Espejos circunflejos: C. VI




[ Novela «Espejos circunflejos» ]
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CÁPSULA VI
LA ENCRUCIJADA

La expresión ceñuda de Xuga al visualizar el reflejo acrecentó más si cabe la preocupación de Niván, que inmediatamente después de terminar el registro del debate entre Naturales y Ordenados había salido presto hacia la matriz de su amigo para enseñárselo. En este caso en particular, gracias a la absorción de un paquete de lectura de labios además del hecho de tratarse de lengua común, para ambos había resultado muy sencillo entender lo dicho en la reunión acaecida en el anfiteatro marciano.

A unos pocos kilómetros de ahí en casa de Niván, ajeno a los eventos del mundo material, Anüp seguía sumergido en la prueba troncal de la Habitación de las Turbaciones. Su tutor lo había dejado solo en la matriz pronosticando que al ejercicio tardaría todavía en concluir varios días, si seguía claro está la media habitual. Por ello y dado que lo registrado en el último reflejo era de una gravedad indiscutible, Niván no había dudado en visitar a Xuga, su cómplice en el secreto y experto historiador que podría acotarle debidamente el valor real de aquel suceso.

Una vez en el término de la proyección del reflejo, a la postre, con el estallido de la testa de Cinta Begerino, Xuga se sobresaltó de tal manera que se echó para atrás en el asiento donde contemplaba la escena. Instantes después, anulando la inyección visual, sus pupilas volvieron a enfocar el mundo tangible y a su inquieto amigo.

~No sé mucho de historia —empezó Niván—, pero eso no es lo que nos contaron sobre el Despertar. Puede que sea… —y vaciló buscando dar con la palabra adecuada—: incomodo, para mucha gente.

De primeras Xuga no comentó nada, y emprendió un paseo circular por la matriz, ansioso, meditando sobre lo observado.

~Dime Xuga, ¿qué crees que deberíamos hacer? —inquirió Niván sin obtener respuesta—. Puede que lo mejor sea no hacerlo público, ¿no crees?

~Cinco de abril del año cero —transfirió al fin Xuga—, se reunieron los representantes de Ordenados y Naturales en lo que iba a llamarse “la partida de ajedrez”. Después de un arduo debate, se convino de mutuo acuerdo que los Naturales se irían a Marte y los Ordenados forjarían en la Tierra un sistema eficaz e imperecedero para la existencia humana. Es ahí donde nace el Despertar y las leyes que hoy nos rigen… —y cambiando la cadencia monótona por indignación, resopló a voz—: ¡Qué gran mentira!

~También hace mucho de los hechos. Tres, trescientos años ¿no? Puede que…

~No te das cuenta Niván —le cortó—, condenamos a media humanidad. Nuestras instituciones, la supuesta perfecta libertad de la glorificada anarquía supervisada, todo ello se ha erigido sobre el sustento de la coacción y la violencia. Nuestra sociedad tiene derecho a conocer qué hicieron sus padres fundadores, para poder actuar en consecuencia, como crea oportuno —dictaminó Xuga y abatido se dejó caer en una silla—. Pero sí, es peligroso… muy peligroso. Nunca pensé que remover el pasado pudiera hacernos topar con una disyuntiva de estas características.

~Sé que puede disgustar a muchos —convino Niván que estaba algo sorprendido por el dramatismo de su amigo—, pero Xuga, es parte del pasado, hace mucho tiempo de ello. Si tú crees que debe hacerse público, confío en tu buen criterio, lo incluiré en la memoria principal.

—No lo sé —titubeó.

~¿No decías que la gente debía saberlo?

~Sí Niván, pero es peligroso. Temo por ti, por el chiquillo… No sabemos qué consecuencias puede acarrear para nosotros, si las leyes del Despertar nos ampararían. ¿Acaso no estaríamos atacando un bien público al darlo a conocer? Es paradójico, refutar los mismos fundamentos de las leyes podría ser condenable, y en consecuencia podría ser que nos expulsaran a Marte. Tampoco soy juez, pero creo entrever cómo podrían utilizarlo en nuestra contra con tal de mantener el régimen establecido —transfirió Xuga, que al ocurrírsele una posible solución, se puso rígido en el asiento—. Quizás podríamos utilizar algún tipo de pseudónimo, borrar nuestras huellas: sería una manera de darlo a conocer sin implicarnos de forma directa.

Aquella propuesta no gustó en absoluto a Niván, que ya se había hecho a la idea de triunfar en su Cepa de conocimiento tal que el descubridor de los espejos circunflejos. Renunciar a la fama y a la materialización de aquellas fantasías autocomplacientes con que en los últimos meses se había deleitado era inaceptable, era a todas luces un precio demasiado alto a pagar.

~Creía que el trance de las turbaciones que ahora está pasando Anüp os alejaba a los demás del miedo —rechistó Niván enfadado—. Pero hace algún tiempo que alegas “peligros” e intentas infundir temores paranoicos en mí. No sé qué te pasa o qué pretendes querido Xuga, pero ahora solo faltaría que me dijeras que para protegerme debes presentar tú el descubrimiento. Es “mi” descubrimiento, y no estamos en la Edad del Sueño, todo ha cambiado mucho desde entonces.

Al percatarse de los recelos y enojo creciente en Niván, antes de contestar, Xuga meditó sus palabras con cautela. Escrutó la mirada de su amigo, algo desafiante, y le acarició el dorso de la mano para tranquilizarlo.

