Espejos circunflejos: C. II




[ Novela «Espejos circunflejos» ]
ÍNDICE | ⤎ C. I – Un día de campo :ANTERIOR | SIGUIENTE: C. III – ¿Qué fue de Marco-Antonio?


CÁPSULA II
EL QUE OBSERVA LAS ESTRELLAS

Otro día amaneció en la matriz de Niván. El susurro de la mañana, el cuchicheo alegre de petirrojos y mirlos, y el viento zarandeando las ramas de los árboles, despertó suavemente su maltrecho cuerpo. Los recuerdos de la jornada anterior se confundían con los sueños que por la noche habían estado turbando su descanso, y un dolor intenso le recorría la espalda y las extremidades. Era una sensación conocida, que ya había vivido otras veces después de que la cama de la matriz hubiera tenido que realizar un trabajo intenso en la regeneración y equilibrado hormonal de su cuerpo.

Algo confundido, reordenando los acontecimientos acaecidos y separándolos de las ficciones del sueño, estiró brazos y piernas y se quedó echado boca arriba mirando las nubes. La excursión con Xuga había sido una aventurilla emocionante, hacía muchos años que no vivía algo similar, y a fin de cuentas —pensó—, todo había terminado bien. Por un lado, detestaba ese miedo infantil que le asaltara en varios momentos de la expedición, por otro, desde la distancia del mañana se le presentaba como una historia apasionante que contar y recordar. En ese momento, cobijado por la seguridad del recuerdo, no le hubiera importado repetir la experiencia.

Acostumbrado a una vida tranquila y ordenada, con cada desvío de la rutina Niván iba asimilando la extraña certeza de que existían cientos de formas de percibir la existencia. Algunos caminos eran apasionantes como el de los cirujanos o los intrépidos exploradores de campo, otros tenebrosos, como la mísera degeneración del Inmortal recluido en la oscuridad. Pero lo que más le costaba de aceptar a Niván era que seguramente hubiera tantas consciencias recorriendo esos senderos vitales, que para ellas supusiera la normalidad lo que para Niván era extraordinario. Esa idea hacía que se sintiera atrapado en una jaula, con unos anclajes que le fijaban a la matriz y de los que solo él tenía la llave para abrirlos, aunque fuera incapaz de utilizarla por miedo a escapar de la confortabilidad de su calabozo.

Poniendo punto y aparte a aquellas reflexiones, se levantó de un salto, lanzó la vestimenta del día anterior a reciclar al arca y fue al baño para evacuar la cena, al tiempo que ponía a generar unas galletas Orprix —un nutritivo amasijo de insectos tostados que adoraba— junto a una taza de té con leche.

Sentado en la taza de excreción miraba fijamente el centro de generación y reciclaje, el arca, aunque abstraído y sin prestarle la menor atención. Primero le daba vueltas a qué podía dedicar aquel día; se dijo que sería buena idea descargar cuando terminara de evacuar la imagen del recuerdo del Inmortal que tenía en la cabeza, antes que se deformara demasiado. Después, a partir de la visión del arca, se preguntó si se utilizaría la misma energía del mono verde que había echado dentro a reciclar para generar su desayuno. Era una tontería, él lo sabía, la potencialidad del núcleo era indiferenciada, pero conceptualmente le hacía gracia pensar que iba a zamparse las ropas que llevaba el día anterior.

De súbito una chispa se encendió en su mente: «¡El libro!». El libro que había recogido en una de las salas del refugio de los Inmortales seguía en uno de los bolsillos del mono, y en breve podría pasar a ser té verde o leche de yak. Inmerso en plena faena se esforzó en terminar, se limpió el trasero rápidamente y fue corriendo a abrir el arca.

Dejó escapar un soplido de alivio al contemplar que en el interior, arrugado en el suelo, el mono seguía intacto. Por suerte el proceso de descomposición no había empezado. Nunca se había fijado en el tiempo exacto que tardaban los objetos en descomponerse y desaparecer, él los ponía en el compartimento izquierdo del arca y después simplemente ya no estaban. Pensó que quizás la digestión era un proceso lento, o puede que poseyera un periodo de seguridad para evitar despistes como el suyo, en cualquier caso se alegró de haberlo podido salvar, aunque una parte de sí se sintió avergonzada de recordar tan poco de los procesos internos de la matriz, procesos que estudiara años atrás. Niván dejó de nuevo la ropa a reciclar y escrutó el libro por encima pasando las hojas a modo de acordeón con el dedo. Confundido lo cerró, miró la portada, y lo dejó en la mesa. No tenía ni idea del lenguaje en que estaba escrito. Quizás era elubjín o algún idioma incluso más antiguo, así que se enlazó a la Gran Biblioteca de Alejandría para sondear el lenguaje de los Inmortales. Lo primero que encontró fue un seguido de textos clásicos que utilizaban las grafías elubjín. Escogió uno al azar, de un tal Shakespeare:

Y tras echarle un vistazo, del que extrajo una impresión meramente estética, activó su traducción instantánea:

«[…]Con frecuencia pedimos al cielo recursos que residen en nosotros mismos. El destino celeste nos deja libres en nuestras acciones y no retarda nuestros designios sino cuando somos lentos en ejecutarlos. ¿Qué poder impulsa a mi amor a que aspire tan alto? ¿Qué me hace ver aquello de que mi vista no se sacia? Cualquiera que sea la distancia que separa uno de otro los objetos, a menudo la naturaleza los aproxima como si fuesen idénticos y en un beso los reúne, sin reparar en diferencias. Las empresas extraordinarias parecen imposibles a los que, midiendo la dificultad material de las cosas, imaginan que lo que no ha sucedido no puede suceder.»

Reabrió el libro y comparó las letras de su interior con el texto que veía en su mente: era evidente que no se trataba del mismo sistema de escritura, y dedujo que en consecuencia tampoco correspondería al idioma elubjín. Aquello significaba que debía identificar previamente el lenguaje en que estaba escrito el libro, para más tarde absorberlo, cosa que le llevaría no demasiado, pero sí algún tiempo. Por ello decidió investigarlo en otro momento, cuando no tuviera nada que hacer, y abandonó el libro en la mesa.

Los recuerdos perdían nitidez con el tiempo, y a base de rememorarlos se iban modificando poco a poco, desgastándose y alejándose de la fotografía original. Así que antes de que se le olvidara o perdiera veracidad, descargó en la matriz la imagen mental del encuentro con el Inmortal.

Separó una captura fija del rostro del ser, y dejó por otro lado tres secuencias en movimiento del encuentro. Los recuerdos solían tener una textura algo borrosa, un desenfoque que se volvía nítido en detalles puntuales por haberles prestado más atención, y una luminosidad sobreexpuesta muy característica. Tendían a ser pequeñas cápsulas de entre 1 a 3 segundos. Por alguna razón que Niván desconocía, el cerebro solo funcionaba con fragmentos visuales cortos, que después se relacionaban con un hilo de acontecimientos concreto en la memoria.

Una vez descargados los recuerdos en la memoria interna de la casa, observó con detenimiento la captura de la cara del Inmortal que había extraído. Tenía un aspecto decrépito, pero también transmitía sabiduría, o hasta bondad creyó distinguir Niván. El cansancio de la senectud, en este caso extrema, que estaba fijado en aquel rostro era algo nuevo y estimulante para él. En la Tierra propiamente no había viejos en cuanto a su aspecto físico, puesto que a través de la cama de la matriz todo ciudadano se mantenía joven o maduro, dependiendo de la edad, pero sin envejecer. Ver los estragos del tiempo, la piel caída, la muerte abriéndose paso por aquel cuerpo agonizante, era un espectáculo que despertaba en Niván una ambigua sensación. Era interesante y desconocido, pero asimismo repugnante y aterrador.

Los ojos del Inmortal, cubiertos por una gruesa capa blanca, parecían querer preguntar algo a Niván. A su vez, mentalmente Niván abordó a la imagen con un seguido de interrogaciones retóricas tales como: ¿Quién sería? ¿Qué podía llevar a un ser humano a querer vivir perpetuamente en aquellas condiciones? o ¿Acaso tenía una misión o esperaba algo? Al final pensó que sin duda Xuga le aclararía todas aquellas especulaciones vagas a su debido momento. Ahora era mejor que fuera a desayunar y se centrara en su trabajo.

«Día nuevo, nuevos objetivos», se dijo. Quizás iba siendo hora de confiar un poco más en sí mismo, y esforzarse por encontrar algún descubrimiento del que pudiera sentirse orgulloso. El universo era tan vasto y tan lleno de misterios que cada jornada se publicaban en la Rama de Macrofísica de la Cepa del Tiempo nuevos hallazgos o estudios minuciosos sobre aspectos antes nunca contemplados del cosmos. Ante tal volumen de posibilidades de éxito, bien podía ser él el artífice de una de las novedades galácticas de la jornada.

Hacía tiempo que no se sentía tan motivado, salir de su huevo y tener nuevas experiencias desde luego le había oxigenado el alma. Sentado en la mesa oblonga junto al arca, agarraba con las dos manos la taza caliente de té con leche de yak. No es que tuviera frío, la temperatura dentro de la matriz era agradable, constante durante todo el año. Simplemente le producía un extraño placer el sentir el calor intenso de la cerámica en la palma de sus manos. Le relajaba.

