Los años de bohemia



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La prolija vida bohemia trajo mucho consigo por allá el año 2004. Vivía en un piso espacioso, con buenas vistas, y algunos días al ponerse el sol, después de mi relajada jornada laboral en un estudio de diseño donde realizaba packaging para herbicidas y cds interactivos, a veces explotaba el genio hasta altas horas de la noche dibujando o artisteando con más ganas que pericia.

En esas fechas mi vida había tomado una peligrosa pendiente donde a parte del Rock&Roll, del resto iba sobrada. Del escozor y el deseo manaba mi arte, y sin contar las irremediables secuelas que el lado más bestia de la vida me ha dejado de recuerdo, eran tiempos felices, hedonistas y que aún no habían logrado digerir la doble moral que rige este mundo.

La mayoría de obras, bocetos o moñigos de arcilla que creé durante esas veladas solitarias han terminado perdidos entre cubos de basura o carpeta extraviadas. Por suerte, una serie de 10 dibujos a tinta, coloreados con acuarelas y por ordenador, pudieron salvarse del borrón y cuenta nueva que cíclicamente se cierne sobre mi vida. Hice una impresión y enmarcado de cada uno de ellos, y los colgué en mi choza, donde estuvieron acumulando polvo mientra duró mi vida subterránea.

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Viéndolos ahora, desde la distancia, entiendo muchos aspectos de mi alma en esos momentos. El trazo cerrado, blando, infantil, los colores vivos, los ojos negros, y todas aquellas historias que me surcaban la testa con una cerveza en una mano, y la mirada perdida en el horizonte.

Cada uno tiene su propia historia, y explicarlos todos sería largo y tedioso. El que solía gustar más a la gente era la “Karmik Cookie Machine”, la máquina que iba repartiendo galletas de justicia kármika por la noche en barcelona, dando a cada uno lo que se merece. Siempre he pensado que si obras mal (o bien), tarde o temprano, acabas teniéndote que enfrentar a las consecuencias de tus actos, la vida ya se encarga de ello. Seguro que Alexis se acuerda de él, y de ese maltrecho Prometeo de barro y silicona que terminé haciendo trizas.

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Hace algún tiempo puse las impresiones de los cuadros que tenía apilotonadas a la venta en ebay, a un precio inferior de lo que valía ya de por si el negro marco de madera. Nadie pujó, pienso que debiera haber puesto “vendo magnífico marco negro” en lugar de “vendo cuadro impresión digital”, y al final he terminando regalándolos a amigos y familiares. Después de cinco años de aquellos cuadros poco ya me queda en casa, más que cuando voy a la cocina y veo colgando uno que dice: “El tiempo es un conejo galopante”. Mientras frío patatas pienso: – Ni que lo digas, amigo, ni que lo digas.

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