~El miedo que perdemos, Niván, es a la muerte, pero eso no quita que nos preocupe el futuro de quienes amamos. Es posible que tengas razón y me esté volviendo algo loco —el tono mental de Xuga era conciliador—, pero debes entender la trascendencia de tu descubrimiento; ni por asomo se me pasaría por la cabeza quitarte el mérito, sé lo importante que es para ti. ¿Sabes? La historia me ha enseñado que todo cambia, pero que el temor al cambio puede hacer surgir una respuesta defensiva por parte del colectivo. Similar a un ente vivo, las estructuras sociales tienden a buscar su propia supervivencia, y cuando son atacadas se defienden, aunque no haya una cabeza que lidere la reacción; son los ciudadanos que las conforman quienes se comportan talmente como células de un organismo. Tú has estudiado algo de biotectura, y creo que podrás entender a lo que refiero. Solamente es eso Niván… En cualquier caso, la decisión está en tus manos. Yo solo pretendo aconsejarte, y te apoyaré en el camino que elijas. —Para finalizar, Xuga transfirió también un sentimiento de ternura, con la intención de que Niván tomara conciencia de la sinceridad de sus palabras.

Frente al discurso sosegado Xuga, Niván se arrepintió de sus insinuaciones y postró la mirada algo avergonzado. Divisó la envidia y el recelo que albergaba en sus adentros, fuentes de la discordia, y comprendió la fragilidad de su alma en unos momentos tan decisivos en el relato de su existencia. Sin transferir ningún mote más, generaron unos zumos de frutas y un piscolabis, y se dedicaron a analizar en silencio la situación que se les planteaba.

~Meditaré cuál es la mejor opción —concedió al fin Niván lánguidamente—. Puede que el asunto se me esté quedando grande. En el fondo sé que tienes razón, he visto… He visto tantos disparates en los reflejos (El ser humano está enfermo) —apuntó—, que supongo es absurdo creer que hoy en día no puedan pasar barbaridades similares. —Restó un instante en silencio sopesándolo, y transfirió—: Lo meditaré, pero… es tan importante para mí, que no me importa asumir las consecuencias que conlleve seguir para adelante. Sean cuales sean.

La exaltación inicial del encuentro se había transfigurado en desasosiego y pesadumbre. Con porte decaído y silencioso, aún permanecieron un buen rato degustando la merienda, valorando internamente opciones y posibles derivaciones. Se cruzaban la mirada a destiempo en tentativas de comunicación, pero de inmediato retornaban a sus cavilaciones solitarias. Al caer el sol detrás de las montañas, Niván se levantó e hizo un gesto vago con la mano para avisar que partía.

~Me voy —anunció.

~Si quieres puedes quedarte a dormir —propuso Xuga—. Hace mucho que no practicamos sexo.

~No —decretó—. Tengo que estar con Anüp.

No sin cierto pesar en el corazón, Xuga atestiguó afirmando con la cabeza que lo comprendía.

De camino a su matriz, Niván continuó cuestionándose cuál era la elección adecuada. A su alrededor la oscuridad se aferraba a los árboles y a las zarzas, aunque el cielo luciera todavía claro, contrastaba detrás del negro de la vegetación con delicados matices que iban desde el amarillo al azul cenizo. El sendero ensombrecido a duras penas se distinguía, y montado en el ciclón, Niván meditaba alejado de los quehaceres de la conducción, cedida al vehículo.

La Verdad, ese concepto tan ambiguo y subjetivo, resultaba ser ahora un problema mayúsculo. Si les habían ocultado deliberadamente un tema tan significativo como la formación de su estructura político social —razonaba Niván—, también otras numerosas supuestas verdades eran susceptibles de albergar la mentira. ¿Pero quién eran ellos? Los delegados fundadores estaban muertos desde hacía siglos, y no veía viable que existiera una élite que compartiera sus secretos. A lo mejor, como comentaba Xuga «Ellos somos nosotros» —especuló—, y eran los mismos miedos colectivos los promotores de la ocultación, igual que él se preguntaba ahora si hacerlo público.

Puede que su descubrimiento, más allá de concretar detalles históricos, se convirtiera en el germen de la duda que sacudiera a la sociedad, desatando preguntas y desconfianzas nunca antes vistas. Era cierto —se dijo—, que la realidad se definía a través de la información que uno poseía, y la ignorancia hacía en ocasiones todo mucho más sencillo. Pero ya no cabía la opción de hacer marcha atrás, al menos para él. Ahora tan siquiera quedaba decidir si abrir los ojos a los demás, o acarrear con el peso del secreto. Pensó en cuál sería la postura de su antigua tutora en dicha tesitura, y concluyó, cuando ya estaba llegando a su matriz, que Andara seguro que lo habría hecho público sin vacilaciones. Pero él era distinto, él sabía que bajo sus razones y justificaciones existía un interés particular: no quería renunciar a probablemente la única oportunidad de su vida de alcanzar el éxito social. Conseguir el éxito en una sociedad que quizás destruía, o modificaba irremediablemente, pero en la que él deseaba prosperar a casi cualquier precio. Sospechar de las tretas de su avaricia le hacía dudar, y continuar dándole vueltas al asunto.

En la penumbra de la matriz Anüp seguía echado en la cama, inmóvil aunque con un ritmo de respiración muy intenso, por poco jadeante. Tras generar una infusión, Niván se aproximó al niño y le agarró la mano, consiguiendo con la caricia que el resuello cesara. Niván era consciente de que Anüp no tenía ninguna culpa de sus embarazosos descubrimientos, que la aventura que había decido emprender no debía salpicar al pobre chico. Según cómo evolucionaran los hechos —reflexionó—, tal vez solicitara la revocación de la tutela, lo cual implicaría su nulidad permanente para volver a ejercer de tutor, pero en cualquier caso, el bienestar de Anüp estaba por encima de eso.

