Espejos circunflejos: Introducción




[ Novela «Espejos circunflejos» ]
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INTRODUCCIÓN

Para ser exacto, este relato comenzó una calurosa noche de verano cuando, mirando las estrellas, nació en mí una idea que en aquel momento consideré sugestiva. Que ahora alguien vaya a leer este libro es consecuencia de la sobrecogedora visión de la inmensidad del firmamento, de la trémula lejanía de los astros, de la delicada caricia del aire estival. Es evidente que no era el primero en admirar el firmamento; la estampa del cosmos que por las noches emerge ha conmovido a la humanidad durante milenios, musa inequívoca de las preguntas más profundas y silenciosas que ha osado plantearse el hombre. No obstante, con el devenir de los siglos los ojos de la humanidad han ido cambiando, y en cada nuevo mañana cabe una nueva perspectiva. En mi caso, contemplar las estrellas arropadas por el canto de los grillos, juntándolo con una malsana afición por los acertijos de la física, desembocaba sin remedio en este libro. Resultaba casi inevitable que se acabaran enlazando las raíces neuronales apropiadas, tal y como pasó durante un instante, para que una idea brillara en la lobreguez del pensamiento. Y es que a veces, mientras andas por la calle o tiendes la ropa, elementos secundarios, aparentemente casuales, pueden despertar sin quererlo originales y efímeras ideas. Ideas fugaces que suelen desvanecerse en el olvido tan rápido como aparecieron. Pero este no fue el caso, y la idea tuvo la suerte de ser de esas pocas privilegiadas que apuntas en una servilleta o rememoras por la noche antes de acostarte.

A partir de aquel concepto embrionario se entreveía la posibilidad de una trama interesante para una novela, y sin dilación me puse a trazar las líneas generales del proyecto. Pero confeccionar un libro basándome en dicha idea suponía un pequeño gran problema: la acción debía transcurrir en un futuro muy lejano, en concreto decidí que el remoto año 2837 d. C. afloraba como una fecha adecuada para ello. Escribir sobre el futuro significaba que debía concebir el mundo del mañana que contuviera la historia, darle coherencia, realismo. Y eso hice con dedicación los meses anteriores a teclear la primera palabra. Aunque no iba a presentarse como una tarea sencilla, porque no se puede recrear el color que no se ha visto, ni concebir aquello que le es desconocido a nuestra percepción o intelecto. A pesar de que no estaba la batalla totalmente perdida —me alentaba mi ilusión—, ya que las piezas que conformarán el porvenir no deberían sernos completamente ajenas: en el legado histórico podemos entrever ciclos o tendencias, consecuencia directa de nuestra naturaleza humana, y es sensato conjeturar que sigan existiendo mientras humanos sigamos siendo.

Decía el poeta: «…pero siempre habrá poesía», porque el arte es inherente a nuestra condición, y mientras haya una subjetividad capaz de admirar la belleza, llámesele como se le llame, la poesía existirá. De forma similar, las características básicas que nos definen perdurarán inalteradas por los milenios, recubriéndose de las máscaras socioculturales y circunstanciales de cada época. Hemos de aceptar, sobreponiéndonos a nuestra vanidad, que poco hemos cambiado en lo más íntimo de nosotros mismos desde aquel remoto día en que aprendimos a dominar el fuego, pues las necesidades primarias han sido siempre las mismas, y de ellas emana toda herramienta o cultura. Por consiguiente podemos presuponer que en el futuro, aunque cambien las formas o estrategias que adopta la sociedad, los fines y sentimientos humanos sigan siendo los mismos. Con esta premisa decidí construir la ficción del futuro desde el hombre hacia el mundo, y no viceversa, intentando esquivar las seductoras extrapolaciones de la ciencia actual que podían tentarme, o las hollywoodienses extravagancias tecnológicas, por otro lado de una contrastada efectividad publicitaria, que carecieran de una práctica y clara finalidad.

