tinte negativo, que parece ser contrario a la reacción que despierta en el ser humano, tal como la distensión, la reducción de la agresividad o una receptividad afectiva mayor.
En este contexto, es curioso que la gente con pocos recursos suela tener una predisposición a la risa y el humor más grande que aquellos que disponen de una vida relativamente cómoda. Parece ser producto del estrés que los “ricos” rían menos, aunque ¿no deberían estar más estresados los pobres que los ricos? O quizás se trate de la gravedad que se otorga a los hechos; el que no tiene mucho ha relativizado la importancia de aspectos que para el adinerado están envueltos de un halo de seriedad y preocupación. Aquí se invierten las tornas, y da la impresión que son más inteligentes los que menos tienen que los más ricos, por haber reducido la necesidad y disfrutar de las pequeñas grandes cosas de la vida. Vale, es un sofismo injusto y necio, la situación del pobre ha sido forzada y no una elección, pero la actitud que se han visto obligado a aprender es acaso una estrategia mejor para conseguir la felicidad que acaudalar papel pintado.
Sea cual sea su naturaleza primaria, la risa es uno de tantos misterios cercanos que aún quedan por esclarecer. Puede que sea un esnobismo intentar dilucidar la razón de la existencia o la gramática del universo, cuando todavía no soy capaz de explicar por qué me río. Un acto tan mundano y tan profundo, y es que al reírnos nos sacude la conmoción de la vida, una chispa ancestral, una ingravidez de eternidad.
Puede que la vida sea la carcajada de los dioses.
Puede que los dioses sean un chiste de la nada.
Puede que la broma final nos deje estupefactos.
Puede. Pero mientras tanto mejor no tomárselo muy en serio.