Se sentía cómodo en la creciente oscuridad que progresivamente iba dando paso a la noche, oculto y protegido de la sociedad que en breve le juzgaría. Con el humo de la manzanilla danzando a la luz de una luna que iba cobrando fuerza, sospesó por última vez la disyuntiva, y sin quitar ojo a Anüp se preguntó cuántas veces más tendría que decirle «lo siento». Para zanjar finalmente la cansina vacilación, resolvió decirlo. Decidió hacerlo público en un par de días y no darle más vueltas. De hecho, pese a que su realización personal era un argumento egoísta de poco peso a nivel abstracto, el derecho de Anüp y sus demás conciudadanos a conocer la verdad, aunque esta doliera, no podía ser traicionado en favor de salvaguardar el engaño en que la sociedad vivía. Consideró que si empezaba contándoselo a Jun y Andara, entonces ya no habría vuelta atrás, y sería una manera de quitarse un peso de encima. No pudiendo esperar al día siguiente, se enlazó a la médula para hablar con sus amigas, pero ninguna de las dos tenía el canal de comunicación activo. Se extrañó, puesto que solo se desconectaba el enlace en contadas ocasiones cuando uno pretendía estar tranquilo, o cabía la posibilidad, igualmente peculiar, de que a estas horas se encontraran en alguna zona del globo sin cobertura, como había resultado ser la guarida de los Inmortales. Las dos opciones eran igualmente raras y achacó a algún fallo en la médula la falta de señal. Por lo que era siquiera cuestión de esperar a que se reparará, y dispuso que en un rato volvería a intentarlo.

Concretada su decisión en firme de hacer público el hallazgo y no irse a la cama hasta habérselo explicado a sus amigas, alzó la vista hacía el firmamento, donde se apreciaban las primeras estrellas. Tan insignificantes y tan trascendentes, su brillo tenía algo de irreal, de intangible leyenda. La ciencia y la razón decían que eran soles lejanos, cúmulos de potencialidad desperdigados por el cosmos. Pero la imaginación y la percepción humana, desde su diminuto margen cognitivo, sentían las estrellas como luces eternas con un cierto halo mágico, casi divino. «Cuantos problemas —clamó Niván en sus adentros— por algo que nunca conoceremos, que quizás ya ni existe, que tiene tan poco que ver con nuestro día a día». Desde su pragmatismo matemático, Niván conjeturaba las reacciones y miedos que en la gente podía conllevar su descubrimiento, y no terminaba de entender por qué las ideas, los sueños o los recuerdos, eran capaces de engendrar tal cantidad de sufrimiento. Para él, tampoco era un asunto tan importante, después de haber contemplado las atrocidades acaecidas en el pasado a través de los reflejos, aún se le hacía más patente la necesidad de llevarse bien con los otros, fuera cual fuera la ideología de cada uno. Sentía que los conceptos eran irrelevantes, solo los actos y las buenas maneras tenían un ápice de realidad.

En ese instante dos siluetas negras, antropomorfas aunque aladas, se recortaron en el cielo. Gracias a la escasa luz que todavía aclaraba el añil de la cúpula celeste y el fulgor lunar, Niván pudo verlas pasar sobrevolando su matriz y descender unos cientos de metros al Este, en una ladera cercana cubierta de espigas. En el exiguo contraste de la visión, solamente pudo distinguir que aquellos entes totalmente desconocidos para él tenían extremidades igual que un hombre, pero más largas y huesudas, y del lomo les sobresalían un par de alas membranosas con las que planeaban tal que halcones. Por lo demás, la oscuridad ofuscó cualquier detalle. Lo absurdo de la estampa transfiguró el ensueño de aquella observación fantasiosa en el umbral de una pesadilla.

Quizás otro individuo con la Habitación de las Turbaciones superada, simplemente se hubiera sentido intrigado, pero a él se le heló la sangre. Fue tal el miedo que invadió a Niván, que se quedó paralizado, apretando la mano de Anüp con una presión desmedida. El niño se quejó con un gemido somnoliento, y Niván lo soltó al acto, sacudiéndose la rigidez y retomando en parte el control de su cuerpo.

—¿Pero qué…? —balbuceó—. ¿Qué…?

«Vienen a por mí, vienen a por mí», empezó a repetirse internamente. Al hundirse aquellos seres alados en la opaca maleza Niván los perdió de vista, aunque tenía suficiente con los escasos segundos del vuelo que había contemplado como para determinar que esos engendros antinaturales eran peligrosos, y no tenía ni la más remota intención de averiguar a qué venían.

Algo colapsado por el miedo Niván correteó por la matriz buscando una solución, pero no halló donde esconderse, ni ningún objeto que pudiera servirle de arma. Después de tirar por el suelo algún mueble y desordenar la mesa, se sintió como si el tiempo que había invertido en aquella actividad fuera crucial y acabara de perderlo por su atolondramiento.

Miró hacía afuera, en la negrura los grillos entonaban su monótona melodía y un viento violento zarandeaba las ramas, era imposible distinguir si alguien se acercaba. Salir huyendo por el bosque con Anüp en brazos era una mala idea, en la oscuridad era presa fácil, y no tenía tiempo, más incluso atendiendo a su estado de nerviosismo, de absorber un complemento visual para desenvolverse en la noche o de generar un arma. Este último pensamiento le llevó a una idea nueva y sugerente: debajo del arca de generación, en el centro de la matriz, debiera existir una sala estanca donde se acumulaba el potencial que era utilizado después para materializar los objetos. El espacio de debajo el arca era un área por lo común poco conocida, la misma matriz se encargaba de mantenerla en buen estado para su funcionamiento, y Niván sabía de su existencia gracias a sus estudios primerizos en biotectura de los que actualmente apenas se acordaba.

