Espejos circunflejos: C. I




[ Novela «Espejos circunflejos» ]
ÍNDICE | SIGUIENTE: C. II – El que observa las estrellas


TOMO PRIMERO

CÁPSULA I
UN DÍA DE CAMPO

El rumor de los árboles y el canturreo matutino de los pájaros fue penetrando progresivamente en la consciencia aún adormecida de Niván. Giró y se contrajo por la cama, luchando por permanecer un poco más sin despertar, intentando conservar el recuerdo de un sueño reciente y volver a adentrarse en él. Pero era inútil ya. Entonces Niván abrió los ojos y se quedó un buen rato observando el cielo.

Desde aquella perspectiva el cielo azul, moteado de nubes, empalidecía al ser contemplado a través de la cáscara de la matriz: la cúpula que acogía a Niván. Sus finas paredes se presentaban levemente oscurecidas a causa del intenso sol, y si bien esto le protegía de las inclemencias del clima, también le aislaba de los vívidos colores del mundo exterior. Alrededor de la matriz la naturaleza seguía su cadencia, atareada en los quehaceres de la vida, despierta desde que el sol asomara por allá las siete de la madrugada desde detrás de las colinas, mientras que dentro de la casa de Niván todo seguía otro ritmo. La matriz era un receptáculo estanco, globular y translúcido, donde daba la impresión de que ni el tiempo pudiera penetrar.

Mientras desayunaba unas galletas Orprix y una taza de té con leche de yak, Niván consultó con su enlace cerebral cuál sería la indumentaria más adecuada para ir al campo. Aquello se debía a que la velada anterior, dos de sus mejores amigos, llamados Andara y Xuga, le habían propuesto de pasar el día de excursión. Así que Niván, ahora desnudo y saboreando unas galletas, se preguntaba qué ropa debía escoger para pasear por los bosques circundantes. Y es que no era un hombre especialmente aventurero ni aficionado al senderismo, siempre se había considerado hogareño y de ciencias, manteniendo una cierta distancia prudencial con aquella realidad que no obstante tanto le fascinaba. Finalmente escogió un cómodo mono verde con calzado de montaña incorporado. Tres minutos después, el arca de la matriz ya había generado el atavío seleccionado.

Aún restaban un par de horas para la cita, así que manteniendo el estado meditabundo que le acompañaba desde que despertara, Niván defecó y seguidamente se dio un baño relajante dejando que la pereza le invadiera. Sumergido en el agua templada, con la vista a ras de suelo que le proporcionaba el surco de la bañera, se puso a observar los elementos que conformaban ese seguro y confortable lugar que era su casa, su matriz. Gran parte de lo necesario aparecía integrado en el mismo habitáculo, tanto la enorme cama de regeneración, como el baño o el arca, nacían del suelo constituyendo una porción orgánica de la casa, y compartían la misma textura porosa y parda de la cúpula. El arca era un cuerpo de forma ovoide que dispuesto en el eje de la matriz, servía de centro de generación y reciclaje de objetos físicos. En ella se podía recrear cualquier elemento almacenado en la Gran Biblioteca de Alejandría, hecho que propiciaba que la vida de Niván resultara ociosa y agradable. Por otro lado, lo que no se utilizaba, así como los residuos, volvían al estómago de la matriz también por el arca, y allí se desintegraban y se acumulaban como potencial para un uso posterior. Aquellas estructuras eran la base de que participaban todas las casas, pero a partir de ahí cada ciudadano decoraba su matriz a su gusto y necesidades. Austero, Niván había optado por una suerte de diván reclinable, un tablero de trabajo alargado y una mesita de té de ébano rodeada de pufs biotectónicos. Tiempo atrás había intentado ornamentar su hogar con algo más de alegría. Para ello consultó diseños y fisgoneó los domicilios de sus conocidos, pero el resultado fue tan histriónico e incoherente, que lo retornó todo de vuelta al arca y se quedó igual que al principio. Si la decoración era una declaración de personalidad, la suya era sobria y funcional, y era mejor que no intentara engañar a nadie.

Después de secarse, Niván se embadurnó su imberbe y pálido cuerpo con aceites aromáticos. Al pasarse las manos por la cabeza calva pensó que quizás sería buena idea generar un sombrero o algún tipo de capucha para evitar insolaciones o quemaduras. Lo meditó un instante, pero desestimó la idea más por pereza que por cualquier otro motivo.

