Siempre he sido aficionado a los refranes, los juegos de ideas y paradojas. Antes solía entretenerme reformulando estos dichos populares que a menudo se nutren de “prejucios” que pueden tener parte de verdad, pero ni mucho menos son infalibles. Algunos ejemplos podrían ser:
- Al mal tiempo, buena cara.
Prefiero: Al mal tiempo, paraguas. (Ante los problemas lo mejor es buscar una solución. Tomárselo con filosofía es bueno, pero de por si no soluciona nada).
- Quien roba a un ladrón 100 años de perdón.
Prefiero: Quien roba a un ladrón es igualmente un cabrón (Que otros obren mal no justifica obrar mal, ni aún siendo los receptores de la acción)
- Quien ríe último ríe mejor.
Prefiero: Quien ríe último es que no ha entendido el chiste (Sobran explicaciones.)
Así podríamos seguir jugando un ratito.
Las paradojas, por otro lado, tienen mucho de refrán por su populismo y normalmente, son frases formuladas sobre errores o equívocos de base. Una paradoja, que vendría a ser la formulación de un absurdo, cimienta la ambigüedad sobre pilares que por lógica, deben tener algún elemento ficticio. Existen varias paradojas que hablan sobre el infinito, como la de: “un hotel de infinitas habitaciones puede aceptar más huéspedes, incluso si está lleno” o como la de “Aquiles y la tortuga”, donde al dividir infinitamente el espacio no debería ni poder existir el movimiento. ¿Donde está el error, pues? El pilar que tiembla y sobre el que se construyen castillos de arena es el concepto ficticio de infinito. Por lo tanto determinamos que el infinito no puede existir, es un concepto, no una realidad. Al intentar aplicar a la realidad un concepto ficticio se crean incoherencias. Es como si quisiéramos cuantificar cuanto amor hay en una piedra, es un tema muy interesante sobre el que debatir, pero todo resultado es simbólico y conceptual, nunca real.
Todo este tinglado me vino a la cabeza el otro día al volver a ver la paradoja cuántica del gato de Schrödinger. Según este experimento hipotético, al meter en una caja cerrada un gato con un artilugio que mata al gato si se activa, y depende que se active de una partícula atómica que sigue las leyes de la física cuántica, con un 50% de probabilidades de activar o no activar la máquina asesina, el gato estará a la vez muerto y a la vez no muerto hasta que se abra la caja y el gato se posicione ante la realidad. Esto es debido a que según las leyes cuánticas el átomo estará a la vez activando y no activando el mecanismo.
Mis conocimientos de física son bastante limitados, y animo a quien pueda explicármelo o rebatirme a que lo haga, pero a mi lo que me parecen la paradoja del gato zombi o el “experimento de Young” son errores de base. Según entiendo, la física cuántica, al no poder medir ni determinar exactamente donde se encuentra una partícula, para realizar los cálculos utiliza probabilidades. Es decir, los científicos no pueden calcular si el gato estará vivo o estará muerto, pero eso poco tiene que ver con lo que pase, que no se ve influido por nuestro conocimiento. Como he dicho otras veces, el universo no ha de pedirnos permiso para actuar. Extrapolar fórmulas matemáticas de aproximación a la realidad puede provocar este tipo de errores, cuando aplicamos conceptos ficticios que nos sirven para entender el mundo a ese mundo directamente, sin tener en cuenta que probablemente dios no sepa contar, hacemos patafísica y poesía, pero no ciencia.
Quien pueda explicarme donde termina un objeto y empieza otro a nivel atómico me hará tremendamente feliz. Quizás hasta nos hayamos equivocado en eso, con los números. Puedo ver elementos diferenciados en mi cabeza, pero nunca logré verlos en el mundo.