Con celeridad se sirvió del cepillo de espalda que tenía junto a la bañera para, haciendo palanca, levantar el suelo de uno de los compartimentos del arca. Se puso a Anüp en el hombro, y con cuidado pero con prisas, descendió por el agujero que había abierto. El depósito debajo del arca era una bolsa de unos 10 metros, de paredes rugosas recubiertas con un entramado de conductos entrecruzados que recordaban raíces o el sistema vascular animal. Antes que nada Niván volvió a poner la tapa en su sitio como buenamente pudo, aunque se presentaba algo complejo desde el interior y tardó lo que consideró una eternidad. Seguidamente se dejó caer junto a Anüp, y recostándolo en su vientre, inspeccionó visualmente la estancia. Del lado contrario de la sala sobresalía una estaca que iba hasta el centro, el aguijón —puntualizó la memoria de Niván—. En su punta, sin llegar a tocar la aguja, una bola negra del tamaño de un puño flotaba ingrávida envuelta por un brillo tenue y sombrío. Era un sol de obsidiana que emitía un zumbido constante, y mirarlo era hipnótico, pues el fulgor que lo rodeaba parecía no ser debido a la emisión de luz, sino por el contrario —juzgó Niván—, a su absorción. En otras circunstancias aquella luminiscencia insólita hubiera sido un espectáculo digno de admirar, pero la situación no permitía desconcentrarse en necedades, y agudizó el oído para captar todo lo que trascurriera en el piso de arriba. No obstante, la incómoda calma no se rompía, y la expectación iba poniéndolo cada vez más y más nervioso.

Pero un crujido distante lo cambió todo, y Niván volvió a repetirse interiormente: «Vienen a por mí, vienen a por mí». Hasta entonces Niván aún albergaba esperanzas en que sus miedos fueran infundados, y aquellos seres tuvieran una explicación racional que no le implicara a él. Aunque el ruido de un mueble al ser arrastrado terminó por confirmarle sus temores, y se le removió el estómago, soltando un agudo quejido intestinal tremendamente inoportuno. Sostuvo el aliento un momento, atento a cualquier reacción ante el ruido de su estómago, y se calmó al parecerle que nada indicaba que le hubieran descubierto.

Mientras esperaba a que se fueran, Niván emprendió la labor de elucubrar qué eran y por qué le buscaban. Inicialmente, en su estado mental altamente paranoide, resultaba evidente que el desencadénate había sido su reciente descubrimiento sobre la expulsión de los Naturales a Marte. De algún modo, los que estaban interesados en mantener el régimen establecido tenían constancia de sus investigaciones, y habían decidido silenciarlo. Xuga tenía razón sobre los peligros que representaban los espejos, ahora no cabía duda alguna. ¿Pero acaso pretendían matarlo? O en el mejor de los escenarios, ¿eran simples emisarios que querían persuadirlo para mantener el secreto? Si así fuera —opinaba Niván—, no se hubieran presentado con tal sigilo y nocturnidad. Eran ejecutores, estaba convencido de ello, pero Niván no se sentía preparado aún para la muerte, y haría lo que estuviera en sus manos para evitar ser exterminado. La siguiente cuestión que lo abordó fue la de ¿qué sujeto o grupo, corrupto e ilegal, era artífice de aquella locura? La ejecución directa, sin juicio ni defensa, no respetaba ningún precepto de las leyes, era en sí misma una abominación jurídica sin legitimidad. Entonces recordó las palabras de Xuga, sobre el comportamiento de las entidades sociales cual organismos vivos, sin un único responsable directo. Pero de inmediato se dijo que si aquellos seres estaban ahí, alguien tenía que haber dado la orden, y además, ¿cómo demonios habían entrado en la matriz sin que él les diera acceso? No hallaba ninguna lógica a aquello. ¿Pero quién le había delatado? Solo Xuga y él conocían el secreto. No podía creer que Xuga le traicionase, era su compañero, su amigo; no tenía ningún sentido. ¿Pero qué otra explicación cabía?

Pasados unos minutos iniciales de tensión, en que había estado atento a cada sonido escurridizo por diminuto que este fuera, su atención fue menguando por el cansancio que le causaban los nervios sostenidos, y sus ojos fueron a descansar en la hipnótica bola negra del centro de la sala. El zumbido que emitía era parecido al volar de un abejorro, y su frecuencia constante y vibrante tenía un efecto sedante, casi narcótico. Estaba Niván al tanto de la función de aquella pieza de la matriz, según recordaba, era el cúmulo de potencialidad que servía para generar los alimentos u objetos que aparecían en el arca. De ahí salía su desayuno y ahí iban sus excrementos, era el estómago de su casa. A causa de la portentosa densidad del cúmulo de potencialidad, superior a cualquier manifestación de materia y solo equiparable, en cierto modo, a un agujero negro, el espacio-tiempo se curvaba provocando una ligera aunque evidente atracción gravitatoria. Niván se fijó en los rizos de Anüp, que se estiraban hacia el centro de la sala, y percibió, al concentrarse en sus manos y su piel, la fuerza que lo atraía a él también. Por suerte —recapacitó—, los cirujanos que diseñaran la cocina del arca habían atinado en crear un cerco de contención alrededor del sol negro, pues de no ser así, él y Anüp hacía rato que hubieran desaparecido para transmutarse en indiferenciada potencialidad.

El ser humano —meditaba Niván absorto en la esférica noche que levitaba enfrente de él— era capaz de los logros más nobles y complejos, la biotectura o el control de la materia eran buenas muestras de ello, pero por otra parte, su naturaleza animal, en cuanto ser vivo, le confinaba a caer en comportamientos estúpidos, mezquinos y malvados. Se dijo Niván que con probabilidad los que estaban detrás de la venida de los ejecutores, no habían actuado creyendo que hacían un mal, seguramente siquiera pensaban que era la mejor opción para un bien mayor. ¿Pero en tal caso eran malvados? ¿O la ignorancia los eximía de la culpa? Querer matarle por algo que todavía no había realizado, sin juicio ni aviso, nadie podía llegar a considerarlo un acto positivo, y por ello en la mente de Niván los autores de su sentencia de muerte aparecían como víctimas de aquella parte del hombre, que lo hacía estar vivo, pero también ser un monstruo en determinadas ocasiones. Eran los mismos instintos ancestrales que conservaban en él el miedo, el cariño hacia Anüp, o la fascinación por las estrellas. ¿Podría alguna vez la humanidad librarse de esta carga? ¿O sin dolor y maldad tampoco se podía esperar felicidad ni belleza?