Pensó, con las pupilas dilatadas, que los cambios podían llegar a ser muy beneficiosos, como lo había sido la agitada jornada anterior para sus ánimos. Acaso el cambiar de perspectiva, el buscar en nuevos senderos cognitivos, podría proporcionarle el triunfo en el campo de la astronomía que tanto anhelaba. Volviendo a la realidad con un doble parpadeo, puso un dedo dentro de la taza, en el té con leche, y lo hizo girar en sentido contrario de las agujas del reloj. La nata que se había formado en la superficie de la leche adoptó la estructura espiral que le confería la fuerza centrípeta. La imagen era análoga a la de la Vía Láctea, y por su sustancia, pertinazmente apropiada.

Niván sonrió ante la proporción aurea de los brazos espirales. Aquello era un juego de niños que explicaba visualmente la succión por parte del agujero negro del centro de la galaxia. Él conocía ampliamente la naturaleza y proceder de los agujeros negros, término en desuso que había sido remplazado por cúmulo de potencialidad varios siglos atrás. Sin embargo, esa imagen icónica, que había observado hasta la saciedad durante su aprendizaje, le sugería que en ella se escondía algún secreto. Era la misma sensación que tuvo, meses atrás, al decirle Andara que en el astrio, que era el consultorio de justicia, había una cenefa recorriendo las paredes; a pesar de haber acudido al edificio cientos de veces, nunca se percató de la cenefa hasta que Andara se lo dijo. Sus ojos solían posarse en aquellas paredes distraídos mientras esperaba un veredicto, y jamás vieron nada. Ahora sentía como si la cenefa —que correspondía metafóricamente en su mente al anhelado gran descubrimiento— otra vez estuviera ahí frente a sus narices, y él no fuera capaz de verla.

Cuando hubo terminado el desayuno, Niván volvió a tumbarse en la cama. Antes de conectarse a la médula se prometió no perder el tiempo observando con el telescopio qué hacían en Marte. Solía ocurrirle a menudo que después de un rato surcando las estrellas, se aburría, y torcía su atención hacia el planeta verde donde habitaban los exiliados. Siempre andaban metidos en guerras y en las situaciones más rocambolescas que uno pudiera imaginarse. Aunque Niván entendiera poco de la compleja geopolítica marciana, eso lo entretenía.

Activó su enlace y accedió a la batería de telescopios públicos del salar de Uyuni. Ciento cincuenta ojos amplificadores mirando al cielo con una definición y calidad de lectura pasmosa, al servicio de todo aquel que quisiera fisgonear el firmamento. Era una de las pocas bioestructuras de carácter colectivo que la Rama de Macrofísica había propuesto que se generara, y la afluencia de investigadores iba en aumento año tras año. No obstante, los mejores telescopios se encontraban en el lado oscuro de la Luna, pero dada la elevada concurrencia que estos tenían había que solicitar su uso con bastantes días de antelación.

Por desgracia todos los telescopios estaban ocupados, y Niván maldijo su suerte. Las únicas opciones que le quedaban eran o bien esperar a que alguno quedara libre, lo cual podía suponer unos minutos o varias horas, o bien posponer el rastreo a la noche y acceder a la batería de las Islas Canarias, mucho menos concurrida pero también de peor calidad óptica.

Se estuvo unos minutos meditando la cuestión y rogando que por casualidad alguien se fuera, pero nada cambiaba y la negativa de acceso por aforo completo seguía turbando sus deseos de perseguir su gran descubrimiento. Mientras hacía cola veía pasar las nubes, siempre iguales y siempre tan diferentes, puesto que la información penetraba directamente en su cerebro y hasta que no consiguiera un telescopio no activaría la parte visual.

Finalmente decidió posponer su investigación. Se sintió frustrado, el ánimo y la corazonada inicial de que encontraría algo de interés se esfumaban por momentos. Para consolar su espíritu se sumergió en una subrealidad que le animara. Las nubes desaparecieron y en su lugar emergió un techo de gigantescas plantas selváticas y coníferas cretácicas, por donde la luz del sol se filtraba en diáfanos rayos. Una música alegre danzaba por el aire húmedo, mezclada con una cacofonía de voces ininteligibles y risas. Niván se levantó de la cama, ahora en medio de la jungla, y anduvo hacia el barrullo.

Sentado en el jardín del nodo Niván acariciaba el césped con la palma de la mano. Desnudo para aprovechar el soleado y cálido día, el cosquilleo de las briznas de hierba sobre su piel resultaba muy refrescante. Su amiga no tardaría en llegar, pero dado lo agradable que se presentaba el estar ahí, no le importaba esperar.

Al verle Jun desde la distancia, la chica se puso a saltar y a mover los brazos para llamar su atención. Él la reconoció al instante, por su túnica turquesa y porque era muy propio de ella aquellas manifestaciones de alegría tan teatrales.

—Niváaan.

~Hola Jun —medio pronunció Niván, pero la transmisión quedó cortada cuando Jun se le precipitó encima y rodaron los dos por el suelo. No se lo esperaba, a pesar de que mientras retozaban y Jun se reía, él pensó que bien se lo podría haber esperado conociéndola.

~¿Así que te aburrías y pensaste en mí? —transfirió al final Jun, quedando los dos echados de lado.

~Quería estudiar un poco el universo, pero estaban todos los telescopios ocupados. —Niván no podía evitar sonreír ligeramente cuando estaba con ella—. Después estuve un rato en una subrealidad, y al salir todo seguía igual, así que pensé que podríamos hacer algo juntos. Ahora hacía tiempo que no hablábamos los dos solos, estás siempre tan ocupada…

~Ya sabes, intento mantenerme activa con proyectos —se justificó ella—. Ahora vamos a emprender uno de grande con gente de otros nodos, estoy muy ilusionada. ¿No sé si llegué a explicártelo ayer?

~¿Y de qué se trata esta vez? —transfirió Niván mientras negaba con la cabeza.

Jun se alegró de que le hiciera esa pregunta, se complacía contándolo e imaginándoselo una y otra vez, recreando en su mente cómo sería todo. Era de aquellas personas que disfrutaban más en el proceso que en el resultado. Por su parte Niván, siempre estaba encantado de hacerla feliz y escucharla, por muy ajeno que le fuera el tema, porque a través de Jun cualquier cosa adoptaba otro cariz.

~Es un proyecto artístico donde nos hemos puesto de acuerdo doscientas treinta personas, la verdad es que no está nada mal. Vamos a realizar una representación en cada uno de los nodos implicados en menos de un mes, si conseguimos tenerlo todo preparado, claro. —Niván fue absorto por los preciosos ojos rasgados de Jun, participando de la inagotable vitalidad de su verde iris—. Pero te cuento: Queremos hacer una metáfora de la consubstancialidad del ser humano, de que forma parte de todos y cada uno de los elementos que nos rodean, de que somos la tierra, el agua, el aire. Hemos elegido estos por su simbolismo. Para ello estamos trabajando en escenas donde los personajes primero están hechos de tierra, después de agua, y finalmente de aire. Bueno, este último pasa de partículas en suspensión a combustión, el fuego modelado es espectacular. En los ensayos que hemos hecho el resultado es realmente muy plástico, tiene una gran fuerza visual. Pero claro, hay mucho trabajo detrás para almacenar las escenas y después emularlas con los diferentes materiales.

~Me imagino —transfirió Niván.

~Buf —resopló Jun mentalmente—. Mucho más del que yo pensaba de entrada. Al final ha terminado siendo un trabajo particularmente artesanal y delicado, pero eso sí, apasionante. —Jun sonrió pícara—. ¿Quizás podrías ayudarme con algunos aspectos físicos que me están retrasando?

~Sabes que puedes contar conmigo, siempre que pueda ayudarte lo haré. Supongo que la física de generación que necesitáis utilizar es bastante… —buscó la palabra un instante— básica. —Y esa pausa confirió a la frase cierta vanidad, que denotaba el orgullo que Niván sentía por conocer del tema.

~Para ti seguro —transfirió Jun mientras esbozaba una sonrisa—. Pero para una soñadora como yo, que me he dedicado toda mi vida al mundo artístico y conceptual, a veces resulta un poco liosa. En cambio tú eres muy listo y lo sacarías en un periquete.

~Gracias Jun. Pero no quieras alabarme para que te ayude ¿eh? —transfirió con alegre perspicacia Niván—. Lo que tengo de bueno por un lado lo tengo de malo por el otro.

~Ves, eso sí que te lo concedo, no te valoras lo más mínimo y te falta creer en ti mismo. En ese aspecto estás atrofiado. —Jun sacó la lengua para coronar la burla.

—¿Ah sí? —espetó Niván desafiante, que se abalanzó sobre su amiga para hacerle cosquillas, rodando los dos entre risas y palabras entrecortadas por espasmos.

Cuando se calmaron Niván se incorporó.

~¿Qué te parce si vamos a las termas? —transfirió este, con una semierección entre las piernas y una sonrisa en los labios.

Jun se lo quedó mirando, y él le transfirió la sensación de excitación que sentía. A su vez, ella hizo lo mismo, incrementando el lívido de Niván de forma exponencial.

Pasearon hacia las termas cogidos de la mano, gozando del calor del sol en sus mejillas y sin apenas mediar palabra o pensamiento, ensimismados en una candente y agradable sensación de goce provocada por el entorno y la compañía. No tardaron en rodear la piscina exterior, una diáfana charca de agua con un grupo de niños jugando a un lado y varias personas flotando boca arriba, tostándose mientras hacían el muerto y se desplazaban lentamente a la deriva como nenúfares.