De camino a la encrucijada donde había quedado con sus amigos para ir de excursión, Niván se detuvo un par de veces para oler las flores que rodeaban el sendero: ambarinas caléndulas, verbenacas de puntas marinas, o rojizas amapolas. La explosión de color de las últimas semanas era impresionante, y se sentía un poco avergonzado de no conocer más sobre la biología de aquellas exuberantes plantas viviendo a escasos metros de ellas. Pero él era un hombre de estrellas, pasaba los días explorando el cosmos en busca de algún que otro descubrimiento remarcable que le rescatara de la mediocridad. Así que la primavera había llegado sin que le prestara demasiada atención, concentrado como siempre en la lejanía, en las profundidades del firmamento, sin fijarse siquiera en la hierba que crecía bajo sus pies. Y eso avergonzaba a Niván, le hacía sentir que de cierta forma la ambición le cegaba, y que en esos términos, era un hombre poco completo. Más aun teniendo presente que la mayoría de personas disponían de una formación transversal, tanto podían conversar de horticultura como de astrofísica, y solo con los años, normalmente a partir de una edad madura, iban especializándose en una Cepa de conocimiento concreta. Una vez superada su educación troncal básica, Niván había sido libre de estudiar y realizar lo que se le antojara, y ello provocaba que fuera el mero interés la única motivación en apariencia evidente para adquirir conocimientos. Era una motivación que se debía cultivar, pues a veces a Niván no le resultaba fácil adentrarse en Cepas de conocimiento que no le atraían, o substraerse de pasatiempos hedonistas en mundos virtuales de subrealidad.

Pensativo y de cuclillas, cogió un diente de león y lo sopló. Las agujas se esparcieron por el aire y flotando se desvanecieron entorno a Niván. Ni él ni su amiga Andara sabían dónde iban a ir esa mañana, era al parecer una sorpresa de su otro amigo, Xuga, quien les comentó la noche anterior en el foro que deseaba que vieran algo espectacular, pero sin desvelar el destino que les aguardaba. Solamente comentó que pasarían un día de campo, y no era la primera vez que Xuga actuaba de tal manera. Integrante de la Cepa de la Memoria, a Xuga le gustaba compartir su fascinación por la historia, y a menudo sorprendía a sus amigos con sus hallazgos e investigaciones arqueológicas. Ellos presumían que esta vez no sería diferente.

El camino que recorría Niván se incorporó a una calzada más amplia, igualmente homogénea, limpia y de tono pálido. A medida que avanzaba senderos de otras matrices se incorporaban a izquierda y derecha. Viéndolo, Niván rememoró una conversación con su amiga Jun: «La red de carreteras y comunicaciones es considerada el organismo vivo más grande del planeta —dijo ella antaño—, por fortuna se alimenta por fotosíntesis y aún no se ha comido a nadie, porque debe tener una hambre voraz». «Qué ocurrencia», pensó entonces al recordarlo.

Desde la lejanía Niván entrecerró sus ojos azules para divisar si sus compañeros ya estaban en la encrucijada. Deslumbrado por un sol severo la distancia se mostraba borrosa, casi blanda. Pero adivinó que Xuga esperaba sentado bajo una vieja y solitaria encina, lo reconoció por su larga melena y su coronilla rapada, aunque parecía estar todavía solo. Poco después, mientras se acercaba al lugar acordado, Niván logró ver al fin por el camino que llevaba a la matriz de Andara a esta misma acercándose montada en un ciclón.

Al llegar Niván, Andara charlaba mentalmente con Xuga y había dejado el ciclón rumiando apaciblemente por las hierbas bajas de alrededor.

—Hola, ¿cómo estáis? —saludó Niván mientras ganaba los últimos metros hasta el punto de reunión.

—Hola Niván.

~Hola —le transfirió también Xuga de mente a mente.

—Le contaba a Xuga la última anomalía que he detectado entre los jueces; ahora os lo explicaré al detalle. Pero antes veamos qué nos va enseñar este chiflado —dijo Andara señalando a Xuga con la cabeza.

—¿O sea que el chiflado soy yo? Vaya ironía… —comentó Xuga, para continuar proponiendo—: Bueno, si queréis podemos ir tirando, el lugar adonde vamos queda lejos.