Sumergido entre estas interrogaciones, presa de una sublimación mental que era inducida por la contemplación del cúmulo de potencialidad, de repente, los ruidos en la parte superior de la matriz cesaron. Niván despertó de sus etéreas reflexiones con la impresión de que su consciencia había estado alejándose al mirar el sol oscuro y atender su zumbido eléctrico, único sonido que ahora quedaba en el ambiente de la sala estanca.

Quiso creer que la pesadilla al fin había terminado, y que por ventura, aquellas bestias ya no estarían merodeando por su hogar. Pero el miedo le hacía ser desconfiado y medir con cautela cada gesto, así que sospesó antes de mover un dedo qué podía hacer. Restar inmóvil más tiempo, expectante a ruidos o señales, era una alternativa. Pero en definitiva —le espetó la voz de la evidencia—, tendría que terminar saliendo en un momento u otro, y el silencio, por prolongado que fuera, no podía asegurarle que no continuaran ahí. Mirar afuera levantando la tapa del arca, por discreta que resultara la ejecución, suponían un riesgo. Resolvió por descarte que servirse de la matriz para determinar que los ejecutores no seguían en la casa era el mejor método para preservar la seguridad de él y del pequeño Anüp. ¿Pero cómo? Niván se esforzó en recordar lo aprendido años atrás sobre la biodinámica de la matriz, bien que podía haberlo consultado en la médula, quería prescindir de cualquier interacción innecesaria con la red global por miedo a que sus verdugos la estuvieran rastreando en busca de indicios de su presencia.

De las profundidades de su memoria emergió el recuerdo de un primitivo sistema visual, según había estudiado años atrás, que debería poseer la casa. Se trataba de un mecanismo óptico que cubría una función de regulación interna, pero que también podía servirle perfectamente para su fin. A pesar de que Niván ahora ya creía evidente que los incursores se habían ido, también opinaba que era conveniente cerciorarse de la veracidad de sus sospechas. Entonces, armándose de valor se enlazó a la matriz, y después de rebuscar apresuradamente entre las funciones internas, encontró lo que buscaba: un ojo, imperceptible a simple vista, que en la cúspide de la cúpula de la matriz observaba cenitalmente la estancia. Lo activó y una imagen globular de ojo de pez se reveló en su retina mental.

En la penumbra que el resplandor de la luna dibujaba, Niván descubrió dos figuras en pie y quietas. Eran indudablemente quienes vinieran a darle caza. Ahora, gracias a la menor distancia pudo verlos con mayor nitidez, sin embargo, entre la oscuridad reinante en la matriz y la deformación angular que sufría la imagen a medida que se alejaba del objetivo, era difícil determinar los pormenores y las proporciones reales de aquellos seres. Sus cabezas ahuevadas, sin rostro, aparecían recubiertas por un seguido de bultos en disposición de colmena que recordaban al ojo compuesto de una mosca. Tanto su cuerpo como sus extremidades eran terriblemente largos, y Niván acertó en concluir que tal anomalía no podía ser solo consecuencia de la deformación visual producto de la forma del orbe desde donde los espiaba, y que dichos organismos eran en verdad muy altos, descarnados y huesudos.

El centelleo de un relámpago de una tormenta lejana aclaró fugazmente el recinto, y Niván pudo captúralo en su retina, junto con parte del entorno de afuera, donde el viento agitaba con gran fuerza la maleza. Los nervios volvieron a prenderlo con cada detalle de aquellas abominables figuras: su piel negra, tersa, aferrándose a una musculatura evidente; sus grandes alas, plegadas, sobresaliendo de los omóplatos; su posición fija, inquebrantable, que les otorgaba la rigidez pétrea de las estatuas.

Automáticamente Niván se desconectó de la matriz por temor a que detectaran su presencia. ¿Era posible que supieran que estaba escondido bajo la casa? —se preguntaba—. ¿O sencillamente creían que se encontraba en otro lugar y tarde o temprano tendría que volver a su matriz?

Agotado y sin respuestas Niván miró a Anüp: seguía dormido, ajeno a todo aquel suplicio, aunque el chico también permaneciera atrapado en su particular pesadilla. «Por lo menos la Habitación de las Turbaciones es una fantasía inducida —se dijo—, un mal sueño». Pero los demonios negros que le perseguían eran reales. Reales como el Inmortal con quien Niván se topara, reales como los espejos galácticos y el pasado oculto que sus reflejos desvelaban, reales como las mentiras y patrañas en que se asentaba la legitimidad de la sociedad terrícola.

De unos meses para acá la vida de Niván se había vuelto tan quimérica y extraña, con acontecimientos que bien podían formar parte de la trama de una recreación de ficción, que cada vez le era más complicado diferenciar entre la subrealidad y su vida cotidiana. Con anterioridad a su gran descubrimiento, Niván hubiera dado lo que fuera para que su insulsa vida resultara algo más excitante, pero ni por asomo hubiera adivinado las consecuencias de cambiar de paradigma vital. «Ten cuidado con lo que deseas —le aconsejó en una ocasión Andara—, porque puede hacerse realidad». «¡Qué razón tenía!», se decía Niván mientras abrazaba a un lejano Anüp, recriminándose en su fuero interno no haberla escuchado antes.