Al término de la piscina exterior, dos columnas se fundían creando una cubierta que guardaba el acceso a los niveles inferiores de las termas. Bajo el parasol, unas anchas escaleras descendían en espiral sumergiéndose en la tierra, y mientras Niván y Jun las recorrían el sonido amortiguado de las risas de los niños del exterior se vio substituido por una repentina oscuridad y un sosegado gorgoteo. Cuando los ojos de los dos amigos se adaptaron, la negrura dejó paso a una tenue fluorescencia añil que manaba tanto del suelo, como del techo o las paredes. Ya abajo, una gran sala hipóstila de escasa altura, acogía multitud de piscinas de morfología diversa, esparcidas aparentemente de manera aleatoria en un bosque de columnas. La emulsión lumínica del material poroso con que habían sido diseñadas las termas respondía a la temperatura, así que los fulgores suaves y azulados de la escalera de acceso, eran aquí rosa intenso, aquí verdoso, dependiendo del calor al que estuviera el agua de cada baño. Las diversas luces de las lagunas diseminadas por la sala se perdían progresivamente detrás de las columnas, que terminaban superponiéndose en cualquier ángulo, creando espontáneamente zonas o habitaciones de configuración azarosa.

Después poner a reciclar la ropa de Jun en un arca junto a la escalinata, dieron una vuelta hasta encontrar un sitio tranquilo y acogedor.

~¿Aquí te parece bien? —preguntó Niván refiriéndose a una charca sonrosada.

~Sí, tanto me da. Mientras no sea una glacial de contraste me apetece cualquiera.

Jun se deslizó dentro del agua, y cogiendo de la mano a Niván lo acompañó junto a ella. Estando uno encima el otro, tras un instante mirándose a los ojos, empezaron a besarse con delicadeza. Hacía un rato que las expectativas de copular con Jun mantenían a Niván excitado y sin llegar a la flacidez, así que cuando su amiga acarició su miembro bajo el agua no pudo contener una erección palpitante. De las suaves caricias iníciales, que pretendían rememorar la sensación de sus cuerpos en contacto después de un lapso de varios meses alejados, pasaron a tumbarse en el borde de la piscina, con un pie y la melena de Jun oscilando en el agua. Mientras se lamían los genitales, el ano, y otras zonas erógenas de su cuerpo, empezaron a comunicarse las sensaciones que el otro sentía, disolviéndose sus mentes en una vorágine sensual. Niván penetraba y era penetrado, así como Jun dominaba y era dominada, asumiendo los amantes simultáneamente los dos roles, al percibir tanto los estremecimientos de su cuerpo como aquellos que provocaban en el otro.

Dentro del agua, a medida que crecía la excitación la cópula iba volviéndose más violenta, pues era la agresividad una de las pocas actitudes censuradas socialmente y eso le confería una gran carga erótica. Con un chapoteo frenético, después de varias contenciones del ritmo para prolongar el cenit del deseo el máximo de tiempo, llegaron los dos al clímax. Quedaron silenciosos, abrazados, flotando en un relajado suspiro.

Jun le regaló a Niván un beso en la mejilla, y durante un buen rato permanecieron callados. El rosa encendido de la piscina revelaba que el líquido debía estar sobre los 37 grados, la misma temperatura del útero materno o de las bolsas germinales donde pasaron sus primeros meses de vida. Este aspecto hacía nacer en ellos una impresión de confort y protección que brotaba de lo más hondo de su ser, y les hubiera permitido yacer horas inmóviles disfrutando de la sensación.

~¿Te has preguntado alguna vez  cómo sería tener hijos? —indagó finalmente Niván rompiendo el letargo.

~¿Hijos? ¿No te refieres a tutelar un niño verdad?

~No —asintió Niván—. Me refiero a que, teóricamente, si te fueras a vivir al bosque y durante un tiempo la cama de tu matriz no te regulara, podrías tener niños dentro de ti, ¿no es así?

~Sí, diría que es un mes aproximadamente para perder la inhibición.  Es  algo  que  me  he preguntado  a veces,   cómo  sería —transfirió Jun echando la cabeza hacia atrás y mirando más allá del techo—. No me hago la idea de cómo podía caber antiguamente un niño dentro una persona. Es fascinante, sí, pero algo espeluznante también. Pensar que dentro de ti tienes una personita como si te la hubieras comido, el tamaño que debería alcanzar tu barriga, ¡buf! —La chica se giró hacia su amigo—. ¿Y a qué viene esta inquietud ahora? Por mucho que lo intentes no creo que puedas quedarte embarazado —bromeó.

Niván restó pensativo un instante.

~No sé, hace tiempo que le doy vueltas al tema de los niños porque estoy considerando la posibilidad de solicitar el ejercer de tutor —explicó él—, es algo que creo podría dárseme bien. Ayer, en el hospital con Andara vi a una mujer que buscaba al niño que tenía asignado. Me recordó al tiempo que estuve con Andara, o con Mun, mi segundo tutor. Fueron tiempos muy felices, descubriendo, soñando… y quizás pueda yo darle eso a un niño.

~Nunca me lo habías comentado —señaló Jun—. La verdad es que es una experiencia bonita, yo ejercí de tutora un par de años cuando era más joven. Fue con una niña de seis años —transfirió Jun junto a la imagen del recuerdo de la niña, una sonriente chiquilla que hablaba al plano subjetivo que recibió Niván—, le cogí mucho cariño, pero debes saber que también es duro, requiere de mucha atención y te condiciona en cierta medida si tienes proyectos en curso. Yo lo probé y me gustó, pero no sé si hoy por hoy tendría tiempo de repetir la experiencia.

~Yo ahora estoy bastante desocupado. Bueno, sigo con mis investigaciones cosmológicas, como siempre, pero tampoco me absorben por completo. En cambio tú, cuando te implicas en uno de tus proyectos simbólicos no hay quién dé contigo, desapareces. Pero quizás para mí este sea el momento adecuado para hacerlo, antes de que ocurra algo que me complique la vida —resolvió Niván, que razonaba primordialmente para sí mismo—, si no lo hago ahora puede que en un futuro próximo ya no me sea posible. Porque si descubriera algo interesante, por ejemplo, debería volcarme en ello, y tengo la intuición de que lo hallaré en no muchos años. ¿Tú qué crees? ¿Me lanzo y asumo una tutela ahora que puedo?

~Estoy segura de que harías un buen trabajo como tutor, pero como te he dicho es una actividad que requiere implicación y no puede tomarse a la ligera. Si estás seguro adelante con ello, pero te conozco, y sé que a veces cambias de opinión con facilidad. Así que si lo haces, tienes que comprometerte, piensa que va a depender de ti durante un tiempo la educación no-troncal de una persona en formación.

~Que seria te has puesto —estimó Niván pretendiendo suavizar la severidad de ella con una sonrisa—. Sé lo que implica, le he dado algunas vueltas y evidentemente que asumiría la responsabilidad que conlleva.

~Estoy segura —concedió la chica devolviéndole la sonrisa con más ternura que alegría—. Yo solo quería que fueras consciente de dónde te metes. Ya sabes que lo que vive un niño a ciertas edades le condiciona para el resto de su vida.

—Sí —musitó él entre labios, que bien sabía a lo que se refería.

Aquel comentario hacía alusión a la propia experiencia de Niván, cuando de niño se había librado de la Habitación de las Turbaciones con ayuda de Andara. Este hecho aparentemente trivial, había condicionado su sistema límbico irremediablemente, y las respuestas psicológicas que experimentaba ante los peligros, tanto reales como imaginarios, distaban de ser consideradas normales por sus conciudadanos. Gran parte de la inseguridad que manifestaba a veces, procedía de ahí.

~Si decides hacerlo —continuó Jun con un deje más alegre—, puedo ayudarte dándote unos cuantos consejos. Debes jugar con el crío para despertarle el interés y estimularlo hacia donde veas que presenta carencias o tiene habilidades. El calabasqui, el cruxbun o el xopi-xipi son… —transfirió Jun, pero se detuvo ante la cara entre sorpresa e incomprensión de Niván—. Bueno, ya te enseñaré algún jueguecito adecuado si llega el momento, tú tranquilo, que veo que estas un poco verde. Por suerte me tienes a mí.

~No, sí, ya: el cruxbun.

El tono mental de Niván intentando simular que conocía aquel juego, hizo que los dos estallaran en una carcajada al unísono.

De día el foro parecía ser un recinto totalmente abierto, pues la cúpula que lo aislaba del exterior apenas era perceptible, solo una leve atenuación de los colores descubría su presencia. Muchos ciudadanos del nodo habían decidido disfrutar de aquella espléndida jornada primaveral con actividades al aire libre, así que el foro se presentaba más vacío de lo habitual, y se respiraba una tranquilidad sedante ensalzada por un brillante sol y un ligero eco.

En un sofá Niván sorbía un zumo de cítricos, a su vera, Jun picoteaba unos frutos secos y Xuga saboreaba una pipa de madera. Los chasquidos que emitía Xuga al sorber el humo con los labios, o el crepitante masticar de Jun, se veían amplificados por el silencio imperante en el foro. Los tres amigos llevaban un buen rato disfrutando simplemente de la compañía, ensimismado cada uno de ellos en sus pensamientos particulares. A menudo pasaban largos lapsos de tiempo así callados, unos junto a otros, dejando escapar de vez en cuando una caricia distraída o una sonrisa cómplice, pero sin comunicarse con palabras, solo emocionalmente.

