Epítetos Homéricos



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Siendo adolescente nutría mi avidez de lectura asaltando la biblioteca que teníamos en el comedor, rebosante de libros sobre enigmas de lo oculto, novelas de Ágata Christie, y algún que otro clásico polvoriento. Allí tuve mi primer contacto con Homero y su Iliada, de manos de un desteñido e irregular ejemplar de ediciones Petronio. Fue duro en un primer momento el tragar el leguaje artificioso y las largas enumeraciones genealógicas de los héroes griegos. Sin embargo, pronto cogí el ritmo, y tras un “lo conseguí” al pasar la última página del libro y cerrar su tapa, me dediqué a otros menesteres.

iliada2.jpgAños después, con el surgimiento de la red de redes, el inagotable Internet, conseguí descargarme la Odisea y completar la lectura de estas dos obras imprescindibles de la literatura occidental.

iliada3.jpgEn primera instancia lo que me llamó terriblemente la atención fue la gran cantidad de epítetos utilizados por Homero, aunque, al pensar que se trata de un poema recitado y transmitido oralmente la utilización de epítetos de forma reiterada tiene su lógica.

En literatura los epítetos son apelativos que suelen acompañar a un nombre propio, describiendo alguna de sus características remarcables, y comúnmente se repiten a lo largo de la obra. Como pasa con las canciones, donde es fácil recordar sus letras por los estribillos, las “formaciones repetitivas” en textos que han nacido de la transmisión oral facilitan su memorización. Por ejemplo, Homero al referirse al Ponto Euxino (el mar negro) a menudo utiliza las fórmulas: (…) a través del ponto, rico en peces. / (…) el ponto rojo como el vino. / o (…) el oscuro ponto (…).

iliada4.jpgA veces estos acompañamientos nos dan una información interesante sobre los personajes o sitios, en otras ocasiones pueden resultar algo desconcertantes. Así, “el rubio Menelao” o “los Aqueos, de hermosas grebas”, nos dan datos sobre la apariencia física de Menelao o los Griegos que otrora se hubieran perdido.

Hay decenas, sino cientos, de epítetos en la Iliada y la Odisea, pero los que se marcaron más fijamente en mi testa fueron los siguientes:

  • Odiseo, rico en recursos (o fecundo en ardides, entre otras versiones, según la traducción).
  • El Pelida Aquiles, de pies ligeros.
  • Agamenón, pastor de hombres.
  • Nestor, caballero geranio.
  • Zeus, que amontona las nubes.
  • Zeus, que lleva la égida (escudo de Zeus).
  • Hector, domador de caballos.
  • Hector, el de vibrante casco (o tremolante casco, según la traducción).

Este último me tuvo cautivado durante un tiempo, intentando descifrar a que se refería Homero con eso de “de vibrante casco”. Sin duda, es un mote curioso, y es una pena que no se haya utilizado en las escenificaciones cinematográficas o artísticas que se han hecho de la obra.

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No obstante, de los dos libros el que desde siempre ha tenido más aceptación social y difusión ha sido el periplo de la Odisea. Será por los sitios y seres fantásticos que en ella aparecen, más atrayentes que las guerras burdas y los orgullos homicidas. Desde aquí recomiendo que si alguien quiere leerla (a no ser que disfrute degustando las estructuras originales) adquiera una versión moderna de la misma. El relato en su composición original no se cuenta de forma lineal, el tiempo recula y avanza como en el flashback de una película, y los trozos más conocidos son en ciertos casos mucho más cortos de lo que cabría esperar. Una buena opción es la adaptación de “Rafael Mammos” de la editorial Combel, que cuenta con las magníficas ilustraciones de “Pep Montserrat” y es apta para todos los públicos.

ctulhu_clasico_griego.jpgPensando en los epítetos me ha venido a la mente otro gran escritor, H.P.Lovecraft,
que seguramente cogió la idea al beber de los clásicos entre los cuales indiscutiblemente estaba Homero. En la literatura de “los mitos” podemos encontrar los alias básicamente referentes a los primigenios:

  • Shudde M´ell, el que socava en las profundidades.
  • Hastur el innombrable, aquél cuyo nombre no debe ser pronunciado.
  • El Wendigo, el que camina en el viento.
  • Nyarlathotep, el caos reptante.
  • Nyogtha, aquél que no debería existir.

Para Lovecraft había algún tipo de conexión entre la Grecia clásica y un pasado remoto y oscuro, donde imperaban fuerzas blasfemas. La asociación entre desconocido y maligno parte de los miedos básicos del hombre, del miedo a la oscuridad, que no deja de ser una forma de terror a lo ignorado. En Howard, lo incógnito residía en el pasado y en las estrellas.

Es una pena que este recurso literario haya caído en tal desuso, pues confiere carácter a los personajes y los envuelve con el manto del mito. Hoy en día nadie habla con epítetos, y aún menos escribe. Sería interesante ver qué pasaría si lo hiciéramos con Obama, el que puede, con Schwarzenegger, el que tuvo fornidos brazos, o con el zeji-punzante Zapatero.

Precisamente, si recuperamos lo antiguo, nos lo comemos y lo regurgitamos en el suelo, surgirá algo totalmente diferente de lo antiguo. Estaremos creando el futuro a partir de las trizas de la perdida Ilion.


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