Andara hizo ademán de llamar al ciclón para montar en él, pues se había alejado un poco mientras buscaba hierba. El ciclón era un organismo artificial de transporte, compuesto de una rueda principal para la tracción y otra pequeña para el equilibrio, que hacía a su vez de cabeza. Cuando el piloto bajaba de un ciclón, el vehículo solía erguirse y aprovechaba para recuperar fuerzas pastando, moviéndose a modo de monociclo en sentido contrario al que le era habitual.

—¿Y con el ciclón qué hacemos? —preguntó Niván.

—Llegaba tarde y tuve que echar mano de Manni —se justificó Andara—. “Quien no tiene cabeza, tiene un ciclón”.

—Dejarlo aquí sería lo más conveniente —sugirió Xuga—, que se quede aquí comiendo tranquilo y luego lo recoges Andara. Allí donde vamos no serviría de nada. Ya me he encargado yo de traer el material que necesitaremos, y es probable que tengamos que… bueno, que tengamos que escalar un poco, y es mejor no llevar trastos que nos estorben.

De una bolsa que Xuga llevaba colgada sobresalía un amasijo de cuerda mal enrollada, elemento que a Niván le llamó la atención y se le antojó rústico y primitivo.

—Vaya —exclamó Niván—, ¿adónde nos llevas? ¿Escalar? Pensé que se trataba de un paseíto por el campo.

—No exactamente. Pero cuanto antes emprendamos el camino antes lo descubriréis.

—Cuanto misterio —bromeó Niván, y le transfirió a Xuga mentalmente~: Venga cuéntamelo…

~No —sentenció este.

Los tres se adentraron en el bosque a paso tranquilo, charlando alegremente, agradeciendo el cobijo que la sombra de los árboles les ofrecía. El implacable sol que había fustigado a Niván durante el camino ahora apenas se filtraba por las rendijas de las ramas, componiendo un paisaje claroscuro de hojarasca, fresco y agradable.

En aquella lobreguez idílica, Andara les contó una de sus habituales aventurillas políticas, cómo la imparcialidad de los jueces a veces se ponía en entredicho o cómo ciertas normas sociales carecían de fundamento. Al hablar tenía un tono firme pero alegre, propio de alguien muy seguro de sus convicciones. Detrás del cuerpo joven y en forma de Andara, y de su porte a la moda plasmado en su cabeza rasurada de la que brotaban dos largos mechones de las sienes, sus ojos delataban una dureza madura e impenetrable, la de quien había superado muchos inviernos.

—Y así, ¿qué nos llevas a ver, Xuga? ¿No será otro centro de ocio pre-Naciente abandonado? —indagó Niván en un momento dado—. El último fue interesante pero estaba muy deteriorado, la maleza se lo había comido casi por completo. Suerte que tú ibas contándonos qué era cada cosa, porque si no poco hubiéramos entendido.

—No. Esto es bastante más impresionante —contó Xuga—, es de cuando el control de los Inmortales, a finales de la Edad del Sueño. Es verdad que es una época considerablemente bien documentada, pero de la que quedan pocos vestigios físicos. Mucho, mucho de lo que quedó se transformó en potencial después de que los Naturales se fueran, pero será mejor que lo veáis por vosotros mismos. Todavía no lo he reportado a la Cepa de la Memoria —dijo a modo de recordatorio—, tengo que recopilar numerosos datos aún, apenas hace una semana que lo descubrí.

—Entonces seremos testigos de primera línea del hallazgo —apuntó Andara.

—Sí, pero no adelantemos acontecimientos. Dinos Niván, ¿cómo llevas tú tus investigaciones? —preguntó Xuga con tal de virar el tema de la conversación.

—Eh… Ninguna novedad —contestó Niván que no esperaba aquella pregunta y titubeó al principio—. Creí haber solucionado un problema en Andrómeda Tres, pero en la Rama de Macrofísica de la Cepa del Tiempo ya tenían registrada aquella conclusión desde hacía algún tiempo. Así que ahora me dedico a vagar sin rumbo por las galaxias cercanas, en busca de algo que estudiar.

—Sé paciente amigo, ya llegará tu momento de triunfar —le consoló Xuga.

~Ya estamos… —transfirió Andara a Niván, y continuó en voz alta—: ¿Y por qué debe esperar “su momento”? Una persona no es mejor ni peor según los descubrimientos que acumula. Esa es una obsesión que padecéis muchos, y os hace esclavos de los méritos públicos, de las apariencias. Y más vale “ser” que “aparentar”.

—Pero Andara, si el chico aspira a encontrar pareja procreativa sabes de sobras que necesita destacar en su Rama de estudio —le contestó Xuga.

