Descubriendo la geografía onírica



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A todos nos ha pasado que al despertar por la mañana, estando aún adormilados a caballo entre dos mundos, hemos recordado lo último que hemos soñado. Ese recuerdo a menudo   se desvanece al levantarnos y entrar en la actividad diurna, y si no lo rememoramos durante el día es probable que desaparezca de nuestra memoria consciente.

boecklin.jpgLa permanencia de lo soñado solo pasa si el sueño se entrecorta, si despertamos a mitad del mismo y la mente no ha tenido tiempo de correr el telón que   suele esconder el reino de lo inconsciente. De otra forma, si dormimos plácidamente y nos levantamos sin ningún sueño a medio contar, por mucho que nos esforcemos es imposible evocar nada de lo transcurrido por la noche. Nuestra psique tiene mucho cuidado que no sepamos la verdad, y por algo será.

Hoy ha sido una de esas mañanas en que he roto un sueño y en consecuencia lo he recordado mientras remoloneaba por la cama. Pero además, he podido advertir otra propiedad interesante de cómo funcionan los sueños. No solo he recordado lo ocurrido en aquella fantasía inconsciente, que transcurría en una casa de campo donde pasé mucho tiempo en mi niñez, si no también muchos otros sueños que he tenido en la misma ubicación. Algunos de hace años, olvidados el mismo día que fueron, pero que   en aquel instante resurgían vívidos y cercanos.

hrgiger.jpgHe tenido la sensación de que había dos realidades dentro de mi mente, por un lado la casa de campo real, que el recuerdo consciente rememora, por otro la casa de campo simbólica, donde transcurren todas las onírias. Es   una topografía superpuesta, con una continuidad de acontecimientos y una lógica simbólica própia, otro mundo dentro de nosotros que no se detiene.

La memoria del inconsciente se crea en un lugar cerrado a cal y canto, oculto y oscuro, pero a través de vincular un recuerdo consciente a uno de la parte velada podemos conseguir acceder a información de esa porción del cerebro que no quiere descubrirse.   En este post no entraré en el significado de los sueños, ni su función, que dejaré para otro momento en que quiera despedazar al bueno de Freud, pero hay que apuntar que en parte se ofuscan los sueños porque somos demasiado estúpidos y mojigatos como para entender nuestros deseos y objetivos.

El sitio donde he estado hoy, mientras soñaba, es el mismo sitio donde he estado tantas otras veces, donde he saltado por los bancales con gran ingravidez, donde he descubierto grutas y habitaciones imposibles, donde los muertos aún viven. Es curioso pero mi mente tiene muy claro que no es el mismo lugar que el real, es otro que lleva dentro de mí muchos años.

Es probable que en el cerebro, donde se almacenan los sueños, exista una geografía paralela, una historia paralela, con personajes que son el extracto simbólico de quienes hemos conocido durante la vigilia, pero que viven independientemente de su alter ego, creando su propio destino.   Alguna vez he despertado amnésico, sin saber que había pasado la noche anterior, pensando que esa parte de mi vida se había perdido. Ahora sé que hay mucho más que borramos, hay toda una vida nocturna, onírica, de la cual no sabemos absolutamente nada.

Quizás sea el momento de coger el taquímetro y un carboncillo, ponerse el sombrero de explorador para que el sol no nos deslumbre al tomar medidas,   e ir dibujando poco a poco los valles, montes y gentes, de esa   realidad divergente.   Cuando esta noche vuelva a Altjeringa, el tiempo del sueño,   ese   sitio extraño y que hasta puede llegar a ser peligroso, no sé cómo se lo tomarán sus habitantes al verme vestido de turista con una polaroid entre las manos. Espero que tengan sentido del humor.


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