Crecí escuchando música celta. Los Chieftains, The Dubliners, y refritos druídicos tipo Celtic Hearthbeat amenizaban algunas de mis tardes de adolescencia entre acné y quimeras. Era una música melódica y sencilla, a veces alegre, a veces triste, a veces épica, que me trasmitía una sensación familiar y agradable. Quizás sea el recuerdo almacenado en mi Cromosoma Y, o que a quienes nos gusta la cerveza y las patatas compartimos un hervido gusto musical.
Por suerte algunos de los cd venían con la letra original y la traducción al lado, ya que a pesar que mi incipiente inglés podía captar algo de las canciones en dicho idioma, mi gaélico era y sigue siendo inexistente. De las muchas canciones que oí en esos tiempos, dos que me marcaron en gran medida fueron “the Valley of Strathmore” y “Eileen Og”.
Eileen siempre fue en mi corazón esa chiquilla rubia y desenfadada que coqueteaba con los hombres no por crueldad, sino por inocencia y desconocimiento de lo turbio que puede llegar a ser el juego del deseo. En fin, Eileen, antes de que me ponga a bailar “lord of the dance” con un sombrero de leprechaun, mejor que escuchemos la canción…
Qué sorpresa la mía, cuando brincando por youtube me he encontrado una versión de los Dubliners de “Clavelitos”. Al oírla, me han robado una sonrisa, y me han recordado que cuando era niño, aún intrépido e inconsciente, se la canté a una chica acompañado por un amigo a la guitarra. Es curiosa la mente del niño, me la aprendí un cuarto de hora antes de cantarla, y aún hoy la recuerdo al completo. ¡Qué tiempos aquellos!, cuanta tontería y cuanta felicidad.