—Entonces tú, Andara ¿qué consideras que hace mejor a una persona que a otra? —preguntó intrigado Niván.

—Quizás la forma en que utiliza la información que posee, o la voluntad de aprender a hacer lo correcto, o…

—Históricamente —le cortó Xuga— es verdad que se ha verificado que toda opción de selección sexual es buena o mala según el entorno, no olvidéis qué pasó con la selección genética durante el Imperio del Disco de Jade cuando vino la última glaciación. Sin embargo, hoy en día se valora la aportación de cada individuo al conocimiento global, y si uno quiere ser estimado debe destacar en ese ámbito. Es así de sencillo Andara.

—No todo el mundo piensa igual —replicó Andara.

—Puede. Pero si ignoras la evidencia reduces tus posibilidades de encontrar pareja procreativa. Hay que adaptarse al medio —continuó Xuga, y terminó con retintín—, y sé que tú lo sabes.

—Puedes adaptarte, o cambiar el medio —rebatió de nuevo Andara.

—En parte creo que Xuga tiene razón —concedió Niván que se sentía excluido de la conversación aun siendo él el sujeto—, pero ya que estáis hablando de mí —amonestó a sus amigos—, debo deciros que mi motivación para investigar no es la de encontrar pareja procreativa. Quiero descubrir algo importante porque siento que puedo aportar algo de valor a nuestra sociedad.

—Ya —dijo Xuga con sarcasmo.

—En serio, la intuición me dice que algún día desvelaré un gran misterio, y es el anhelo de ese descubrimiento lo que me mueve. Lo que ansío es sentir la emoción que te invade cuando vas revelando poco a poco las capas de un enigma, y no el querer destacar para ser “procreativamente atractivo”.

—Un sentimiento más noble que la recopilación de galardones de aprobación social —dijo Andará, que sonrió cariñosamente a Niván y le transfirió mentalmente un sentimiento cálido y agradable.

Sin detenerse, Xuga sacó de un lateral de su mochila unos elementos tubulares, tricolores y de base esponjosa. Repartió un trozo para cada uno.

—He traído almuerzo. Desconozco cuánto tardaremos en volver, y de esta forma ya habremos comido.

—¿Nos llevas al fin del mundo o qué? —dijo Niván al tiempo que mordía su ración, lo que provocó que su siguiente pregunta apenas se entendiera—. Vamos, ¿por qué no nos cuentas algo más?

—Ah… No seas impaciente, no está muy lejos. Te diré que está en un estado de conservación excelente, será como adentrarse en un mundo donde el tiempo se ha detenido: ya veréis, os encantará.

—Bueno, como quieras. ¿Has traído agua?

—Esperad un momento —pidió Andara, que se había detenido e inspeccionaba de cuclillas, apartando las hojas que las cubrían, las raíces de un haya. Niván y Xuga dieron media vuelta y se aproximaron a su posición y ella aclaró—: He visto unas setas, creo.

—¿Y para qué quieres ahora tú unas setas? —preguntó Xuga—. ¿No las puedes generar después en el arca? Seguro que puedes localizar con facilidad el modelo generatriz de cualquier especie de este bosque.

—Ah, no es por eso —replicó Andara, que había despejado una pequeña zona entre dos raíces salientes, dejando a la vista un húmedo y adormilado musgo—. He creído ver una cabecita blanca, por aquí crece una tal “colibiamucida”. No es para mí —aclaró—, un amigo, estudiante de biotectura, me pidió que si iba por aquí y veía ese hongo le trajera una muestra, está realizando un trabajo de comparación con el arquetipo almacenado en la Gran Biblioteca.

—Yo no veo nada —comentó Niván escrutando el suelo con la mirada.

—¡Aquí esta! —soltó Andara.

Dos pequeñas y lustrosas setitas blancas emergían del humus aglutinado en un recodo. Andara, al remover las hojas las había ocultado y ahora volvían a estar al descubierto. Recogió un trocito de la copa, intentando no romperlo en exceso, y se lo guardó en un bolsillo dentro de un recipiente.