Pero en ese momento las lamentaciones no servían para nada, y él lo sabía. Debía encontrar la forma de salir de la situación. Si no por él, por el pequeño Anüp. Así que se estrujó los sesos considerando diferentes estrategias de evasión. Hacer un túnel, era demasiado ambicioso, solo disponía de sus manos. Pedir ayuda, era muy arriesgado, podía revelar su escondrijo y además, ¿con quién podía confiar ahora? Nadie estaba exento de sospecha. Por último, enfrentarse físicamente a ellos era una temeridad. Eran dos, mucho más grandes que Niván, y quién sabe qué habilidades especiales les habían inculcado al generarlos para desenvolverse en un combate. En conclusión, solo le quedaba esperar y seguir pensando.

En lo hondo de su psique algo le decía que no era objetivo en sus valoraciones, que luchar contra ellos era una opción viable, aunque él era un cobarde y por esa razón la descartaba. Eso le hacía sentirse mal, pequeño, y casi tenía ganas de llorar. «Eres un cobarde —resonó en su mente sin que él diera permiso—. Eres un cobarde y por eso vas a morir». Intentó reprimir con todas sus fuerzas aquel pensamiento. Desamparado, se acurrucó doblando las piernas y plegándose alrededor de Anüp.

Fue entonces cuando un estruendo enmudecido hizo retumbar levemente las paredes de la sala estanca. A continuación, el murmullo distante y sordo de un chaparrón se añadió al sonido trémulo del sol negro. Afuera estaba lloviendo, y eso no hacía más que empeorar la situación. Al asumir Niván que era incapaz, por falta de valor, de enfrentarse a los que custodiaban el nivel superior de la matriz, desistió en el esfuerzo de hallar una vía de escape alternativa. Dejó transcurrir el tiempo y se abandonó a su suerte.

Una hora después, con el ánimo más resarcido, decidió tantear por segunda vez el panorama del piso de arriba. Se conectó al núcleo de la matriz, y con la soltura que le proporcionaba conocer el camino de antemano, activo velozmente el ojo de la cúpula.

—¡Sí! —se le escapó al contemplar la sala vacía.

Los guardianes alados se habían ido, o eso parecía desde el ángulo aéreo. Niván se planteó si podría ser que agazapados en el exterior estuvieran vigilando, que fuera una especie de encerrona. Por lo que distinguía Niván, en la intemperie llovía con violencia, no había parado en todo el rato. Era posible que los esperaran escondidos en el exterior de la matriz con tal de darles caza, pero no tendría otra oportunidad más clara para escapar, y quedarse recluido eternamente solo llevaba a la muerte por inanición.

Convencido de que jugársela era su única opción, Niván levantó con cautela la tapa del arca e inspeccionó la sala sacando medio cuerpo, en un barrido ocular ansioso. Tras verificar que el terreno estaba despejado, se apresuró a sacar también a Anüp del agujero. Sabía que lo peor que podía hacer era permanecer en su casa, donde cualquier interacción con la matriz podía suponer dar la señal de alerta, así que con el niño en brazos, salió corriendo al exterior del habitáculo.

Las gotas de agua, que Niván sintió heladas, le golpearon punzantes el rostro por el intenso vendaval, y no tardaron en empaparlos por completo. Era imposible ver nada bajo la tempestad, y sin intentar mirar atrás, se adentraron en el bosque, donde las copas de los árboles resguardaban en cierta medida de la agitación del aire. Anduvo en dirección Este, por inercia, hacia donde residían sus amigos. Quedó confirmado que iba por buen camino al inclinarse el terreno y empezar a bajar por la ladera de la montaña. Estimó que era curioso que pocas horas atrás, el cielo se mostrara despejado luciendo una gran luna, y ahora el techo encapotado del mundo llegara hasta donde alcanzaba su mirada.

Las ramas de los árboles se agitaban como látigos y por el suelo manaban profusos riachuelos cuando Anüp se removió en los cansados brazos de Niván, que se detuvo al darse cuenta de que el chico se estaba despertando. Con la tensión, no le había pasado por la cabeza el hecho de que Anüp requería estar a cierta distancia de un núcleo conectado a la médula para proseguir con la prueba de la Habitación de las Turbaciones, puesto que no había sido enlazado globalmente al no preverse su traslado. Pero ya era tarde, y el niño entreabrió los ojos.

—¿Qué pasa? —musitó con un hilo de voz Anüp—. Dejadme ya. Dejadme.

Parecía totalmente agotado, consumido mental y físicamente por el ejercicio troncal.

—Anüp, soy yo, Niván. Tú tranquilo, pronto estarás bien.

Al oír la voz de su tutor, el chico clavó una mirada amarga en Niván, y después cerró de nuevo los ojos. Esta vez se durmió de verdad, y soñó con aquellas atrocidades que había vivido y que aún recordaba. Por su parte, Niván estaba descolocado, aquel imprevisto hacía que tuviera que decidir adónde ir y qué hacer exactamente. La expresión que había contemplado en Anüp, entre el dolor y el rencor, le hirió de tal manera que no pudo contener unas lágrimas disimuladas por el agua que empapaba su rostro. El instinto de supervivencia no había dejado que ahondara emocionalmente en el tema, pero entonces tomó consciencia del daño que estaba provocando, y cayó de rodillas en el barro.

¿Qué hacer? Su intención nunca había sido lastimar a nadie, pero el éxito tan anhelado se transformaba ahora en una ponzoña que se propagaba inexorable a su alrededor, y le daba la impresión de que su vanidad estaba siendo de alguna forma castigada. «Es absurdo —se decía refiriéndose a la existencia del influjo de una fuerza divina que lo castigara—, pero por ahora lo único importante es poner a salvo a Anüp». En estas circunstancias, no quiso seguir dudando de sus amigos. Le parecía mezquino por su parte sospechar que le hubieran traicionado. En efecto Xuga era el único que estaba al tanto del secreto, pero Niván lo conocía desde hacía tantos años que estaba convencido de que no era capaz de entregarle a la muerte de esa manera.