~Perdona Niván —llamó Xuga rompiendo la estanqueidad de su compañero—, ¿tienes la imagen del Inmortal que nos encontramos ayer?

—Sí. La descargué esta mañana en la matriz, cógela tú mismo —respondió a voz, provocando que Jun se los quedara mirando—. La próxima vez tienes que venirte Jun, hacía tiempo que no pasábamos una aventura así. Fue espectacular —exp-licó Niván refiriéndose a la expedición al refugio de los Inmortales—. ¿Verdad Xuga?

Xuga tardó unos segundos en contestar, hasta que terminó la parte del informe en que estaba enfrascado.

—Sí, sí. Fue una pequeña gran aventurilla —confirmó—, y me va a mantener ocupado una temporada, ya lo creo, porque solo vimos una pequeña parte del complejo. Ahora estaba justamente estructurando el contenido del informe preliminar para la Cepa de la Memoria —dijo Xuga, que inhaló fuertemente la pipa y expulsó una espesa bocanada de humo antes de continuar hablando—. Es cierto que nos hubiera venido bien que nos acompañara Jun, así alguien te hubiera vigilado Niván —se mofó—. No, ahora sin bromear: ya os avisaré para la próxima inspección, a ver si podéis ayudarme a recopilar algunos datos.

—Puedes contar conmigo —asintió Jun—. Sabéis que me hubiera encantado venir, que me apasiona explorar sitios abandonados, y todavía más si vienen con “sorpresa”. Antes Niván, mientras estábamos en las termas, me transfirió partes del recuerdo de la expedición. Ese ser era algo extraordinario, sus facciones, como el tiempo lo había corroído… y las formas de la arquitectura y utensilios de aquellas gentes, tenían una estética tan… tan diferente. Aunque últimamente voy muy atareada con proyectos —reconoció rememorando mentalmente todos los trabajos que tenía pendientes—, si me lo comunicas con tiempo, Xuga, haré un hueco para acompañaros. No me lo quiero perder.

—Vaya, creo que mi reacción ante el incidente con el Inmortal os va a servir para reíros durante mucho tiempo —se quejó Niván—. Pero te aseguro Jun, que si te vienes la próxima vez con nosotros verás como no me asusto. Me cogió desprevenido —se excusó por enésima vez—. A propósito, antes le comentaba a Jun que me estaba planteando de solicitar la tutela de un niño. Tú qué crees Xuga, ¿será buena idea?

—Por supuesto —manifestó sin pensárselo Xuga—. Yo ya he tutelado a varios menores, y siempre ha sido una experiencia enriquecedora tanto para ellos como para mí. Algunos pueden llegar a ser algo rebeldes, no lo niego, pero si te esfuerzas la satisfacción de colaborar en la enseñanza pública merece la pena. Además, creo que podrás aportar al crío una visión diferente, y eso siempre es bueno. Justamente ayer conversaba con Jun sobre la importancia de la diferencia, sobre cómo el entorno determina qué es positivo o negativo en términos de supervivencia. La variedad nos ha hecho llegar hasta donde estamos —dijo Xuga reclinándose en el sofá para ponerse cómodo—. Jun no estaba del todo de acuerdo conmigo, y abogaba por mejorar la especie germinalmente, error que ya superamos tras el fin del periodo interglaciar en el Imperio del Disco de Jade, pero que Jun parece querer repetir. —El tono algo burlón de Xuga buscaba pinchar a Jun e iniciar nuevamente un debate.

—No es exactamente así —replicó Jun—. Acepté tu tesis de la variedad, pero también es cierto que nuestra percepción del mundo se ve limitada por lo que somos, por nuestras finalidades y características biológicas —dijo Jun intentando que su discurso sonara más grave y formal de lo que era ella habitualmente, y eso le hizo gracia a Niván—. A lo que me refería ayer es que hay todo un espectro de la realidad que por nuestra naturaleza, no podemos conocer más que como un producto secundario. —Jun dejó los frutos secos encima la mesa, animada, y cruzó las piernas sin parar de hablar—. Quiero decir, la información debemos traducirla a los sentidos que tenemos incorporados, ya sea mediante una gráfica, una melodía, o lo que sea. Nunca podremos sentir directamente, por ejemplo, el tiempo de una agrupación de materia respecto a otras de menor masa. Podemos deducirlo, hasta verlo con el artefacto adecuado, pero no sentirlo, porque no disponemos de tal sentido. Muchos de mis trabajos artísticos han tratado sobre este aspecto, y llevo años intentando transportar aquello que nos es oculto a los sentidos, pero siempre es una translación a lo visual, táctil, sonoro u olfativo. Mi idea de ayer era que quizás podríamos modificar a los nuevos ciudadanos para que les fueran accesibles algunos de estos espectros, o hasta para que fueran mejores personas.

—Jun tiene razón en que nuestra condición nos determina —intervino Niván—. Yo creo que somos en gran medida esclavos de nuestra condición humana, y es verdad, hay mundos invisibles que no podemos conocer, como el de lo más grande y el de lo más pequeño.

Reclinado con la larga pipa en la boca y escuchando atentamente, Xuga aprovechó la pausa que hizo Niván para aportar su opinión.

—Entiendo lo que quieres decir Jun, y me parece un tema interesante, pero no mezclemos cosas —dijo Xuga—. Ser buena o mala persona, así como ser listo o tonto, es una valoración circunstancial y subjetiva que depende de las circunstancias y el sujeto, y sí, es el entorno quien define su idoneidad. Pero cuéntanos Niván lo que ibas a explicar sobre lo grande y lo pequeño.

—Sí —prosiguió Niván—. Recuerdo que me impactó mucho durante mi aprendizaje de los rudimentos de la realidad, por un lado lo diferente que son las cosas dependiendo de la escala, y por otro lado algunas similitudes que existen entre magnitudes asombrosamente alejadas. Sé que esas semejanzas son producto de que actúan las mismas leyes lógicas de coherencia en cualquier escala, pero era sorprendente ver aquello que observas por el telescopio reproducido en lo más minúsculo, y viceversa. Pero a donde iba, mediante herramientas podemos observar y viajar por el cosmos o lo ínfimo, pero hay un límite, un límite dado por nuestra escala donde lo que hay más allá tenemos que deducirlo mediante simulaciones de subrealidad, pero no podemos conocerlo experimentalmente. Y es extraño, porque conocemos las leyes de la realidad y la modelamos a nuestro antojo, pero esas partes que se alejan demasiado de nuestra magnitud se nos resisten, y puede que contengan universos enteros.

—Me encantaría que un día me llevarás de paseo por esas magnitudes desconocidas —soñó Jun con una sonrisa.

—¿Tú crees que alguna vez lograremos penetrar en ellas? —preguntó Xuga.

—Bueno, en teoría no podemos, de lo contrario ya lo habríamos hecho. Eso sí, hay varias extrapolaciones de subrealidad sobre ello, a los metafísicos les apasiona, aunque cuando más se tiende a infinito más divergencias hay en los cálculos y las simulaciones. En cualquier caso, en las simulaciones que vi durante mi aprendizaje tales magnitudes eran algo único e inimaginable, pero como dije, con estructuras recurrentes a la vez.

—Tú lo has dicho, en teoría —apuntó Jun—. En teoría muchas cosas que se creían imposibles se han confirmado como certeras. Ni ayer ni hoy puedes fiarte al cien por cien de las teorías.

—Por raro que me parezca aquí tengo que darte la razón Jun —concedió Xuga—. Si algo me ha enseñado el estudio de la memoria de la humanidad es que nunca tenemos la verdad última.

—Si os apetece os puedo mostrar una de esas simulaciones que ahora os comentaba, para que entendáis bien lo que decía —propuso Niván, sujetándole la mano a Jun—. Una de las que más me impresionó en el pasado la guardo almacenada en mi matriz.

—A mí me parece perfecto —dijo Xuga.

—¡Genial! Me encantaría —declaró Jun, que exaltada subió las piernas al sofá.

—Bien —dijo Niván—. Vamos a ello.

Cerrando los párpados para agilizar el proceso, Niván accedió a su matriz y proyectando el sentimiento de asombro como parámetro de búsqueda, localizó la visualización que quería mostrar con una rapidez que le sorprendió a él mismo. El cúmulo desordenado de recuerdos y datos que archivaba, a veces resultaba impracticable, por suerte, en esta ocasión había recorrido los criterios adecuados.

Con un gesto de manos Niván indicó a sus amigos que se enlazaran a la médula, y una vez se encontraron ahí, abrió los ojos. La estampa brillante y serena del foro en que estaban los tres amigos apenas continuó un par de suspiros en sus retinas. Entonces, la imagen se desenfocó y se vio substituida por una negrura infinita, silenciosa e inmóvil. En el centro de su campo de visión germinó primero un punto luminoso, después, paulatinamente creció definiéndose una esfera compuesta por un entramado de telaraña, refulgente con todos los colores del arco iris mezclados. Los hilos del interior de la esfera se movían de manera sinuosa, cruzándose, siendo absorbidos o brotando espontáneamente aquí y allá. La esfera continuó creciendo, y a medida que lo hacía el vaivén de sus conexiones fue aminorando de velocidad, hasta que al entrar en una de las ramas de colores el movimiento se hizo casi imperceptible. Al llegar ahí, quedó patente que los hilos estaban formados por cúmulos de puntos de luz y mantos gaseosos, y que la continuidad aparente era artificial y engañosa, producto de la distancia de observación.