El olor intenso y mojado del compuesto orgánico del sotobosque encandiló a Niván. Era un aroma de naturaleza primitiva y montaraz, que le transportaba a sus años de juventud cuando solía jugar en el bosque, cuando aún no había empezado a investigar el cosmos y cada nueva sensación era un mundo. Recordó un día de su niñez en que se escondió no muy lejos de ahí, y cómo los actos más insignificantes condicionaban la vida de una persona. Si en aquel entonces hubiera sospechado lo que significaría el escapar y no completar esa fase de su educación, habría tomado sin lugar a dudas otra elección. Pero ya era demasiado tarde, o por lo menos eso creía Niván.

—Ya está, podemos proseguir —anunció Andara mientras retomaba la marcha dando por completado el encargo.

Niván se quedó rezagado, siguiendo a sus compañeros con alguna demora. Meditabundo empezó a plantearse esa cuestión: la de los pequeños actos que habían definido su existencia. En ocasiones se trataba de simples coincidencias, en otras de un segundo de valentía o temor. Quizás podría haber tenido un hijo con Jun —se dijo—, si tan siquiera se lo hubiera planteado a la chica en cuestión unos años atrás, cuando solían pasar las tardes conversando en la playa. O quizás podría haber sido expulsado de la sociedad, si Andara no hubiera mentido por él cuando era un adolescente confundido y se escapó. Cada mirada, cada palabra y cada acto definían su realidad irreversiblemente, y a pesar de detestar muchas de las decisiones que había tomado a la largo de la vida, ciertos granitos de luz se repartían a lo largo de su camino tal que momentos de ingravidez que no hubiera cambiado por nada. Lamentarse sobre lo acaecido en el pasado, a fin de cuentas, no iba a modificar los hechos.

—Hemos llegado —informó Xuga tras detenerse.

Habían estado bajando por una ladera recubierta de hojas muertas hasta un pequeño claro donde los árboles no se atrevían a crecer. El suelo, en los alrededores anaranjado, aquí mostraba la hierba y la tierra que lo sostenía, y la lobreguez circundante daba cabida a la cálida luz solar. Xuga se adelantó hasta el centro del claro, donde un hoyo reciente y cúbico se sumergía un par de metros en la tierra. Enseguida le alcanzaron sus dos compañeros, asomándose curiosos para ver qué escondía el agujero cuadrado. De las paredes quebradizas y migajosas brotaban raíces cortadas y piedras suspendidas en un equilibrio precario, algunas de las cuales se habían desprendido al interior. En el suelo del pozo una superficie lisa y de textura metálica se perdía tras las paredes de tierra, y justo en el centro una trampilla con una gran asa aparecía cerrada.

—¿Y eso? —indagó Niván.

—Venid —invitó Xuga, que se descolgó dentro de la cavidad en un salto al que sucedió un golpe seco y férreo—. Esta entrada calculo que tendrá… unos cuatrocientos años, ha de ser de mediados del gobierno de los más aptos como ya os dije, cuando los Inmortales estaban en pleno apogeo y se estaban gestando los grandes descubrimientos sobre la transmutación que nos han llevado hasta hoy en día. Sorprendentemente el análisis de la energía residual me atestigua que su utilización podría haberse alargado hasta casi el Despertar. Según lo poco que he podido averiguar, esta entrada salvaguarda uno de sus últimos refugios, cuando la sociedad ya estaba inmersa en la confrontación entre Naturales y Ordenados, y los Inmortales se habían ido apartando de aquella población que les rechazó. Solos y aislados, los pocos que quedaban, fueron muriendo poco a poco en sitios como este. —Sin detener la explicación dejó la mochila en el suelo y agarró el asa—. Los años alrededor del Despertar son un periodo convulso y bastante desconocido, a pesar de su relativa proximidad en el tiempo. La mayor parte de la información que poseemos aún está siendo clasificada y resulta un galimatías si no estás familiarizado con los protocolos de los Lectores de Alejandría.

—¿Has bajado ya entonces? —preguntó Andara.

—Sí, claro. Pero no he podido adentrarme demasiado, me faltaba material. Pero hoy llevamos de todo. —No sin cierta dificultad Xuga abrió la chirriante trampilla. Esfuerzo que se tradujo en un hablar entrecortado y ronco—. Además lo mío me ha costado detectarla y cavar hasta esta entrada —continuó Xuga—, en las imágenes se mostraba una superficie inmensa y uniforme, y era difícil averiguar por dónde acceder, pero al final… —la trampilla cedió por completo— la encontré.

—¿Te faltaba material o te daba pereza?

A la pregunta de Andara, Xuga respondió con una sonrisa, y apremió—: Venga, bajad.