Evaluó que de momento, dejar a Anüp con Andara era lo mejor que podía hacer. Más tarde ya vería cómo se las arreglaba él solo. Niván se levantó y puso paso ligero en la dirección en que dedujo se situaba la matriz de Andara. Cuando llegó, la intensidad del chaparrón había disminuido un poco, y pudo contemplar a su amiga tumbada en la cama, iluminada por el tenue brillo de unos koas casi apagados. En el exterior Manni, el ciclón, pastaba en la hierba fresca aprovechando para ingerir una buena dosis de líquidos.

~¡Andara! —transfirió—. ¡Andara! —Al ver que esta estaba dormida profundamente y no se enteraría, gritó a voz—: ¡Andara! ¡Soy Niván! —Al no obtener respuesta alguna, lo intentó otra vez con más intensidad—. ¡¡Andara!! ¡Por favor, despierta!

La aludida se desveló ante el griterío, a pesar de que dentro de la matriz, por la estanqueidad del habitáculo y el rumor de la lluvia, las voces sonaron graves y apagadas. Al descubrir la escena, automáticamente Andara dio acceso a Niván y se alzó de un salto.

~¿Niván qué haces? —le inquirió sorprendida.

Antes de responder Niván dejó a Anüp en la cama de su amiga.

~Es muy largo. No tengo tiempo…es… es peligroso —jadeó mentalmente Niván por los nervios.

~¿Cómo puedes haberle roto las turbaciones? —le recriminó atónita todavía—. ¿No sabes lo qué le va a pasar?

Al oír eso, Niván se quedó de piedra, olvidando el resto y preguntó:

~¿Qué le va a pasar?

~Que nunca olvidará los martirios del ejercicio. No sabes lo que has hecho. ¿Qué puede ser más importante que eso?

—Su vida… —susurró Niván.

Andara escudriñó la mirada de Niván en busca de alguna respuesta, pero no daba con ella.

~¿Qué has hecho? —preguntó al fin.

~Es mejor que no lo sepas, Andara, podría ponerte en peligro a ti también. Han ido demasiado lejos Andara, no he sido yo, es una locura… —Al percatarse de que Niván se estaba desmoronando, su antigua tutora lo abrazó—. He visto, he visto cosas que no debían verse, nada es lo que parece Andara… no confíes en nadie. No confíes en nadie y protege a Anüp.

~¿Te vas a ir? —indagó ella.

~Si no me voy, me matarán. No tengo elección.

~Siempre hay elección Niván. Siempre. —Dicho esto Andara se sentó en la cama, junto a Anüp, y acarició su pelo rizado. Justo antes de que Niván se fuera, cuando estaba a punto de atravesar el corte temporalmente blando que hacía de puerta, Andara se comunicó con él una última vez—. ¿Sabes una cosa, Niván? Cuando yo era joven, hace setenta años, me despertaron de la Habitación de las Turbaciones. Desde entonces por las noches, a veces, aún tengo pesadillas, aún vuelvo a los laberintos del infierno. —Tras una pausa volvió a acariciar a Anüp—. Por eso dejé que te lo saltaras, porque conozco lo que ahí hay.

Tan siquiera pudo mirarla en una tímida tentativa de perdón, sin saber qué decir, pero no hallando las palabras, se dio media vuelta y regresó al amparo de la cólera de la naturaleza, que al castigarle azotándolo con la lluvia, le hacía sentir mejor.

Como era habitual en él, Xuga permanecía activo a altas horas de la madrugada, trabajando sin descanso en alguna de sus investigaciones históricas. Iluminado precariamente por los koas que reptaban por el techo de la matriz, no tenía ni idea de que Niván hacía un rato que lo observaba desde la maleza, atento a todos sus movimientos. Niván esperaba encontrar algún indicio que exculpara o incriminase a su amigo, pero todo resultaba normal, demasiado normal a tenor de su reciente hallazgo y de la conversación que mantuvieron esa misma tarde los dos.

Poco llovía actualmente, solo chispeaba a intervalos, y un gran claro en el cielo dejaba entrever parte del firmamento, con el brillo fantasmagórico de la luna en el filo de las nubes. Poniendo los pies encima la mesa Xuga dejó unos papeles que estaba examinando y se tomó un descanso pipa en boca, fumando sosegadamente de una cachimba, con el pensamiento lejos de ahí. Sus ojos acertaron en posarse a lo lejos, en las pinceladas de blanco que en las curvas dibujaba un río solitario, después, descendieron hasta la negrura cercana de la floresta que tenía enfrente. En ninguno de los dos casos miraba lo que sus ojos veían, simplemente vagaba distraído por el panorama, atento a las reflexiones e ideas que en la testa iba cociendo. Desde una perspectiva diferente, la de Niván, parecía talmente que Xuga le mirara fijamente como si lo hubiera descubierto. Sin ser así, cuando Xuga mantuvo la vista directa a la mata que ocultaba a Niván unos 5 segundos, el fugitivo se dio por localizado. Corrió hacia un arbusto adyacente, lo cual fue una muy mala idea, porque el fino tronco y sus ramitas apenas le cubrían, y Niván se sintió ridículo y estúpido. Por el torpe movimiento, no por otra cosa, Xuga reparó en Niván, y esbozó una amplia sonrisa mientras levantaba la mano en que tenía sujeta la boquilla de la pipa de agua para saludar. Viendo inútil seguir disimulando, con resignación, Niván levantó también la mano y salió de su escondite. «Bueno, habrá que enfrentarse al problema —se alentó— e intentar sonsacarle a Xuga si está implicado en el asunto. Aunque hay que ir con cuidado, que no avise a esos monstruos».