Poco a poco la simulación se acercó a un punto de luz minúsculo, extraviado en medio de un creciente vacío. Era una pequeña galaxia espiral que giraba a una velocidad vertiginosa. También esta desaceleró gradualmente mientras que se agrandaba, en proporción a la distancia de visualización, deteniéndose la rotación, por lo menos en apariencia, cuando sus estrellas y brillante cúmulo ya eran plenamente identificables.

De la esplendorosa galaxia pasaron a un solitario meteorito que vagaba por uno de sus brazos. Jun lo vio tan apagado y triste, abandonado a miles de kilómetros de distancia de cualquier otro objeto, que casi sintió pena por esa roca a la deriva. Una vez dentro del meteorito, que redujo su carrera hasta detenerse al aproximarse el puno subjetivo de visión, la piedra reveló su estructura mineral, para dar paso, después, a su disposición atómica.

Los átomos primero se mostraban compactos y de superficie homogénea, pero al ajustarse la velocidad a la escala, como había pasado con el resto de elementos de la visualización, la nube de electrones que les confería coherencia detuvo su frenesí. En aquel instante la escena se transformó por completo, pasando de un ordenado enjambre de materia a un seguido de dispares centellas. El vacío inconmensurable se hizo ostensible otra vez a causa de las enormes distancias que, en proporción, restaban entre aquellas insignificantes concentraciones de energía que brillaban en la nada.

Ahí, en la silenciosa oscuridad, se definió lentamente la bella forma floral de la hélice preónica, vibrando con colores que, como ya hacía un rato, eran simples translaciones de propiedades concretas al espectro visible. En su interior, de una efervescencia que quedó congelada, la estructura se desmembró en pompas que se distribuían por afinidades de tamaño, color y velocidad de giro. Al observar de cerca uno de esos globos, el recuerdo de la esfera inicial regresó a las mentes de Jun y Xuga, pues en su interior un entramado de telaraña símil se agitaba y retorcía.

La burbuja creció y creció descubriendo un nuevo universo dentro de ella, con fluctuaciones y subestructuras resplandecientes, pese a que ahí no tuviera cabida ningún tipo de luz, sino otras flexiones de la realidad. La semejanza estructural aparente con las primeras instantáneas de lo más grande, fue perdiendo fuerza a la par que se concretaban los elementos, con singularidades propias que nada tenían que ver con el cosmos. Unos momentos más hacia las profundidades infinitesimales, y los tres espectadores se sumergieron en entidades y formas que nacían de la pura especulación, maravillosamente extrañas, aunque también curiosamente familiares. Varios ciclos recurrentes pasaron en que mundos insólitos, a veces de plástica incomprensible, brotaban de conformaciones parecidas a las ya vistas con anterioridad.

El recorrido inicial desde la oscuridad primigenia a ese solitario meteorito ahora se presentaba minúsculo en comparación con la inmensidad que albergaba una mera partícula de tierra. Después de unos minutos más, cuando Xuga transfirió a Niván que empezaba a marearse, detuvieron la simulación y retornaron su consciencia al apacible y soleado foro.

—¡Vaya sobredosis de información! —resopló Xuga—. Hacía un rato que ya no sabía qué estaba viendo y solo percibía colores sin sentido.

—Ha sido maravillosos Niván —agradeció Jun que había acabado completamente tumbada en el sofá—. Ahora entiendo a la perfección a lo que te referías.

—Sí, muy bonito y didáctico —dijo Xuga aún algo aturdido—, pero para verlo habría que dedicarle una mañana entera, e ir muy despacito. Debo reconocer que he visto formas que nunca me hubiera imaginado. ¡Si da Vinci hubiera conocido algo semejante vete a saber qué ingenios habría concebido! Supongo que habrá sido una fuente de inspiración para ti Jun.

—Ni que lo digas, me ha dado muchísimas ideas plásticas —manifestó Jun sonriente y mirando al techo—. Creo que me lo guardaré para sacarle jugo en próximos proyectos.

—Como os decía antes, a ciertas escalas lo que hemos visto son deducciones lógicas, cálculos sobre realidades que jamás podremos observar directamente —explicó Niván—. Eso sí que son mundos invisibles. Dentro de cada hebra de materia hay innumerables universos contenidos, como nosotros estamos contenidos en una hebra de una realidad que fluctúa muy, muy lentamente.

—Una cosa Niván —dijo Xuga, que encendió la pipa, de la que apenas manaba un tenue hilo de humo, y sorbió con fuerza antes de continuar—, me preguntaba ¿en qué momento empieza la simulación? ¿Representa la actualidad del universo?

—Por la distribución que he podido observar del cosmos creo que sí. Pero ten en cuenta que el factor tiempo también se representa a escala, y los primeros segundos pueden constituir… no sé… —Niván hizo un cálculo rápido—, unos tres mil millones de años. Nuestro tiempo perceptible se encontraría, aproximadamente, cuando nos acercábamos al meteorito.

—Fascinante. Tienes razón —afirmó Xuga acomodándose después de echarle un vistazo a Jun, que parecía abstraída de la conversación e inmersa en sus ensoñaciones—. Sabes, la repetición fractal que nos comentabas y hemos podido ver, es una característica también de la historia en que me he fijado a menudo. Los seres humanos repetimos hasta la saciedad los mismos patrones. Al estudiar el pasado siempre te encuentras los mismos errores, las mismas pasiones. Somos arquetipos infinitos, modelos generatrices de un solo patrón. Lo que en el universo hace el principio de coherencia, en la historia lo hace la naturaleza humana.

Perdida en su fantasía, imaginando posibilidades y aplicaciones de lo que acababan de ver, Jun alargó el brazo para pescar un trozo de maíz tostado de entre los frutos secos que había dejado encima de la mesa. Luego miró a Niván y le puso un pie en la calva a traición.

—¿Y qué entonces? —dijo la chica aparcando sus fantasías—. ¿Vas a pedir la tutela? ¿Cuándo lo tenías previsto?

Después del primer sobresalto al encontrarse el pie de su amiga en la cabeza, sorpresa instintiva e inevitable, Niván contempló a Jun descolocado unos instantes. Reflexionó las cuestiones planteadas alternando la mirada entre sus dos compañeros, como pidiéndoles consejo, pero viendo que se esperaba que la respuesta saliera de él, se decidió a hablar tras una pausa exagerada:

—La verdad es que ahora estoy en el mejor momento, no creo que esperar sea muy buena opción. Iré… —titubeó—. Iré hoy mismo. ¿Por qué no?

—Si lo tienes claro —concedió Xuga—, adelante.

Los ojos de Niván se clavaron en Jun esperando su aprobación. Ella jugó maliciosamente un rato con la oreja de su amigo con el pie que tenía ahora apoyado en el hombro de Niván.

—Ya sabes que te ayudaré si lo necesitas —dijo ella—. Si crees que es el momento, hazlo.

—Gracias Jun.

Como réplica juguetona, su amiga le puso la punta del dedo gordo en la nariz. Esto hizo estornudar a Niván.

En breve empezaría la obra de Lisístrata, y en las gradas del teatro ya casi no quedaba un espacio libre. Niván reposaba meditabundo en la oscuridad, con el sopor propio tras una comida copiosa aletargándole por momentos. A su alrededor, el resto del público esperaba también en silencio, distribuido en un seguido de círculos escalonados que trepaban hasta una cúpula exterior opaca. Cada nivel de las gradas poseía una cáscara cristalina a modo de lupa, aumentos que se sumaban para proporcionar al espectador una visión cercana y nítida del escenario, confiriendo al edificio el aspecto de una cebolla seccionada. Tan solo un foco de luz que provenía de una claraboya en la cúspide del teatro iluminaba la tarima central donde en breve aparecerían los actores. Por eso, el público restaba en la más absoluta penumbra, siluetas y rostros perfilados que eventualmente se movían o cuchicheaban.

No era habitual que Niván acudiera al teatro, a no ser que Jun estrenara algún proyecto, siendo por lo común más aficionado a la subrealidad y su abanico de entretenimiento ilimitado. A pesar de ello, en esta ocasión la popular obra Lisístrata de Aristófanes despertó un cierto interés en él. Sea porque Xuga le contara las gracias y virtudes del periodo en que se suponía trascurría la acción, sea porque sentía curiosidad por ver el sistema social de aquel remoto pasado, tras comer con sus amigos había decidido pasarse por el teatro del nodo. Tal como indicaba el núcleo del teatro, absorbió el habla griega antigua para poder comprender la obra, que se desarrollaría con los textos en su lengua original. Al precisarse siquiera entender el lenguaje y no hablarlo, el proceso de absorción fue ágil y Niván ni lo notó, permaneciendo sumido en la somnolencia.

Cuando el lejano runrún de la muchedumbre enmudeció de repente, Niván comprendió que el espectáculo daba comienzo. Parpadeó con fuerza para aclarar su vista, algo emborronada por el sueño, y prestó atención al escenario. Enseguida descubrió la figura de una mujer que, con paso solemne, surgió de las sombras para subirse a la tarima central. Envuelta en una túnica de lino graciosamente doblada y decorada, la mujer dio una vuelta al ruedo mirando a los ojos a todos los presentes. Gracias al cristal curvado que tenía enfrente, Niván pudo observarla como si esta estuviera a escasos metros de él. Examinó su rostro. De porte sereno y fiero, algo en ella le recordó a Andara, y no pudo evitar que le llamara la atención la frondosa melena rizada y el peculiar tocado que ostentaba.

