Por las inmediaciones del Delta del Ebro reencuentro la naturaleza de piel cetrina, radiante y desolada por un verano que se apresura en llegar.
Duendes y gigantes habitan estas tierras cobrizas, custodiando el oro que todo lo tiñe al atardecer. Un camino me indica el curso de nuestra historia. Andamos y andamos sin saber donde nos llevará.
Y ahí en el horizonte, al caer la noche, nuestro destino emerge entre humos y fuego… tatareo: habrá que reinventarse… por enésima vez.