Quién no ha entrado alguna vez, de joven, en una casa abandonada, y a recorridos sus estancias con sigilo y asombro, con la cautela propia de alguien que no quiere despertar a   los fantasmas que habitan la morada. Con cada paso, los escombros crujen. Con cada foto, la luz adquiere el volumen mágico que le otorga el polvo en suspensión. Con cada descubrimiento, la fantasía inventa historias que bien podrían haber sido pero que ya nadie recuerda.

Los lugares abandonados son cápsulas del tiempo, escenarios de otras realidades que se diluyeron y solo conocemos a través de reportajes en blanco y negro sobre la guerra civil. Como buen aprendiz de Indiana Jones siempre me han fascinado dichos sitios, aunque cual fue mi asombro al descubrir que hubiera todo un movimiento de personas que a partir de esta inquietud, se dedican a realizar crónicas de sus incursiones a parajes deshabitados. Fue gracias a un magnífico reportaje que se emitió en TV3 que conocí esta tendencia llamada URBEX (al final del post hay la noticia original que contiene numerosos e interesantes enlaces), y me decidí a cuando tuviera tiempo echarle una ojeada al asunto.

En España existe, por ejemplo, el Club CELA (Club de Exploradores de Lugares Abandonados), o cientos de blogs de particulares que practican esta novedosa forma de arqueología presencial. Los que realizan estas actividades tienen por norma no forzar nunca una entrada, acceden por ventanas o agujeros, y no suelen revelar la ubicación exacta de los sitios para evitar el vandalismo. Son unas directrices muy bien encontradas, y que manifiestan la consciencia sobre la importancia de preservar estos lugares. Pero no profundizaré más en ello, quien esté interesado puede acceder al Club CELA o bien a la noticia que antes menciono.

Lo que me ha llamado la atención   de los reportajes sobre sitios abandonados es la particular belleza de las fotografías que en ellos se muestran. El encanto que desprenden esas imágenes proviene sin duda de numerosos factores que a continuación voy a desgranar:

Por un lado tenemos el aspecto simbólico, el percibir que los objetos y texturas son parte del pasado, que nos cuentan pedacitos de historia que han quedado petrificados como una pátina del pasado. Son habitaciones, pasillos, salones o patios, donde inevitablemente la imaginación reinventa la actividad humana que fue, y los espectros translúcidos que la mente crea se vuelven casi   palpables en las imágenes.

También tenemos la “belleza de la suciedad”, una belleza muy urbana que proviene de la complejidad y el desorden. Es la belleza del equilibrio en el caos, pues detrás de todo desorden se puede percibir una armonía orgánica.   Es la belleza de la voracidad del tiempo, de observar su digestión lenta pero constante, de la reconquista de la naturaleza con su desorganización, su cambio, su mortandad.

La luz juega también un papel muy importante, y envuelve la composición de un aura casi mística. Existe el aspecto del polvo y el volumen de luz que he comentado al principio del post. En la penumbra los rayos de luz adquieren consistencia gracias al polvo que hay flotando en el ambiente. Todo esto es perfilado por la fotografía en HDR (High Dynamic Range), que da a la penumbra la suavidad del polvo, y remarca la corrosión o la podredumbre. El HDR es un proceso que ajusta los brillos y las sombras consiguiendo una delicada gradación de la luz.

La técnica del HDR es una fiel compañera de los paisajes espectaculares, otorgando a los cielos encapotados o con nubes una textura impresionante. También sabía que con los objetos metálicos los reflejos ganan estéticamente al perder contraste. Pero ahora, viendo los blogs de los exploradores de sitios abandonados, descubro que asimismo es una forma perfecta de retratar el olvido.

Yo por mi parte, hace algún tiempo que dejé de utilizar el HDR ya que los resultados quedan algo artificiales, y actualmente abogo por simplemente bajar el contraste   de la imagen RAW. Aquí un ejemplo donde también se consigue una atmósfera fantasmagórica.