En el budismo tibetano hay la curiosa costumbre de crear mandalas de arena coloreada. Dibujos geométricos y circulares de cierta simetría, a los cuales los monjes otorgan un profundo sentido espiritual y simbólico. La particularidad que llama la atención es que estén realizados de arena, de un material tan volátil susceptible de desordenarse al más pequeño estornudo de lama, pero es justo este aspecto el más importante. Una vez terminan la obra, la destruyen, como símbolo de la fugacidad de la existencia: todo cambia, todo termina.
Es un arte efímero, que hace tomar consciencia de una vida efímera. Internet, de cierta manera, también es un mandala de arena. Con un tiempo relativamente corto las aplicaciones quedan obsoletas, aparecen nuevas tecnologías y tendencias que sumen en el olvido los éxitos de ayer. Se invierten montañas de horas y esfuerzo en juegos, plataformas, o aplicaciones, que tienen una esperanza de vida que ni en mejor de los casos llegará a los cinco años. Solo un profundo trabajo de actualización y renovación da oxígeno a los elementos digitales, y aún así, la mayor parte se quedará por el camino.
Es exasperante, para los que nos dedicamos al sector de las nuevas tecnologías, que los conocimientos de hoy no valgan nada mañana. En realidad, un desarrollador que quiera mantenerse en el equipo debe tener la capacidad de aprendizaje siempre activa, más que conocer un lenguaje de programación tal o dominar la herramienta cual. Por esa razón, generalmente (y con probabilidad seguirá siendo así), la gente joven tiene más potencial dentro las nuevas tecnologías, porque tiene por naturaleza una mayor capacidad de aprendizaje. Con los años la predisposición natural de aprender decrece, y solo mediante la práctica puede mantenerse, de aquí que haya muy pocos programadores trabajando en internet de la generación del Basic y el Pascal.
Por otro lado tenemos la temporalidad misma de la tecnología de consumo. Los soportes para reproducir un determinado contenido, ya sea software (codecs, SO, etc) o hardware, inevitablemente terminan siendo obsoletos, y perdemos la posibilidad de disfrutar del contenido. Aún recuerdo un completo bestiario que realicé con el gran juego “animal, vegetal o mineral” en mi Amstrad CPC, todo mi trabajo dormita en una cinta de cassette que por mucho que lo intente no consigo embutir en mi disquetera de 3,5.
Todo termina y es efímero nos dice el budismo y la experiencia cotidiana. Sí, no lo vamos a negar, pero hay una gran diferencia entre 10 segundos y cien años -si utilizamos como referencia de medida la vida humana-. El tiempo es un factor crucial que no debe desestimarse. No es lo mismo cobrar al terminar un trabajo que cobrar al cabo de seis meses. No es lo mismo tener un hijo a los 16 que a los 20. No es lo mismo que te ofrezcan la mano cuando pendes de un hilo que al cabo de cinco minutos, cuando ya has subido por tus propios medios. No es lo mismo esperar a alguien 5 minutos o 2 horas. No es lo mismo. El cuándo y el qué son importantes.
Por eso internet me parece un mandala de arena, un castillo de papel que debe ser constantemente reconstruido con ranitas y barquitos de papiroflexia, pues muchas partes están ardiendo. A pesar que el noble arte del origami me ha dado de comer durante muchos años, creo que es el momento de empezar a hacer las sillas de madera, y así poder contemplar dentro de unos años, sumido en la vejez, esos horribles pero entrañables muebles que hice de joven.
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