Sin previo aviso la mujer inició un cántico agudo, ondulando la voz desde un quejido prácticamente imperceptible hasta una punzante vocalización. Mientras arrastraba los sonidos con delicadeza, se formaron las primeras palabras, y con ellas empezó el relato: La llamaban Lisístrata, y era una dama ateniense que aborrecía que los hombres anduvieran siempre guerreando. Los acontecimientos simulaban transcurrir por allá el año 2920 antes del Despertar, en la Grecia clásica, que por aquellos derroteros —se enteró Niván gracias al texto cantado— estaba inmersa en plena guerra del Peloponeso. Posteriormente a esta introducción para poner en situación a los espectadores, fueron apareciendo a escena de forma gradual más mujeres también ataviadas de época, que por lo visto, habían sido convocadas por Lisístrata. Harta de guerras estériles, Lisístrata pretendía solucionar el problema de la belicosidad de los hombres para siempre. Los diálogos ocurrentes y jocosos, cantados con maestría, ponían de manifiesto unos roles sexuales muy alejados de todo lo que Niván conocía, con una segregación de género y unas costumbres que se le antojaron ciertamente curiosas.

Cuando Lisístrata hubo convocado a las mujeres de los diversos estratos sociales, entre las cuales había incluso de las ciudades enemigas, les propuso detener definitivamente la guerra, y hacerlo iniciando una huelga sexual. Mientras los hombres no entraran en razón y detuvieran las hostilidades, no podrían disfrutar de sus mujeres. Todas ellas conforme, juraron seguir dicha estrategia y así forzar a los hombres a dejar las armas, y difundir la proclama rebelde entre el resto de féminas. A partir de ahí, las historia continuó acto tras acto, hasta que las mujeres terminaron atrincheradas en la acrópolis, resistiendo las tentativas masculinas de hacerlas desistir de aquella huelga sexual.

Ensimismado por la representación teatral, Niván empezaba a descubrir un placer desconocido en el hecho de seguir una ficción donde gran parte de sus elementos fueran simulados, requiriendo de ser recreados con la mente. Acostumbrado a la verisimilitud de las recreaciones de subrealidad, aquel arte apelaba a la imaginación y a la implicación en la trama por parte del público, sobreviniendo un ejercicio estimulante y diferente. Eran mecanismos anquilosados del cerebro de Niván, que al vibrar ahora, le producían un cierto cosquilleo mental.

Como cabía esperar, la abstinencia sexual obtuvo su fruto, y al final de la obra acudió una erecta comitiva espartana para firmar la paz, y así poder recuperar su vida íntima.

Aunque la representación de la obra no duró demasiado, a Niván le supuso suficiente como para plantearse multitud de cuestiones relacionadas con ese distante y extraño mundo de la antigua Grecia. Ya no solo era la firme heterosexualidad de los personajes, que podía explicarse por una necesidad procreativa de la sociedad, sino la subyugación de los géneros, la monogamia, o la lucha subterránea entre sexos. Claramente los hombres ejercían una dominación malsana por su preponderancia física, pero a su vez algunas mujeres fomentaban dichos comportamientos, o sencillamente ejercían un despotismo similar valiéndose de otras armas. El orgullo de género a Niván le recordaba los conflictos raciales de la Era Ilustrada que alguna vez le había relatado Xuga, tan estrambóticos e incomprensibles desde su óptica contemporánea. No obstante, el personaje de Lisístrata le resultaba apasionante, y contextualizándolo en la situación era una personalidad digna de admirar, personalidad que en varios aspectos le recordaba a su querida Andara.

Estando Niván inmerso en esas entelequias, la claraboya de la cúpula del teatro se dilató igual que la pupila de un ojo y dejó entrar una buena bocanada de luz. Los actores subieron a la tarima y fueron ovacionados con numerosas valoraciones positivas a través del enlace. Niván les dio su enhorabuena y se fue del recinto.

Antes de regresar a su matriz recordó el compromiso que había asumido referente a tutelar un menor. Sabía que si no lo solicitaba en aquel momento y dilataba la petición en exceso, bien podían surgir contratiempos que dificultaran la adopción, de tal forma que de camino a casa se desvió con el ciclón para pasar por el astrio. La sencillez estructural del consultorio de justicia, con sus formas rectilíneas y su austero acabado, transmitían siempre a Niván una pesada sobriedad. En el astrio tanto se podía solicitar un veredicto sobre discrepancias de interpretación de las leyes, como ejecutar gestiones que requirieran un análisis de intenciones por parte de los jueces. La tutela era uno de esos casos, ya que los jueces debían verificar la buena voluntad del solicitante accediendo a su cerebro a través del enlace.

Como era habitual, el astrio estaba completamente vacío, y la portalada titánica por la cual se accedía a su interior se mostraba aquel día más parca, si cabe, a ojos de Niván. Dejando atrás el cantar de los pájaros, el siseante viento y el ruidoso afán del ciclón pastando, Niván cruzó el umbral y un gélido silencio le asaltó. Inevitablemente en lo primero en que se fijó fue en la dichosa cenefa que recorría la parte baja de la sala. Era aquella cenefa que Andara le descubriera y que él había ignorado durante años, y otra vez no dio crédito a que no la hubiera visto en pasadas ocasiones. El eco de sus pasos delató su presencia en la más absoluta vacuidad, y se quedó mirando la pared del fondo tal que hubiera alguien ahí, pero el muro tenía el mismo humor apático del mármol, y mirarlo era solo un deje de la acción de hablar.

Solicitar la tutela era un proceso relativamente sencillo: Niván accedió al núcleo de la sala formulando la petición, y enseguida un juez disponible —especuló él de vete a saber tú qué parte del globo— se adentró por su enlace en su psique desordenada. Era una sensación extraña —opinó Niván—, como si alguien te palpara de arriba abajo. Siempre le ponía un poco nervioso que le hicieran una prueba de intención. Aunque no tenía nada que ocultar, le inquietaba que fisgaran en su moral, por si encontraban algo peligroso que ni él conocía. Por lo demás, el examen terminó en pocos segundos y los jueces le avisaron que entraba en la lista de candidatos. Dijeron que en su debido momento ya sería notificado.

De nuevo en casa, apoltronado en el diván de su matriz, Niván decidió retomar el propósito de explorar el cosmos que por la mañana había resultado frustrado al no quedar telescopios libres. Era más que probable que durante aquella velada tampoco localizara nada de interés —pensó pesimista—, pero si en un rato no encontraba nada, también podía dejarlo y dedicarse a revisar los últimos descubrimientos de la Cepa. La verdad es que la exploración sistemática del cosmos suponía una actividad monótona y a veces harto aburrida, pero también Niván era consciente de que si no perseveraba en la búsqueda, jamás sería protagonista de un hallazgo de cierto calibre que reportar a la Cepa del Tiempo. Cada jornada de trabajo solían irrumpir en él los mismos sentimientos contrapuestos antes de empezar: por un lado estaba el convencimiento de que los descubrimientos nacían del esfuerzo; por el otro la sensación de que si invertía parte del tiempo en tareas más pasivas y cómodas, como divagar por las novedades de la Cepa, tampoco era el fin del mundo. Aunque en demasiadas ocasiones había terminado extraviado inspeccionando la superficie marciana o perdido en subrealidades, así que se dijo que debía dejar de engañarse, e intentar perseverar un poco y no aplazarlo para el día siguiente, como solía hacer con demasiada frecuencia.

La luz empezaba a tomar tintes dorados, y en la matriz las sombras se alargaban y los recovecos ennegrecían por momentos. Con un puñado de galletas Orprix en la mano, Niván planificó las áreas, frecuencias y espectros a auscultar. A partir de su posición geodésica, calculó el paralaje en un cómputo trigonométrico complejo, y definió las coordenadas cosmográficas que le interesaban. Para ser sistemático y rigurosos, el proceso le entretuvo hasta bien caída la noche. Fue entonces cuando, cobijado por el firmamento y en total oscuridad, se dispuso a consultar la disponibilidad de los telescopios de las Islas Canarias, con la esperanza de tener más suerte que al inicio del día. Efectivamente así fue, y pudo conectarse a un telescopio de la batería.

En Canarias la noche también se alzaba negra y despejada, con unas condiciones óptimas para trabajar sobre el entorno de la Vía Láctea. Para explorar más allá, en galaxias lejanas de antiguo rostro, era preferible utilizar un telescopio del lado oscuro de la Luna, de tal forma que Niván había centrado su plan de exploración en un cuadrante del cercano brazo de Orión, en concreto en los aledaños de la brillante estrella Deneb. Ahora contento y relajado, Niván activó la inyección visual, y las sombras aterciopeladas de la matriz desaparecieron para dar paso al inmenso firmamento contenido en la bóveda celeste. Sobre él apareció la imagen del cielo nocturno cuajado de estrellas, moteado por millones de puntitos luminosos. Por muchas veces que observara aquel panorama inmemorial siempre le sobrecogía el corazón igual, porque ante tal vista era inevitable tomar consciencia de la escala humana en el infinito.