Andara y Niván le hicieron caso y descendieron al interior del hoyo cuidadosamente. En la ejecución de la maniobra se desprendió un poco de la tierra rojiza y algunos guijarros de las paredes, parte de los cuales cayeron por el hueco recién abierto. Al mismo tiempo Xuga sacó una larga cuerda roja, unos arneses y un aparato con poleas y ganchos que empezó a fijar en el suelo metálico.

—¿Y ya va a aguantarnos eso? —inquirió Niván mientras se asomaba para observar la negrura.

Un olor húmedo y enfermizo brotaba de aquella hendidura, y la oscuridad era tan profunda y opaca, que parecía que absorbiera la luz diurna.

—Por supuesto, he utilizado este tipo de dispositivos miles de veces: la mecánica es una ciencia simple pero eficaz.

—Eres un romántico incorregible —se mofó Andara—, lo extraño es que no hayas traído una escalera para que bajemos.

—Poneos los arneses —ordenó Xuga acercando sin mirar dos objetos de apariencia arácnida a sus amigos—. Y después colgaos una linterna en el pecho —siguió diciendo mientras sacaba de la bolsa tres babosas biotectónicas y las depositaba en el suelo metálico—. Estos koas nos iluminaran al menos veinte metros en dirección frontal, y ahí abajo no hay ni un ápice de luz.

—Lo vemos —comentó Niván con recelo, consciente de que todavía no se había oído el sonido de las piedras que cayeran al llegar al fondo.

Una vez listos, con los arneses amarrados tal que garras y el instrumento de rápel bien sujeto, Xuga fue el primero en iniciar el descenso. Se dejó caer por la trampilla de espaldas lanzándose al vacío. Al instante la cuerda se tensó y bloqueó la caída, y Xuga quedó oscilando en un movimiento pendular en el aire nauseabundo del interior del refugio. Por un segundo, mientras caía, Niván había creído que su amigo se desvanecería en aquella garganta subterránea igual que las piedras que anteriormente habían caído, pero al ver que el artilugio de Xuga funcionaba, no pudo retener un suspiro de alivio. Mediante su enlace Xuga encendió su lámpara de pecho, viéndose envuelto por un halo ingrávido de luz azulada que se mecía levemente con él.

—Una vez haya bajado unos tres metros, que se tire el siguiente —explicó Xuga—. El descendedor hará el resto.

La voz de Xuga sonó sorda y fantasmagórica, como si hubiera traspasado una frontera hacia otro mundo donde el sonido se propagara siguiendo leyes distintas a las del exterior.

—¿Tres metros? —inquirió Niván, que se estaba poniendo nervioso—. ¿Y cómo sabremos que has bajado tres metros?

—De acuerdo —ratificó entonces Andara junto con un gesto de cabeza, sin esperar a que Xuga contestara a las inseguridades de Niván.

Activando su arnés Xuga empezó a descender lentamente, al compás que las poleas del descendedor giraban emitiendo un rumor monótono. El murmullo insistente de la máquina junto con la visión de Xuga empequeñeciendo progresivamente apresaron la mente de Niván, que se sacudió en un escalofrío y tuvo la amarga intuición de que adentrarse en aquella negrura no era una buena idea. Los pensamientos y recreaciones mentales sobre qué pasaría si se rompiera la cuerda, o si una vez abajo los sepultaba un derrumbamiento, hacían que aumentara la sensación de peligro en Niván.

—Nos vemos abajo Niván —dijo Andara dándole una palmadita en el hombro.

Antes que Niván pudiera pronunciar palabra alguna, ella saltó. Y otra vez Niván se avergonzó, ahora por tener miedo, y no haber superado todas aquellas tonterías durante su educación troncal. Quizás —pensó—, ahí radicaba el origen de todos sus problemas. Se había planteado más de una vez el retomar esa fase educativa ya de adulto y encerrarse en la Habitación de las Turbaciones, pero siempre lo terminaba posponiendo con la engañosa escusa del «más adelante, ahora no es el momento». Pero aquello no podía seguir así —se dijo por enésima vez—, debía hacer algo al respecto cuanto antes. Decidido a hacer oídos sordos a sus demonios, cerró los ojos, apretó el corazón, y saltó de espaldas al vacío. El tirón seco que le crujió la espalda al bloquearse la cuerda le cortó la respiración, pero pronto la sensación de ligereza que le invadió mientras colgaba en el vacío le pareció agradable y lo calmó. Se quedó unos instantes suspendido en la nada. Después, accionó mentalmente su cuerda y comenzó el descenso.

