La percepción del mundo que nos rodea nunca ha sido una experiencia directa, a pesar que el sentido común nos diga lo contrario. Cuando vemos una bicicleta, una cuchara o una manzana, no estamos sintiendo realmente el objeto que suponemos existe fuera de nosotros, lo que estamos viendo es una idea que nuestro cerebro asocia a una estructura en la luz que entra por nuestras retinas. Para muchos esta percepción, esta etiqueta que hemos aprendido a colocar, es una garantía de que la bicicleta existe y es real. ¿Pero es así? ¿Podemos fiarnos?
Seguramente, si preguntásemos a un esquizofrénico o a alguien que ha sufrido alucinaciones de cierta consistencia nos diría que no. Por otro lado, existen pocos casos, aunque los pocos que se conocen son especialmente reveladores, de personas que han sido ciegas hasta la edad adulta. Estas personas, al conseguir ver por primera vez, con un cerebro ya formado y poco plástico, son incapaces de entender lo que ven. De pequeños hemos aprendido a delimitar objetos, a comprender perspectivas y sombras, pero para aquel que no lo ha aprendido ver supone una colosal catarata de información lumínica sin sentido. La mente interpreta la luz, construye un significado, e inventa lo que le conviene, porque la visión no se crea en nuestras retinas, sino que la imagina nuestro cerebro.
El mundo se crea en nuestra mente, como en un sueño, con la diferencia que durante la vigilia otorgamos la autoría a la “realidad” y mientras dormimos al subconsciente. Pero los dos estados están pintando el mismo lienzo, y nosotros somos el único artista. Así que “el afuera” nos lo inventamos, viviendo una ilusión que bien podría ser un sueño.
Observando lo que sentimos desde este ángulo, entenderemos más fácilmente que estamos en un cuento, en una fantasía, donde hay mitos, quimeras, y demonios.
Los recuerdos devienen leyendas, los deseos fábulas de dragones que custodian un brillante tesoro. Quién podrá negarme que para muchos cuando deben hablar en público hay súcubos asechando entre los oyentes, y para otros se esconden incubos detrás de puertas que nunca han abierto. A partir de la psicología, o simplemente observando a la gente que nos rodea, podremos ver claramente como cada uno vivimos en una historia con infinidad de parámetros que poco tiene que ver con esa estéril, empírica, dudosa realidad estándar de la que creemos emana nuestro mundo.
Los atletas de elite, antes de salir al estadio olímpico, recrean la carrera en su mente. De esta forma crean experiencia y habilidad a través de la imaginación. No es exactamente lo mismo correr los 100 metros valla que pensarlo, pero sí que al imaginarlo conseguimos ciertas respuestas cerebrales, emocionales y fisiológicas, que nos preparan para la competición.
De forma símil, si con la fantasía recorremos nuestras Arcadias artificiales, donde habitan hipogrifos y sirenas, y somos capaces de recrearlo con suficiente veracidad, ¿qué diferencia habrá de si lo hubiéramos vivido? Entonces, los mitos se transfigurarán en cuentos para niños, y los demonios se esfumarán en un cálido y chisporreante vapor.
*Yo [también] estoy en la Arcadia, más información wikipedia
Fotografías: Toni Frissell