Tras aplicar la configuración de coordenadas galácticas, la imagen que llegaba directamente desde el telescopio a la corteza visual del cerebro de Niván, empezó a ampliarse, superando de inmediato los confines del Sistema Solar y la Nube de Oort que lo cercaba, para aproximarse a la Constelación del Cisne. A medida que se ampliaba la imagen del telescopio, estrellas antes imperceptibles parte de la neblina estelar tomaban cuerpo, y se definían en un cromatismo exuberante. Vívidos colores que nacían del procesado de varias magnitudes de lectura simultáneas, tanto del mediano infrarrojo como del índice de densidad o la tensión especular. A través del telescopio el universo se mostraba incluso más vibrante y majestuoso que a ojo desnudo, pues en la imagen se combinaban tanto multitud de espectros electromagnéticos invisibles para el hombre como las fuerzas y flexiones que estos ejercían en la urdimbre del espacio-tiempo, dotando al resultado de una complejidad vibrante.

Cuando Deneb ya resplandecía con una predominancia abusiva para las demás estrellas, la visión torció su rumbo, pasó por las nebulosas Norteamérica y Pelícano, y se sumergió en la penumbra interestelar del sistema de los Ashvini Kumaras. Pero tampoco era ahí donde quería ir Niván, y la imagen se alejó del sistema dual perdiendo de vista sus planetas hasta una zona en que, aparentemente, no había nada. Allí en el vacío interestelar las estrellas lejanas, aunque en una disposición diferente, en su conjunto mostraban un aspecto símil al cielo inicial, generando un espejismo fractal que inducía a pensar que uno no se había movido. Cualquier ojo inexperto hubiera concluido que no había nada que explorar en ese oscuro rincón del cosmos, pero al ajustar la sensibilidad de los datos apareció aquello que Niván estaba buscando: un opaco cinturón de asteroides al que nadie prestaba atención.

Se trataba de miles de rocas irregulares flotando con aparente sosiego, un tipo de formación que no atraían por lo habitual a los investigadores dada su escasa complejidad. Nadie creía que esas rocas inertes pudieran albergar algún tipo de sorpresa, aunque Niván tenía la corazonada de que este hecho podía significar justamente que aún escondieran algún hallazgo que él pudiera encontrar. Claro que también era tal el número inconmensurable de cinturones de asteroides transneptunianos, sin hablar de aquellas rocas que vagaban solitarias a la deriva como estrellas errantes, que analizarlos todos se presentaba como una tarea irrealizable para una insignificante vida humana de cien años. No obstante, Niván confiaba en que el azar le trajera la fortuna necesaria para encontrar esa aguja en el pajar del cosmos.

Se puso sin dilación a husmear los asteroides, recorriendo su angosta morfología en busca de anomalías y substrayendo su composición mineral. Estaban recubiertos de una fina capa de polvo estelar, que redondeaba las aristas y les confería un peculiar semblante repleto de pequeños surcos producto del impacto de meteoritos a lo largo de miles de años. En un momento dado Niván creyó distinguir una forma extraña en un cúmulo de varias rocas en rotación respecto a las demás, pero al acercarse e inspeccionar la zona se dio cuenta de que lo que había visto era solo un artificio de luces y sombras.

Unas pocas horas más tarde, habiendo recorrido una diminuta porción del cinturón de asteroides, el ánimo de Niván empezó a decaer sin remedio. Se dijo que era evidente por qué nadie tenía interés en explorar ese tipo de conformaciones: cada asteroide era prácticamente idéntico al anterior, a pesar de las divergencias estructurales previsibles. Sin luz, sin vida, solo roca y metal.

Una vez hubiera conseguido investigar una parte significativa del cinturón, Niván sabía que tendría la posibilidad de estudiar las relaciones distributivas entre aquellas rocas siderales. Quizás ahí encontraría algún resultado interesante. La recopilación de datos era un trabajo penoso y a menudo aburrido, pero sin ello no cabía ningún análisis global posterior. Esta idea le confirió un poco de aliento para proseguir con su plan para la velada, y después de un breve receso en que generó unas golosinas para ir picando, continuó la labor.

Con el pasó de las horas, los procesos de análisis que ejecutaba Niván fueron convirtiéndose en algo inconsciente. Niván ya casi ni prestaba atención a las rutinas de sondeo, y su mente se entretenía descubriendo formas curiosas en las rocas. Resultaba parecido a mirar las nubes, donde el azar dibujaba animales y rostros. Aquí era sencillo encontrar fisonomías minerales en las laderas de los surcos, o caras angustiadas entre cráteres y polvo. «Mira un gato», se dijo observando un montículo. Si cabía algo de peculiar o significativo en aquellos tristes asteroides —razonó él—, bien podía pasar inadvertido entre las ilusiones ópticas del caos. Se planteó que era enteramente plausible que nadie encontrara nada ahí, justamente porque estaban predispuestos a lo que debían hallar. Por supuesto que aquel gato de piedra era un efecto de la perspectiva, pero al descartar todo lo imposible quizás se estaba pasando por alto lo desconocido. La idea se le ocurrió como consecuencia de una conversación que había mantenido con Jun unas semanas atrás, sobre cómo el ser humano ve lo que quiere ver, y fuerza la realidad para que encaje con sus expectativas. Jun siempre le proponía cuestiones interesantes que en más de una ocasión había podido aplicar posteriormente a sus investigaciones. Era una pena —consideró Niván—, que una persona tan creativa como ella no estuviera interesada en la investigación científica, y destinara todos sus esfuerzos al arte y los símbolos.

Fiel a esta nueva reflexión, en cuanto vio lo que le recordó un árbol se acercó a ello. Como era de esperar, el espejismo se esfumó y las piedras que lo conformaban volvieron a ser simplemente piedras. Pasó al siguiente asteroide y adivinó un par de caras grotescas mientras hacía el análisis preliminar de su composición mineral y carga. Los rostros eran sin duda la ilusión más frecuente, y decidió no prestarles demasiada atención, dado que eran producto de un mecanismo mental repetitivo y primitivo que difícilmente le llevaría a algún descubrimiento efectivo.

Entonces, en un lateral del asteroide distinguió una forma redonda que le cautivó. Emergía del filo que marcaba el asteroide con la negrura cósmica, y esto resaltaba su contorno de esfera, discordante con el resto de formaciones rocosas de alrededor. Niván se centró en aquella cáscara de piedra, y esperó a que el asteroide se desplazara lo suficiente como para poder examinarla desde otro ángulo. La composición de gabro de la estructura mineral no difería de su entorno, pero su superficie lisa y ahuevada era indudablemente peculiar. Pero al girarse el objeto Niván descubrió con desilusión que ni la forma era esférica en su conjunto, ni la parte curvada que le había llamado la atención era un solo bloque. Era otra ilusión óptica. Nada desafiaba lo que cabía esperar de la formación típica de una roca plutónica.

En ese instante de decepción, con el encuadre visual de exploración dividido entre el perfil del asteroide y el oscuro abismo espacial, Niván se quedó mirando las estrellas que brillaban allá a lo lejos. Había algo extraño en ellas. Tras un suspiro concentrado, se dio cuenta de que la disposición que presentaban las estrellas que ahora observaba no era correcta. Desde su ángulo, en aquellas coordenadas, el firmamento debía exhibir otro aspecto. Al hacer la recopilación de antecedentes antes de iniciar la exploración de aquella noche no había encontrado nada referente a una lente gravitacional capaz de tal cosa, por lo que lo que veía ahora carecía de sentido.

Excitado a la par que intrigado, Niván se acercó a las estrellas dejando atrás el insulso cordón de rocas que había estado estudiando toda la noche. De forma repentina las estrellas se desplazaron conjuntamente hacia su izquierda a una velocidad vertiginosa. Estupefacto Niván no lograba entender aquel fenómeno. Ningún cuerpo celeste podía moverse a esa velocidad, quebrantaba las leyes de la física, y más singular incluso asomaba el hecho de que el desplazamiento hubiera sido simultáneo. ¿Se habría movido él? —conjeturó—.

«Piensa un momento», se dijo: aquello solo podía ser producto de una distorsión de la luz, un movimiento aparente. Reculó abriendo el plano para detectar la fuente de la deformación, y la solución se le presentó cuando activó la lectura de masa. Un cuerpo en forma de uve, con las caras perfectamente pulidas, hacía de espejo y reflejaba el cosmos invertido que Niván tenía a sus espaldas. Era tan delicada y lisa la superficie de aquel objeto, que ello le confería la propiedad de ser casi indetectable.

Ahí estaba por fin, Niván no sabía qué era, pero tenía la seguridad de que nunca había sido documentado. Era su pequeño gran descubrimiento, lo que había estado anhelando durante tanto tiempo. Intentando controlar los nervios, analizó su composición y reconoció su forma en detalle: de unos centenares de kilómetros cada una, dos palas se juntaban en un ángulo de 90 grados formando una V. El espejo estaba formado de rubidio, un metal alcalino que no tenía nada de estrambótico, sin embargo, la manera en que se creara el pulido magistral de su superficie, o la razón por la cual se encontraban ahí flotando, eran enigmáticas e insólitas cuestiones cuya respuesta Niván ignoraba por completo.

