Anclas recurrentes



Siempre he creído que el escritor que habla de sí mismo no es escritor, sino confidente, y se transfigura   el lector en un psicólogo distante, de múltiples cabezas, que ha cambiado el diván por la soledad de la cama. Como el actor que hace de sí mismo no actúa, el escritor que habla de sus problemas no hace literatura.

Divagando por esos derroteros me percaté que yo solía hablar siempre de los mismos temas, aunque fuese en su esencia. Y no solo eso, muchos escritores o pensadores hacían lo mismo, y curiosamente, a menudo coincidían los temas eje.   Esos iconos mentales nos atraían, y nos hacían revolotear a su alrededor por algún extraño magnetismo.

Aborrezco la copia, aún sabiendo que la originalidad es una copia bien disfrazada. Pero entonces, ¿Por qué siempre tengo de fondo esos temas? ¿Cuál es su magia, su poder, que ha atrapado a tantos y tantos hombres de letras?

Entrando en la redundancia de hablar de ellos para saber por qué hablo de ellos, voy a analizarlos y desmigajar sus secretos y significados. Sé que resulta algo irónico, y quizás termine convirtiéndome en un confidente del infinito, pero también, puede, que a otro alguien le interese.

El Ajedrez

ajedrez.jpgDentro de la complejidad   que puede formarse en una partida de ajedrez, existe una simplicidad base, fácilmente entendible para el ser humano. Los movimientos de las piezas son simples, de una euclidiana geometría, pero a partir de ellos el cosmos del ajedrez alberga millones de posibles estados. Es, sin lugar a dudas, una alegoría del determinismo, de las leyes de causa y efecto, y la complejidad matemática que rige nuestra realidad. Los mecanismos que generan las razones por qué se mueve una pieza, no podemos conocerlos, porque son pequeños y numerosos. Pero el efecto amplificado, el peón que avanza o el alfil que resbala, son hechos claros, cuantificables, y en que podemos deducir las consecuencias o intenciones.
Se trata en definitiva de una imagen metafórica de la vida, donde hay aspectos inescrutables y diminutos, pero donde también podemos planear movimientos a partir de las jugadas de la vida, o de otras personas, que seamos capaces de entender racionalmente.

El laberinto

laberintos.jpgCada decisión es una encrucijada, un camino que se toma y otro que se pierde en el pasado. El laberinto representa esta existencia humanamente indeterminista, como contraposición al ajedrez. El laberinto ya existía antes que nosotros, y hasta puede que el camino que íbamos a tomar ya estuviera marcado en el suelo de baldosas blancas y negras con antelación, sin embargo, como seres no-omniscientes, no todo lo conocemos,   debemos elegir. El hilo que nos ha dejado Ariadna es cuántico, bífido en las intersecciones, y cada opción que tomemos es única, y nos llevará a miles de otras encrucijadas. Pero al final todos conseguimos salir del laberinto, queramos o no, el laberinto es la vida desde una visión humana, y la única salida es la muerte.

Los espejos y sus reflejos

espejos.jpgAl mirar a alguien irremediablemente nace en nosotros la empatía. Si tropieza, sabemos que le duele porque a nosotros nos dolería, si nos habla, intentamos deducir qué piensa a partir de qué pensaríamos nosotros en su situación. La evolución nos ha dotado de esta capacidad de extrapolación, de meternos en la piel de los otros, que hace que las demás personas sean yos ligeramente diferentes pero substancialmente afines.
Al revés que le pasa al gato, que se mira en el espejo y no se reconoce, nosotros nos vemos reflejados y sabemos que somos nosotros, pero, a la vez, sin ser nosotros. La empatía, la contradicción ser y   no-ser, pueden hacer nacer en los espejos la fantasía   de otro mundo paralelo, inalcanzable, cercano, invertido.
La realidad detrás del espejo parece, pero no es, y nos enseña la posibilidad de los mundos intangibles superpuestos en la realidad que nos parece ser. Además de la percepción del   tiempo de los sueños, gran parte de la fascinación radica en que la duplicidad, en la búsqueda de la fecundidad del ego, que tanto puede emanar de un espejo   como de los personajes literarios, los androides y la inteligencia artificial, la ingeniería genética, o la clásica paternidad.

Alicia

alicia.jpg¿Qué tendrá Alicia que a tantos nos hechiza? Seguramente, la unión de los diferentes iconos anteriormente descritos mezclado con el reino de lo onírico: El mundo a través del espejo, los laberintos, el ajedrez y los juegos de azar -los juegos de naipes no dejan de ser una forma de ajedrez con una nueva variable, el caos-, y por supuesto el dadaísmo del subconsciente.
La magia de este relato de Lewis Carroll radica en su curioso realismo. La historia nos es cercana, extrañamente familiar. Esto es debido a que es como un sueño, donde   nada tiene sentido superficialmente, aunque los significados están estructurados rígidamente, con mucho juicio y no al tuntún, debajo de símbolos escritos con el lenguaje de la mente inconsciente.
Alicia es ese niño inocente -o inconsciente, o libre- que todos llevamos dentro, soñador, que despierta por las noches mientras dormimos, y aún es capaz de volar.

Viéndolo ahora, entiendo por qué nos atraen dichos temas. Son efectivamente   bases de nuestra realidad humana, los pilares que sustentan los matices, infinitos y calidoscópicos, que componen nuestras vidas. Hay muchos otros, claro está, cómo no hablar del tiempo, que es la arena de la que está compuesto cualquier columna conceptual de la que podamos hablar. O la nada, el vacío infinito que nos da cobijo y resulta tan, tan profundo. O cientos de distintas ideas tremendamente sugestivas…

En definitiva, creo yo, nos atrae el intentar rozar con los dedos, muy levemente, con una caricia que nos provoca cosquillas, esa esencia escurridiza en la que estamos, y eternamente estaremos.

Última imagen: Snowfern


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