Supongo que más de uno por estas fechas se preguntará de dónde proviene la entrañable fiesta de la navidad, aunque con el avance infrenable del consumismo occidental, año tras año, perdamos un poco de conciencia de qué estamos celebrando realmente: Jesusito en su Belén a la espera de los reyes magos de oriente, la llegada de unos renos ingrávidos transportando a San Nicolás, o en Catalunya, la paliza a un tronco con barretina que defeca regalos y golosinas. Como es natural, ante las expectativas de más regalos los niños se convierten en chaqueteros culturales, y se apuntan fácilmente a las tres.
La tradición cristiana nos dice que la navidad es tiempo de amor y bondad, que así debe celebrarse el advenimiento del Mesías. ¿Pero realmente estamos celebrando la venida del hijo de Dios a la tierra? Bueno, simbólicamente sí, aunque probablemente no sea el origen de las fiestas navideñas y Jesús de Nazaret no nació durante su curso. Como en tantos otros aspectos, la religión cristiana fue asimilada por las culturas paganas e incorporó los dioses y celebraciones preexistentes, cambiando ciertos aspectos para oficializarlos y quitarles la etiqueta de herejes. En gran parte de la península ibérica la infinidad de diosas menores que existían se convirtieron en las actuales vírgenes, veneradas y multicolores. Sin embargo, otros entes mitológicos no corrieron la misma suerte, tales como los genios de Euskadi o el asti-cornudo Cermunnos Celta.
En las sociedades antiguas, tan inclinadas a alzar los ojos hacia el cielo, las conjunciones astrológicas gozaban de gran importancia. Así, el solsticio de verano y el solsticio de invierno eran dos fechas de indiscutible peso, siendo una el actual San Juan y la otra la Navidad.
Los romanos el 25 de diciembre celebraban el “Natalis Solis Invicti”, una fiesta asociada al nacimiento de Apolo, que coincidía con los festejos de la Saturnalia, donde se intercambiaban regalos, se liberaban temporalmente a los esclavos, y se aplazaban guerras y negocios. Es bastante evidente que los primeros cristianos, hijos de la madre Roma, cambiaron los dioses pero perpetuaron las celebraciones. Apolo, dios de la luz y el sol, y Saturno (identificado con el dios griego Cronos, el tiempo), son los mejores candidatos para ser suplantados por Jesucristo. Además, la Saturnalia quería representar la igualdad entre los hombres que hubo durante el reinado de Saturno, algo muy acorde con las nuevas doctrinas.
Una vez demostrado que las culturas, ideas y religiones son algo orgánico, que se nutren una de otras, y detrás de ellas siempre hay una persona, con sus valores y símbolos específicos, que la está contando, voy a relatar a lo que nos dedicamos el domingo.
Hace un par de años Maika me regaló unas figurillas de yeso de la natividad, y a pesar que no soy creyente, echaba en falta tradiciones entrañables que se habían perdido en mi vida. Hacer el pesebre es una de ellas, y no puedo negar que la fascinación que despertó en mí una visita a una muestra de pesebres fabulosos ha contribuido notablemente.
Al mirarlo ahora, lo que me transmite es un homenaje a la paternidad, al brillante resultado de la mezcla de dos seres, al poder de crear que nos ha dado la naturaleza.
Apolo, Jesucristo o Saturno, lo que nos cuenta la navidad es algo mucho más simple, es que después de un frío invierno, siempre llega la primavera. Y por si no fuera así, más vale abrazar al prójimo ahora que podemos.