Por la mañana, al levantarte en un día festivo, quizá te asomas por la ventana. Si hace sol podrás ver la luz filtrándose y creando sombras, y te cegará momentáneamente, pues tus ojos aún no han despertado del todo. En cambio, si el cielo está nublado y llueve, podrás oír aún desde la cama el tamborileo mojado de la gotas en la calle, como el runrún de un gramófono viejo. Al contemplar el mundo a través de los cristales surcados por lágrimas, podrás ver el matiz frío, apagado y oscuro de la piedra humedecida.
En cualquier de los dos casos estaremos escuchando a Rita, la urdimbre cósmica, la realidad deslizándose en el tiempo y tumbando, por orden y con compás, una a una las fichas del dominó del universo. Sobretodo es en escenas de aparente complejidad física donde intuimos más claramente el determinismo fatídico que todo lo engloba, y como a cada reacción sucede una causa. Es pues, en el caos, donde las leyes inquebrantables de la realidad se hacen más evidentes. Otro aspecto es que nosotros, como hombres o hormigas las conozcamos y entendamos, aunque al mundo no le hace falta nuestro permiso para seguir actuando. Siempre lo ha hecho así y no creo que ahora se detenga.
En consecuencia, deducimos, que las cosas pasan porque alguna fuerza las impulsa, una interacción hace cambiar su estado, y determina su consecuencia antes de consumar el acto. De hecho, teóricamente, ya hay un resultado final determinado, lo que tenga que ser será. Como la ecuación que tiene una solución, y a pesar que la desconozcamos, esa es la solución, la realidad debe de tener un resultado final. Aquí me estoy poniendo en un berenjenal de otro tema, dado que un tiempo lineal determinista cae en la paradoja de que siempre hay una causa anterior y una reacción posterior, tendiendo a infinito, y yo hoy quería escribir sobre Rita. Otro día quizás hable de este tema, de momento, solo diré que creo que la pregunta por fuerza ha de ser la respuesta.
Al observar escenas donde se hace palpable para el ser humano la complejidad física, con muchos objetos o partículas interactuando, nace en nosotros el sentimiento de percepción de belleza. Nos parece bello la explosión de casi cualquier materia en slow motion , siempre y cuando no este viva, o los intrincados caminos que adoptan los líquidos en según que estados, y nos parecería precioso la colisión entre dos galaxias si pudiéramos admirarla suficientemente acelerada.
¿A qué se debe que nos parezca bonito? Sin duda a lo mismo que hace que nos agrade una melodía musical. ¿Por qué nos gusta la música, entonces? Porque nuestro cerebro percibe en ella una estructura, y a él le gustan las cosas bien ordenaditas. Al ver un globo lleno de agua explotar, nos pasa lo mismo, nuestra mente intuye una estructura en las interacciones que acontecen, y esa estructura es Rita.
Hay belleza y estructura en los fractales que dibujan árboles y plantas, en el vaivén de las olas sobre la arena, hasta en el derrumbe de un edificio. Si prestamos atención, si escuchamos atentamente, podremos oír a rita en todos los rincones de la existencia, tejiendo su red como una abuelita haciendo ganchillo. Y a pesar que, no nos vamos engañar, somos humanos y nuestra función es vivir, conceptualidades de este tipo no nos sirven para mucho más que para ronronear un poco, a lo mejor podamos aprender los ritmos de una forma subconsciente, como aprendemos a hablar, a cantar o dibujar, y utilizarlos en nuestra vida.
Mientras tanto, vamos a seguir jugando con lápices de colores, torpes niños que somos, y a disfrutar haciéndolo.