Los ciclos del cambio



La fuerza motriz de la existencia es el tiempo, que se manifiesta a través del cambio. Toda acción o evento implica cambio, y no puede entenderse nuestra existencia sin esta tuerca implícita en el hecho de vivir. Aunque como debemos juzgar los acontecimientos según nuestro interés, pobres de nosotros de ser más que monos y desafiar a los dioses, algunos de ellos se nos presentan como positivos o negativos a priori. A menudo resulta una valoración apresurada, hay que admitirlo, pues el cambio es mero devenir, y sus consecuencias solo pueden ser definidas a partir de las acciones (cambios) que nosotros decidamos tomar como respuesta. Ya nos lo dice una risueña Julie Andrews citando a la Madre Abadesa en «Sonrisas y lágrimas»: “Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana”, y es que el cambio es oportunidad, modificación de las características de un sistema, lo cual implica posibilidades -e imposibilidades- diferentes a las precedentes.

Resulta curioso que siendo el cambio y el transcurso del tiempo una propiedad natural del hecho existencial, se le tenga a veces tanto pavor y se intente luchar contra él en una batalla fatídicamente perdida de antemano[1]. Debemos aceptar que ni los mejores cosméticos antiedad ni las peores crisis de Peter Pan pueden parar el avance de las agujas del reloj, es como si un pez quisiera secar el mar por donde nada, y solo la muerte, oscuridad que tan siquiera anuncia la ausencia de luz -léase vida-, establece un punto y final al transcurso del tiempo. No obstante, a pesar de no poderse evitar el cambio, subproducto del tiempo que permite que nos lata el corazón, sí que se puede en cierta manera, prever, y hasta utilizar su influjo e inercia.

Hay un seguido de patrones que se repiten, desde que entendimos que el fuego quema, por prejuicio, sabemos que ciertas causas suelen derivar en ciertos efectos. No nos sorprendemos si tras las nubes llega la lluvia, o si al no regar una flor esta se marchita. Entonces, si extrapolamos el conocimiento de las reacciones probables, el temible vaivén del cambio se muestra mucho más predecible, y hasta moldeable a nuestro interés. Pero no debemos olvidar que es el mismo cambio el patrón primero de la existencia, y al analizar las posibilidades del futuro lo primero que hay que aplicar es dicha “ley del cambio”, y entender que inevitablemente las cosas cambiarán, centrando nuestra atención no en el hecho del cambio sino en el posible sentido del mismo.

Como un río en su curso hacia el mar, el cambio tiende a coger el camino más fácil. Aquello que es más probable acaecerá con más frecuencia que aquello que es excepcional. No por eso, debemos desestimar los cambios imprevisibles y poco probables, tardarán en llegar, pero por estadística algunos viviremos. Aunque, dado que el porcentaje más significativo de cambio responderá a lo probable o a lo relativamente probable, es este sector en el que se debe concentrar nuestra atención, y preocuparnos del meteorito cuando caiga el meteorito, y no antes. Entre los diversos estados de una situación existen nexos causales, que son las razones que precipitan un cambio determinado. Es precisamente aquí, en las causas, donde nuestra acción individual puede prevenir, fomentar, o aprovechar el sentido del cambio que sabemos va a producirse. Ante un cambio hay que evaluar qué inercias nos pueden ser beneficiosas ( si nos quedamos sin trabajo quizás podríamos intentar montar un negocio), y ante un probable cambio negativo, podemos trabajar en paliar sus causas detonantes (dejar de fumar si no queremos morir de cáncer de pulmón, o sorprender con un ramo de rosas a nuestra pareja si deseamos mantener la llama viva unas lunas más).

Esta postrera disertación de una evidencia mundana, en que he diagramado lo que muchos tacharían de sentido común, no por su sencillez carece de importancia a tenor de las acciones -que no intenciones- que definen a la mayor parte de la humanidad. La acción, poder de una alquimia metafísica de que está dotado el hombre, es una herramienta capaz de forjar la realidad a nuestro antojo, pero el miedo y la ignorancia nos impiden en muchos casos hacer un correcto uso de ella. Por eso, para domesticar la estupidez[2] que coacciona el alma en su buen hacer, a veces resulta provechoso esquematizar lo evidente, germanizar el discurso para que amanezca con una claridad meridiana. Entonces quizás lo evidente se vuelva sencillo, lo sencillo penetre profundamente en nuestra psique, y la acción sea coherente con los objetivos del ser. En tal caso podremos recorrer nuestro camino con una sonrisa, madurez a la que cuesta mucho llegar. Reírse es lo más serio que puede hacer uno.

Del cambio externo pasamos al cambio interno, la adaptación y el aprendizaje de la gestión de los cambios nos hace esperar lo inesperado. Pero si el entorno define al ser humano, ¿cómo esperar que la acción no esté cuartada por la situación a la que debe responder?, Pues gracias a la memoria, a lo aprendido en otros entornos que nos cuchichea al oído que aquello en que estamos inmersos no es la única realidad. Nada es para siempre[3], acaso no hay verdad más absoluta, y decidir la fisonomía del futuro está contenido en nuestras acciones; ni dioses, ni amos, ni patrias. Solo sueños, y unas manos que si son guiadas con cordura confeccionarán el porvenir que deseemos.

Salud, dinero y amor.


Notas:

  1. ^  La vida es un algoritmo de perpetuación, que no deja de ser una tendencia a luchar contra el cambio final e inevitable que es el fin de la vida y el enfriamiento del universo. Igual que encontramos la fractalidad en la definición de la vida, que es sujeto y objeto del algoritmo, en los ciclos de cambio hay una recreación de los ciclos probables a lo largo del tiempo; los organismos siguen entestados en perpetuar su sistema, y el yo teme a la vida porque puede significar la muerte.
  2. ^ La imagen de los probables cambios en las ruedas de la “salud, dinero y amor” es un ejemplo sintético de los ciclos del cambio, para visualizar cómo el giro tenderá a seguir, con probabilidad, un circuito previsible. Aunque las consecuencias de nuestros actos a veces son de una evidencia burda, somos estúpidos y seguimos sin hacernos caso, aún sabiendo a ciencia cierta dónde nos llevarán las acciones del ahora.
  3. ^ Desde una visión absoluta, no antrópica, la nada es la única realidad, por eso la expresión “nada, es, para siempre” contiene una verdad que nos es incognoscible. Si te interesa profundizar en esta idea lee el artículo «La causa de la Realidad: el imperativo lógico».

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