Con cada elección el hombre sabio va tejiendo su destino, ajeno a las Moiras. En su mente, cada paso es dictado con valentía o cobardía, y no alude la responsabilidad de sus actos, que serán juzgados por el implacable karma, que pondrá a cada uno en su lugar.
Es una idea de control agradable, sustento para un mundo sin dioses, ni reyes, ni patrias. Pero acaso, en la elección que suponen los actos hay un punto de caos incontrolable, fatídico, que nadie se atreve a contemplar. Sin desestimar el valor de nuestro camino, del cual somos capitanes irremediablemente y cuyo rumbo decidimos, el destino elige por nosotros escollos y marejadas que pueden hacernos virar sobremanera. Si analizamos nuestro curso veremos que estamos formados por un sinfín de coincidencias, por mil y una casualidades que nos pueden llevar a la gloria o a la más mísera existencia.
El hombre timonel lucha, maniobra, y a veces zozobra . ¿Es pues nuestro destino un resultado inevitable de nuestros actos, o lo que la coyuntura ha orquestado? Yo solo sé que a veces he tropezado y al hacerlo he visto una moneda, o en la oscuridad me he equivocado de puerta. Y esos errores fortuitos han determinado como el más audaz de los actos mi destino.
Se puede contemplar la vida como un seguido de acontecimientos casuales, incontrolables y aleatorios, donde podemos fomentar el cambio o aferrarnos a algo preciado. El arte del azar puede aprenderse, e incentivar su acción para lograr, por combinatoria, nuestros objetivos y deseos. Si observamos el prodigioso azar al revés, de nuestros miedos germinarán esperanzas y de los sollozos alegrías.
A veces pienso si serían posibles aquellas fantasías en que sueño; pero entonces vienen a mi mente pesadas relaciones, rutinas y vínculos que me dicen que son meras quimeras. Es desconcertante, y que el tiempo marchite las flores que anhelo me sume en una añil tristeza por aquello que ya nunca podrá ser. ¿Qué camino escoger? O Quizás mejor correr sin rumbo, o quizás agradecer la suerte en la desgracia.
Como tantas otras cosas en la vida, la verdad no es ni blanca ni negra. Nuestros actos guían el sendero de nuestra existencia, y el azar, define ese camino (“El hombre propone y dios dispone”, como solía decir mi padre al llover los domingos). Podemos fomentar el hado o intentar cercarlo, pero fuere como sea, tengo en mi tristeza una alegría,
sé que aún me quedan lágrimas.
Hmm. Sabroso. Quedan cuestiones de principios (Quien le pone los agujeros al gruyere? Buen desarguiñaneador será el desarguiñaneante que…) o cuestiones de finales (mi conversa con el señor Roca será más o menos intensa y duradera? a qué huelen las nubes?). Pero el antes y el después son conocidos y con más o menos misterio o glamour. Quizás el quid de la cuestión se encuentre en el tramo oculto intermedio, que seguramente, como en la isla, no obedece a las razones habituales conocidas, pero que imagino que a algunas razones obedece. Y sino, pues también da igual. Lo de carpe diem está infravalorado. Quizás lo tradujeran mal, pero la idea está ahí. Bienvuelto signore torrellone.
Sí, yo creo que la única razón de todo es la sinrazón. Buscarle una finalidad a algo no-vivo (que no no-muerto) es una pérdida de tiempo. Alguien se lamenta en foro romano “Tempus fugit…”. Desde la espalda, un transeúnte le replica “Pues carpe diem!”