Aprovechando estos bienhechores días de fiesta hemos subido a una casa de campo que compró mi abuelo, hace ya muchos muchos años, a una traductora de la ONU. Está por la zona de Montserrat, y desde ella pueden admirarse unas magníficas vistas de la misma. El cielo nos regaló una ensangrentada puesta de sol que nos volvió locos con las camaritas a mi hermano y a mí.
Pasamos un par de días hogareños, sin alejarnos demasiado del fuego benefactor, charlando y comiendo sin cuartel. Las fotos que realicé en esos momentos cálidos, tranquilos, parecen haber adoptado un trazo pastel, adquiriendo el aspecto a veces de un cuadro pintado.
Retraté elementos varios del ideario campesino, y las estancias que mi padre ha ido reformando a lo largo de los años como la bodega oculta detrás de la biblioteca, con tantos y tantos objetos curiosos y antiguos.
Ha sido una navidad rural, en familia, que nos deja bellas estampas y recuerdos para el futuro.