Antes de la crisis sufrida por occidente en este amanecer de siglo, solía percibirse el avance de la civilización como una curva ascendente que incrementaba exponencialmente sus logros. Por lo menos esta era una asunción muy común y extendida. Creo que queda patente, en vista de los hechos, que el fantasma del «eterno progreso» es una falacia, y que si atendemos a un análisis más profundo, descubriremos que la historia humana se comporta igual que una onda, subiendo aquí y bajando allá, en ciclos no siempre uniformes y aun menos sosegados. Dado que un avance tecnológico no acarrea por sí mismo un avance intelectual, debemos comprender que el futuro podría albergar regresiones de cualquier tipo, y es una incógnita la morfología concreta de la sociedad que lo habitará. La única certeza que podemos tener es que el futuro será diferente. Y es factible que ciertos aspectos mejoren respecto a la actualidad, pero también que otros empeoren, o sencillamente, puede que algunos sean tan distintos de cuanto hemos conocido, que no sean comparables con el paradigma actual. Lo dicho debe servirnos para exorcizar los prejuicios que tengamos de antemano, e incentivarnos a adentrarnos en este relato del futuro sin presuponer lo que en él vamos a encontrar.

Leyéndome ahora, el lector acaso pueda pensar que el argumento de la novela es una visión particular de ese futuro distante, pero nada más alejado de la realidad. El contexto del porvenir es ineludible, no voy a negarlo, para cobijar con cierta solidez las ideas que expongo. Aunque prescindiendo de esta necesidad técnica, los personajes y sus historias, auténtico baluarte del libro, podrían transcurrir en cualquier otro momento o lugar. Pero más allá de las apariencias que podrían etiquetar el libro exclusivamente dentro del género de la ciencia-ficción, la vocación del mismo, que el lector ya descubrirá a su debido momento, es la de acaecer una novela de algo que podríamos definir como historia-ficción. Quiere ser un relato donde futuro y pasado converjan para mostrar la calidoscópica, aunque a la vez común y transversal, naturaleza de la vida, de las personas y de la sociedad. Además, con más ganas que pericia, he procurado que el lector participara en la medida de lo posible de la aventura, con juegos y enigmas diseminados a lo largo del camino. He intentado que el lector soñara y oyera las voces de antaño. Que tomara consciencia de la riqueza que nos precede, y de los misterios que todavía están por resolver. Así que no solo de imaginación se nutre la novela, sino también de estudio, documentación y una pizca de reflexión abstracta y volátil.

Para terminar diré que he tenido que adaptar y ceñir a la fuerza ciertos aspectos del texto, pues había algunos que entraban en conflicto con el estilo narrativo que quería desarrollar. De estos puntos, el mayor escollo ha resultado ser el lenguaje del futuro, que a mi juicio creo diferirá sustancialmente del actual. Y no me refiero al idioma, a las palabras o a la gramática, sino a la estructura comunicativa en sí. El lenguaje es en gran parte una expresión de los sistemas morales y sociales vigentes en cada época. Transcribir literalmente cómo opinaba podría hablarse en el futuro tenía el peligro de sonar muy artificioso —casi tanto como la palabra artificioso—, y alejar sin remedio emocionalmente al lector de la trama. Por eso he optado por traducir los diálogos, si es que se puede traducir aquello que no existe, a las formas de hablar actuales, entendiendo que lo primordial son los significados, más que un excesivo purismo en la quimera de pretender plasmar el futuro.

Por ello las palabras que se refieren a conceptos u objetos que aún no existen he tenido que inventármelas, amasando arcaísmos grecolatinos con significantes cotidianos, pero en todo momento he procurado que el presente libro no se convirtiera en un diccionario profético, ni en un tratado de cómo su autor sueña que podría ser el futuro. Como ya he mencionado el mundo del mañana es el escenario, es cierto, pero no el sujeto argumental. Así que animo al lector a que se sumerja en la novela consciente de que esta transcurre en un posible futuro más de cuantos puede concebir la imaginación humana, e intente ver la historia, sentimientos e ideas, que discurren detrás del attrezzo y el maquillaje.

Ferran Torrelles Masana
Septiembre de 2013, Barcelona.


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