La historia reciente nos ha regalado tropeles de visionarios que han soñado en cómo sería el futuro, desde el formal Julio Verne a los desaliñados guionistas de las más extravagantes series de ficción de Hollywood. Todos ellos tienen en común un aspecto, cogen la sociedad del momento, los avances científicos y predicciones de posibles avances próximos, lo mezclan todo y lo extrapolan a un futuro.
Eduardo Punset, un polifacético divulgador científico catalán, suele repetir que los humanos somos malísimos haciendo previsiones sobre el mañana, que a pesar de empeñarnos en hacer elucubraciones coloristas sobre el mundo de nuestros nietos solemos hacerlo fatal. En parte estoy de acuerdo, aunque como siempre, toda generalización resulta sesgada, y podemos subsanar este déficit analizando y corrigiendo los procesos equivocados que nos hacen fallar en nuestras apuestas.
El ser humano extrapola, no imagina. Si hoy en día el mundo se mueve por el Dios dinero, cree que el mañana seguirá al mismo Dios. Si se avergüenza de su desnudez o teme la infertilidad, cree que esas emociones serán iguales en un futuro. Eso sí, al ser humano les es muy fácil pensar que en el futuro hasta el más chapado a la antigua se deslizará por el cielo a través de un aeronave.
El error del proceso se encuentra en que “todo cambia”. No solo la tecnología, que a fin de cuentas es una herramienta para auxiliar nuestras necesidades, sino la sociedad misma, sus necesidades, deseos, temores y mentalidad. Para predecir el futuro, e imaginar verazmente su morfología, hay que mirar al pasado, compararlo con la actualidad, y preguntarse: ¿Realmente, qué ha cambiado y qué no?
La naturaleza humana no ha cambiado, pero sí sus valores. Las finalidades básicas no han cambiado, aunque sí las estrategias de obtención de las mismas. Ante este cambio psicológico profundo, se han creado nuevas necesidades. Necesidades cubiertas por una tecnología que ha encontrado la coyuntura necesaria para crecer, pero que ha podido crecer básicamente porque ha habido un cambio mental que le ha dado una oportunidad a la ciencia.
Respecto a nuestro pasado, ha sido el cambio mental el artífice de cualquier otro cambio material. Con estos precedentes, podemos mirar al futuro con otra óptica. Primero debemos preguntarnos ¿Cómo pensaremos en el futuro?, después desarrollar todo aquello material que nacerá de las nuevas concepciones, y finalmente no olvidarnos que el hombre puede intentar domar al instinto, realmente lleva toda su existencia intentándolo, pero por muy manso que se vuelva dicho instinto animal, nunca lo podrá domesticar completamente.
Estas reflexiones vienen a cuento de la nueva novela que estoy escribiendo, que espero tener terminada para el Sant Jordi 2011. En ella, por requerimientos argumentales, debo trabajar en un marco temporal muy muy lejano, en un futuro ignoto que ni Nostradamus se aventuraría a predecir. Esto me ha hecho plantearme muchas cosas, y a pesar que el entorno en el relato es secundario, quiero crear un mundo coherente en que se desarrolle, si puede ser, sin ewoks ni sables laser.