~¿Qué tal Niván? ¿A qué juegas? —transfirió Xuga al entrar Niván—. ¿Buscando setas a la luz de las estrellas? —se mofó.

El tono despreocupado de su amigo sorprendió a Niván, que notaba algo extraño en el ambiente aunque no sabía determinar exactamente qué.

~No. Me han… —Niván se detuvo, y decidió no explicar de entrada el incidente con los ejecutores—. He estado meditando sobre lo de hacer público lo del reflejo, le he dado muchas vueltas. ¿Has pensado algo más al respecto?

~Que estoy precioso cuando me miro en el espejo —transfirió Xuga con el sonido de la cachimba burbujeando de fondo—. ¿Qué demonios dices? Tienes una pinta espantosa, ¿te has caído?

~¿Qué si me he caído? Xuga, no es momento para bromas, no sabes… —Niván estaba perdiendo los nervios—. “La partida de ajedrez”, los Ordenados. Debemos tomar una decisión.

~Estás muy extraño Niván, ¿seguro que te encuentras bien? ¿Quieres que te lleve al hospital? —Xuga dejó escapar una gran bocanada de humo con olor a melocotón, y siguió transfiriendo mientras este se disipaba—. Sí, la partida de ajedrez entre Naturales y Ordenados es un tema apasionante, ¿pero a qué viene a cuento ahora? ¿Desde cuándo te interesa la historia?

Al percatarse de que Xuga parecía no acordarse de nada, Niván logró concretar aquello que desde su acceso le daba mala espina: la matriz estaba perfectamente ordenada y pulcra, cosa muy poco usual en su amigo. Asustado, Niván se preguntó por qué Xuga no recordaba su hallazgo, si le habrían borrado la memoria o estaba implicado en el asunto, y jugaba con él para volverle loco.

~¿En serio no recuerdas nada Xuga? —interpeló desesperado Niván—. ¿No sabes de qué te hablo? —Confuso pero con el rostro risueño, por creer aún que era algún tipo de broma, Xuga negó con la cabeza mientras sorbía de la pipa de agua—. ¿Qué has hecho hoy Xuga? ¿Qué recuerdas?

~Nada especial amigo. He estado trabajando con lo del refugio de los Inmortales, es un filón extraordinario… Pero dime qué pasa Niván, me estás empezando a preocupar.

«¡Los bulbos!», se acordó Niván. En ellos se guardaba la información de los reflejos, contenían la visualización en alta calidad de la Tierra en cada época, eran la base que fundamentaba el estudio. Inspeccionó con la mirada la estancia pues Xuga custodiaba gran parte de ellos, pero no los vio. Los bulbos de almacenaje eran la prueba material de su hallazgo, sin ellos, los reflejos ya pasados quedaba perdidos para siempre. Niván empezó a dar vueltas por la matriz para averiguar dónde estaban, pero en el enigmático orden de la casa de Xuga no aparecían por ningún lado. Cuando Niván comenzó a abrir recipientes y a levantar trastos, Xuga dejó su placida posición contemplativa, y siguió a su amigo intentando entender qué hacía. Le espetó algunos «¿Qué haces?» y «¡Pero Niván!», pero el aludido hizo caso omiso y no se detuvo, ignorando por completo a su amigo.

Al final, Niván se dio por vencido, y comprendió que no era conveniente que se quedara mucho más en casa de Xuga por las consecuencias que pudiera acarrear. Si habían lavado el cerebro a su amigo, este dejaba de ser un peligro para ellos, y en tal caso Niván no deseaba implicarle de nuevo.

—¡Basta Niván! —soltó Xuga enojado—. ¿Me dirás de una vez qué está pasando, o tengo que echarte de casa antes de que me la destroces? —Niván se quedó quieto y pensativo, a punto irse—. Lo que faltaba, ¿quién demonios ha puesto la fíbula de lado?

En una estantería junto a ellos, Xuga torció una pieza de bronce que tenía expuesta, que por lo visto se encontraba mal colocada. Entonces Niván recordó aquel arcaico imperdible, en que se había fijado alguna vez, y comprendió que su disposición no era casual. Siguió con la vista la línea imaginaria que había estado señalando la fíbula en su posición alterada, y fue a parar a un jarrón con tapa al otro lado del estante. Era una urna funeraria muy antigua, según recordaba Niván le había contado Xuga algunos meses atrás, era solo un descubrimiento que guardaba cierto peso emocional y por eso lo exponía. Corrió Niván a abrirla, y en su interior encontró un ansiado bulbo de almacenaje.

~No recuerdo haber puesto eso ahí —comentó Xuga, que ya no sabía qué pensar.

~Has sido más listo que ellos —transfirió Niván, aunque era consciente de que su amigo no iba a entenderle—. No voy a ponértelo más difícil, me voy Xuga. No hagas preguntas, no me busques, no indagues… —Se acercó a su amigo y lo abrazó—. Te echaré de menos.

~¿Te has vuelto loco? —transfirió Xuga con un deje triste y profusamente abatido.

~Sí. Me he vuelto loco —contestó Niván.

Se marchó dejando a Xuga conmocionado, aturdido por aquella escena estrafalaria que su razón no lograba comprender. Desubicado, Xuga por su parte intentaba entender los desencadenantes del comportamiento de su amigo, aunque en su memoria no quedaba rastro de ellos. Niván decidió no implicar a nadie más en el asunto, ya mucho daño había causado, y se internó en el bosque para desaparecer en él y no regresar jamás.


[ Novela «Espejos circunflejos» ]
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