Las leyes de causa y efecto determinan que no puede haber efecto sin causa, si bien la causa puede ser inherente al sujeto, y ser la propia naturaleza de este, una ley lógica por ejemplo, la que se alce como fuente del efecto. Siempre habrá un porqué que explique cualquier elemento de la realidad, pues la existencia del mismo viene dada por la causa que lo condiciona a ser cómo es.
La vida, desde una visión no-antrópica, es una secuencia de causas y efectos deterministas que a pesar de no poder conocer por su complejidad, son encadenamientos inquebrantables de hechos que no tienen elección. La realidad no tiene opción de elección, cuando se empuja una esfera en un medio controlado, si conocemos los factores de rozamiento, impulso, dirección y demás, se puede calcular afinadamente cuál será el destino de la bola. En este caso, el billar es una figura simbólica perfecta de lo que ocurre en todo el universo, que por su simplicidad podemos entender fácilmente. Si aumentamos la complejidad de las interacciones, y sumamos cuantos y dimensiones que no conocemos, o lo que sea que se haya perdido en este ovillo enmarañado, ya tenemos la realidad determinista delante de nosotros.
Entonces, una vida humana no deja de ser más que una parte de la secuencia de interacciones que componen la realidad, concretada por su relación con el yo. Es una secuencia que tiene un principio y un fin, y que está determinada antes de que ocurra. Existe como consecuencia lógica de todas las causas que la preceden y la acompañan, y por lo tanto, es desde el principio de los tiempos, como 5 es el resultado de 3 + 2 aunque no lo escribamos. Para el ser humano resulta a veces difícil entender algunos de estos conceptos que no responden a nuestra experiencia subjetiva cotidiana. Pero el ahora, es una ilusión de la consciencia; sin consciencia, no hay ahora, esta solo la secuencia; sin ahora, no hay tiempo más que como eje[1] de la sucesión de operaciones.
Estamos en una sociedad cristiana obsesionada con la muerte, con el “¿qué hay después?”, con un miedo atroz a dejar de existir. No obstante, la respuesta que daba la religión al conflicto interior de occidente se ha vuelto inconsistente a tenor de la ciencia. Aún queda mucha gente que cree en dios, pero es probable que vayan disminuyendo a medida que se renueve la población con las nuevas generaciones. Hay miles de evidencias que nos indican que el alma extra-corpórea no existe, por poner un sencillo ejemplo, si una persona tiene un ictus y pierde el habla o cambia su personalidad, ¿esas partes “muertas” de su ser dónde están?. Tenemos una explicación neurológica totalmente plausible, pero el hecho no tiene sentido a través del concepto alma, pues el alma se fundamenta en el yo, y el yo no es divisible. Si desaparecen ciertas funciones cerebrales y definimos que lo que queda es el yo, el alma, por qué no podemos ir sacando las que queden una a una, hasta que solo quede la más primitiva manifestación de vida, habiendo perdido la conciencia poco a poco en todo el proceso. Se crea un absurdo, que por mucho que algunos no quieran escuchar, terminarán por tener que aceptar. Sin embargo, es verdad la tópica reflexión que a continuación adecúo a mi razonamiento: “ No hay una vida eterna después de la muerte, hay una vida eterna antes de la muerte.”
Al ser el tiempo una propiedad que percibimos a través de la conciencia, sin la experiencia humana, hablando en términos de realidad absoluta, la secuencia que conforma nuestras vidas es eterna, pues es una pieza lógica de la realidad. Siempre será y siempre ha sido. Para nosotros, como humanos, hay un antes y un después, sí, pero este antes y este después son infinitos, nunca podrán ser cambiados. Por eso, cada acto es eterno, cada momento infinito. Nuestra consciencia tiene la percepción de estar en un ahora, porque es una conformación concreta de materia donde el algoritmo de la vida ha hecho que se desarrollase el sistema de la conciencia, y ello trabaja en un marco temporal. Se podría decir que el tiempo existe porque nosotros lo percibimos, por la naturaleza de lo que somos, sin nosotros, no habría tiempo. Somos los organismos vivos los que hacemos tictaquear al reloj, sin un observador, no hay un ahora.
A nivel humano, no debería preocuparnos la muerte, es solo el punto y final de una historia, pero es un relato que se leerá eternamente infinitas veces, y debería preocuparnos más que pone en él. Al ser eterno el momento, hay una consciencia atrapada en cada instante del pasado y del futuro de la vida de una persona. Siempre amaremos como amamos, siempre sufriremos lo que hayamos sufrido, y siempre estaremos en esos contados momentos de ingravidez tan inmensos y especiales. Desde esta perspectiva ajena al misticismo, para aquellos que sean capaces de entenderlo, la vida se presenta mucho más interesante y esperanzadora que con la religión. La gente que conocemos, que son los caminos que se cruzan en una coincidencia de consciencias, estarán siempre con nosotros, y sus vidas serán las nuestras. Todo acto tiene una trascendencia que no podíamos ni sospechar, y ahora más que nunca, se nos impone el deber de intentar ser felices con las pequeñas cosas.
Nada ha cambiado. No hay dioses, ni almas, ni muerte fuera de nuestra mente. Todo sigue igual en la realidad, pero como más la entendemos, más nos deslumbra su belleza.
Notas:
- ^ El tiempo no es un eje, sino una propiedad, pero aquí el concepto “eje” nos sirve como una imagen mental que nos ayude a comprender la metáfora.
Imagen:
- «Who wants to live forever?» by ~RitaC4 (http://ritac4.deviantart.com).