Ahora, entendiendo la naturaleza del reflejo que lo había confundido, Niván se fijó en que debido a los 90 grados de las palas, el reflejo se duplicaba creando dos versiones enfrontadas de la misma estampa. En uno de los planos del objeto podía ver el universo tras de sí invertido, y en la otra ala la misma imagen pero del derecho.

Enseguida Niván comprendió la trascendencia y las asombrosas aplicaciones de aquel descubrimiento. La luz viajaba a una velocidad constante, y al mirar al firmamento, lo que Niván veía era un resplandor que abandonara su cuerpo emisor miles o millones de años atrás. Al observar el cosmos, se observaba el pasado del cosmos. Muchos planetas eran completamente distintos de cómo se veían desde la Tierra, algunas estrellas ya ni existían. Por eso, un espejo en medio de la Vía Láctea daba la posibilidad a los astrónomos de observar una disposición aun más arcaica de los objetos celestes, y abría una ventana capaz de validar o refutar teorías, e inducir a nuevas investigaciones cosmológicas.

Un retortijón recorrió el estómago de Niván. Quizás las galletas le sentaran mal, puede que fueran los nervios, pero no se atrevió a desconectar la inyección visual para ir al baño por miedo a perder de vista su hallazgo y no encontrarlo después. Se trataba de un temor irracional, tenía las coordenadas almacenadas y asignado un seguimiento, pero no quiso tentar la suerte. Para determinar la nitidez del espejo, que definiría el alcance de los datos que podía aportar, decidió acercarse en línea recta a la posición reflejada del Sistema Solar y la Tierra. A medida que lo hacía su fascinación iba en aumento. No perdía calidad de imagen, y los astros y planetas que se cruzaba permanecían definidos y brillantes con un pequeño ajuste de la sensibilidad lumínica. Un pálido puntito añil creció hasta convertirse en el mismo planeta azul desde donde Niván escrutaría las estrellas unos siglos después.

Aquello era imposible, o por lo menos tremendamente improbable. Niván no pudo salir del estupor durante unos segundos y se quedó con la boca abierta mirando el grácil rotar de la Tierra. A continuación, se armó de coraje y se acercó más todavía.


AL OTRO LADO DEL ESPEJO
I

Seiso el viejo había salido a pasear por los bosques de alrededor del monasterio de Kokushoji. Se presentaba un día despejado y soleado, en pleno estallido primaveral, con la efervescencia de la vida expresándose a través de las cantarinas aves y los insectos revoloteando. De barba desaliñada y ataviado con un oscuro kesa algo sucio, nadie hubiera sospechado a simple vista la eminencia de Seiso en los círculos poéticos de Kyoto. Pero su poesía, contrariamente a su osca fachada, era pulcra y sutil. Quizás fuera su entrega absoluta al arte lo que había provocado que descuidara su aspecto, quizás fuera una forma de asemejarse a la perfecta imperfección del mundo que tanto amaba; ni él mismo lo sabía. Pero en busca de inspiración y templanza de espíritu, Seiso el viejo paseaba sin rumbo zigzagueando el camino, entrando y saliendo de la espesura y dando media vuelta cuando se le antojaba. El sendero era solo una guía para no perderse en el bosque. Era muy viejo para perderse y llegar tarde a tomar el té, por eso no se alejaba demasiado del camino, aunque lo que a él realmente le interesaba era la naturaleza y su delicada armonía. El verde luminoso del musgo y los árboles, «es el sol verde como verdes son las hojas…» —empezaba uno de sus poemas—, el gris impenetrable de las piedras, o el púrpura aterciopelado de las flores. Aquello era lo que Seiso buscaba.

En una de sus incursiones a la espesura adyacente al sendero, Seiso halló un capullo abierto de campanilla que había caído del tallo, y reposaba encima una roca lisa en medio de un claro. Su forma de estrella de cinco puntas destacaba por su saturación sobre la pizarra, dando a la imagen una belleza exquisita propia de las mejores policromías en emakis. Un soplido casi imperceptible de aire hizo girar la flor sobre su base, dotando al vegetal decapitado de una capacidad de movimiento que en vida se la había negado. Cuando se detuvo, Seiso lo recogió con delicadeza y se lo acercó a la cara. Aún conservaba parte de su frescor y aroma, aún quedaba algo de luz en él. Un ciempiés brotó de una arista de la roca, y recorrió serpenteante la superficie, pasando por donde anteriormente estuviera la flor. Seiso se dio cuenta de que con aquel acto tan banal acababa de modificar la realidad del ciempiés de forma irremediable, y con él, la del bosque entero.

El anciano volvió al camino, y sintió un intenso golpe de calor al abandonar el cobijo de las ramas y sus sombras. De nuevo el viento sopló, y aquello aligeró el sofoco inicial. Asimismo, por un cosquilleo en la palma de la mano Seiso notó que la flor volvía a girar empujada por el aire. La miró. «Te he conocido, ahora déjame nacer como te dejo morir a ti», le dijo mentalmente. La flor no respondió, solo giro un cuarto y se inclinó a su derecha.

En ese momento Seiso el viejo dejó caer la flor, y alzó su tez hacia el cielo, mirando directamente a Niván. Un pájaro surgió de entre las copas de los árboles y con un vuelo errático pasó por encima del anciano. «Ahí va la flor», se dijo Seiso.


Completamente atónito Niván mantenía los ojos clavados en los de aquel estrafalario abuelo barbudo que lo miraba desde el pasado. ¿Qué clase de broma del destino había propiciado tal coincidencia? —se preguntó—. Aunque él sabía que era absurdo, que aquel anciano habría muerto cientos de años atrás, tenía la palpitante e irracional impresión de que se habían visto simultáneamente. Todo aquello sobrepasaba con creces cualquier expectativa, era sencillamente un hito para el conocimiento humano.

Ya no solo podrían explorar desde otra perspectiva temporal las galaxias y planetas, además, tendrían la posibilidad de ver directamente por vez primera en la historia una parte del pasado de la humanidad antes del nacimiento de la fotografía. Al final el sueño de Niván se había cumplido: era el artífice de un hallazgo sin parangón en la centuria, y su nombre sería recordado en la Cepa del Tiempo para siempre. En la Cepa del Tiempo y en la de la Memoria —se dijo—, aquel descubrimiento iba más allá de la mera física de gran escala. Xuga sin duda se quedaría sin palabras.

Antes de contraer la imagen de la Tierra y volver a la visión general, Niván se cercioró de que nadie hubiera estado fisgando en sus investigaciones. Cualquiera podía acoplarse a las observaciones de otro si explícitamente no se definía la sesión como privada, y de momento, Niván quería mantener todo aquello en secreto, por lo menos hasta que obtuviera más datos. Afortunadamente nadie parecía haber accedido a su telescopio durante la última fase de sondeo. Esto hizo que Niván respirara aliviado.

Como más le daba vueltas más enigmas nacían entorno al hallazgo: ¿Qué proceso natural podía haber dotado a ese trozo de rubidio estelar de un pulido atómico tan perfecto? —se cuestionó—. ¿Qué hacía flotando solitario cerca del cinturón de asteroides? ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Habría acaso más espejos circunflejos perdidos por la Vía Láctea?

Con el esquema preciso de la peculiar forma y composición del objeto, Niván inició una exploración de barrido de la galaxia buscando otros cuerpos de características similares. Al ser tan específico, con los índices de rastreo bien acotados, no tardaría en dar con otros espejos iguales si estos existían. La sorpresa fue mayúscula al terminar el rastreo. Según indicaban los resultados había millones de objetos con un 99.9% de semejanza esparcidos por la Vía Láctea. El que encontrara Niván no era el único espejo de rubidio, era tan siquiera una ventana al pasado de tantas que estaban aún por explorar.

Desde el comienzo Niván se encontraba inmerso en una nube, tenía la mente algo emborronada y cada vez sentía que la situación adoptaba un tinte más irreal. A pesar de haber vivido grandes aventuras virtuales y corrido peligros indescriptibles en la subrealidad, Niván nunca había experimentado los nervios que, en aquellos instantes, la realidad otorgaba al hecho que estaba viviendo. En cierta medida era parecido a la sensación de vitalidad y pavor que despertó en él el Inmortal, pero a una escala inmensamente mayor. Era real —se repetía—, era real y él era el protagonista. Se preguntó qué pensarían Jun y Andara; se imaginó el futuro y las felicitaciones efusivas de sus colegas de Cepa. Se sentía orgulloso, pero a la vez tenía miedo. Era una situación muy frágil, en cualquier momento podía equivocar sus acciones y desaprovechar aquella oportunidad de triunfar. Aventurarse a exponer demasiado pronto en la Cepa el descubrimiento, o no ser suficientemente discreto, podía acarrear consecuencias espantosas. Resultaba tan tremendo el asunto que bien podía alguien intentar llevarse el mérito pasando por encima de Niván. Estaba muy cerca de éxito, lo sabía, pero por primera vez en la vida, sentía que tenía algo que perder.

El alba llegó ensangrentada con Niván tumbado en su cama, despierto, meditando la mejor forma de gestionar el descubrimiento. En el corazón de Niván una alegría profunda se mezclaba con el peso del secreto, confiriendo un sabor agridulce a la aurora del día más feliz y más terrible de su vida.


[ Novela «Espejos circunflejos» ]
ÍNDICE | ⤎ C. I – Un día de campo :ANTERIOR | SIGUIENTE: C. III – ¿Qué fue de Marco-Antonio?



Artículos relacionados:


Comentarios:

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *