Crítica al canibalismo



El grado de aversión a consumir otros organismos vivos, en el ser humano, viene dado por la empatía que nos despierte la cena. Según su cercanía, su parecido con nosotros, y en cuanto nos recuerde nuestra propia mortalidad. La inteligencia y la complejidad que representa es el marcador clave en esta escala del apetito. Así, es menos traumático matar una cebolla que a una rata, y menos trascendente matar a una rata que a un perro. Eso es debido a la distancia aparente entre nosotros y aquello que vamos a privar de la vida. A más inteligencia o humanidad, más tabú sobre el consumo, de ahí que ya nadie se coma a personas, y a los vegetarianos les tenga sin cuidado la vida vegetal que han sesgado al merendarse una ensalada.

A propósito del documental «The Cove», que ha tenido un gran impacto mediático divulgando las matanzas de delfines que se llevan a cavo en el entrañable pueblecito Japonés de Taiji, me he visto incitado a articular una reflexión sobre el tema. Los delfines, por su alto nivel de inteligencia y su innata simpatía, despiertan en el gran público un sentimiento de afecto que rechaza frontalmente su asesinato y consumo. Pero cómo no sentir afinidad, si el delfín se reconoce en el reflejo, prueba de consciencia que lo equipara a varios primates, o cuando al jugar parece esgrimir un particular sentido del humor. El delfín transmite consciencia, humanidad, y por ello su matanza cala hondo en el corazón de la gente.

Este impacto emocional ha llevado a multitud de personas a apoyar la causa, lo cual me parece perfecto, aunque me preocupa que a veces tengamos más afinidad por los cetáceos que por las víctimas del neo-colonialismo estadounidense. El aspecto peligroso es la inducción de sentimientos. Parece que nos tengan que sumergir en lagos de sangre para que sepamos que existen, solo aquellos que son explicitados mediante imágenes captan nuestro interés, y da la impresión que no seamos capaces de deducir las atrocidades que no vemos; mucho peores en términos de cercanía, se lo puedo asegurar, señores.

Cuando la emoción es quien da argumentos a la razón, la solidaridad puede convertirse en una cortina de humo. Pero volvamos a la cocina y al canibalismo, que es de ello que trata el documental. Según hemos visto el valor de la vida viene asociado a su semejanza respecto a nosotros. La vida no tiene un valor per se por ser vida, sino nos resultaría mucho más humanitario comer ballenas que pollos, pues con la pérdida de una sola vida, la del cachalote, dejaríamos de eliminar cientos de existencias aviares. Entre los humanos hace algún tiempo que llegamos al acuerdo de no comernos entre nosotros, aún así, nos suele preocupar más la muerte del vecino que nos dejaba la sal, a la de un desconocido de la otra punta del globo. Esto es debido, igual que la aversión al consumo de filetes de delfín, a que como más semejantes son aquellos que la palman, más cerca vemos la propia muerte. Son el miedo y el impulso de auto-conservación los que mueven el activismo y la solidaridad. Son sentimientos realmente provechosos para la especie, pero deberíamos saber que detrás de ello hay puro egoísmo existencial. A nuestro subconsciente le importan un pimiento los delfines, lo que quiere es no morir él.

Analizado así la naturaleza depredadora del ser humano se presenta muy cruda. Consumimos el sol y depredamos los retazos de energía que el astro rey desmigaja en plantas y animales. Depredamos a nuestros propios congéneres con tal de asegurar la permanencia de nuestro grupo, matamos a nuestros enemigos, robamos a nuestros vecinos, eso sí, alguno que otro se apunta a Green Peace. Aunque ya no nos comemos físicamente entre nosotros, seguimos siendo caníbales, es nuestra naturaleza. Sin embargo queda un rayo de esperanza a la humanidad, no por ser natural algo es automáticamente bueno, y nuestra naturaleza depredadora puede ser amaestrada. La cultura, el conocimiento, la ética, son formas de domesticar el instinto que pueden llevarnos más allá de nuestra naturaleza.

Mientras tanto habrá que tener cuidado con el despiadado subconsciente, ávido de circo y pan. Por lo que teniendo en cuenta que la afinidad determina lo apetecible en un banquete, y dado cómo están las cosas hoy en día, que no os sorprenda, conozco a algunos que estarían predispuestos antes a comerse a un político que a un indefenso delfín.


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