—¿Va bien todo por ahí arriba?

La pregunta de Xuga resonó de forma muy diferente a cuando estaban en el exterior. El frío eco hacía que las palabras se volvieran graves y pesadas, anunciando un espacio de dimensiones formidables adormecido por los siglos y que se resistía a despertar. Las tres luces azules, como luciérnagas, bajaban paulatinamente en la negrura sin hallar un final, con el ruido del descendedor, desde la superficie, enmudeciendo progresivamente. Después de unos minutos eternos en que Niván se entretuvo mirando cómo iba haciéndose más y más pequeña la blanca salida, este se alegró al sentir una leve corriente de aire acariciándole el rostro. Unos instantes más tarde llegaron los tres al suelo del refugio, emitiendo tres golpes secos que se licuaron lánguidamente con la oscuridad.

Sin atreverse a disturbar más si cabe el silencio sepulcral que los envolvía, se desataron y tomaron una dirección que a Niván y Andara se les antojó al azar. Hasta donde alcanzaba la luz de las lámparas lo único que se mostraba iluminado era un suelo metalizado decorado con una trama de rugosidades esféricas, que por el efecto de las sombras se difuminaban en una especie de oleaje mineral. Un vapor blanquecino emanaba de las fauces de los tres exploradores al respirar a causa del ambiente frío, húmedo y desolador.

—Esto es inmenso —apuntó Niván sin atreverse a alzar la voz—. ¿Qué uso tenía?

—Lo único que sé, como dije, es que fue un refugio de los Inmortales cuando perdieron el poder y se les excluyó de la sociedad —contestó Xuga mientras esbozaba una sonrisa, pues hacía rato que anhelaba poder dar más datos a sus amigos y alardear de sus conocimientos—. En la dirección contraria de la que ahora vamos topé con una gran entrada, de unos cientos de metros de diámetro, que supongo daba al exterior, pero que ahora está sellada por un derrumbe. Por sus dimensiones debe tratarse de un acceso para vehículos. —Giró la tez y miró a Niván, que lo escuchaba atentamente—. Sabemos que al alzarse la sociedad contra la oligarquía de los más aptos, estos se concentraron en algunos puntos del planeta para hacer su vida aparte, en sitios como este, creyendo que su inmortalidad duraría eternamente. Pero utilizaban un sistema primitivo de regeneración respecto al que actualmente disponemos en la cama de la matriz. —Xuga se adelantó unos metros y su figura se desdibujó levemente, aunque la guía de su voz era suficiente para no perder el rumbo. Al poco aminoró el paso al tomar conciencia de que se alejaba del grupo—. En aquel entonces solo la élite de los Inmortales tenía acceso a los regeneradores, no era como ahora Niván, era una especie de privilegio que los Inmortales sostenían que era inviable para la gente común. De hecho, ya tuvieron suficientes problemas con el exceso de población a causa de los sistemas de regeneración que la gente utilizaba puntualmente cuando enfermaba.

—Y entonces Xuga, ¿qué les pasó exactamente a los Inmortales que quedaron? —preguntó Niván, que se había relajado un poco, y conversar le pareció una buena manera de distraerse de aquel entorno extraño y hostil. Además, empezaba a interesarle el tema y conocía más bien poco de él.

—Pues lo evidente, fueron muriendo con el paso de los años. Algunos —dijo Xuga rebuscando en su mente una respuesta creativa—, no sé, tropezaron y se cayeron por un barranco —aventuró en tono chistoso—, otros se mataron entre ellos. Nada es para siempre querido amigo. —No era la primera vez que Niván y Andara oían esa frase de boca de Xuga—. Al estar aislados y ser pocos, su cultura y tecnología fueron degradándose, hasta que no quedó ninguno y terminaron olvidados. Hoy en día no hay demasiada gente que estudie la cultura elubjín y los Inmortales en su fase final, supongo que porque son relativamente cercanos y resulta más estimulante el pasado remoto, o quizás, por lo difícil que es obtener datos del periodo. Vete tú a saber.

En la oscuridad interminable se perdía la conciencia del espacio, y Niván tenía la incómoda impresión de que por mucho que andaban no avanzaban hacia ningún sitio. Andara, que había permanecido callada para que Xuga pudiera explicar a Niván cuestiones que ella bien conocía, decidió que ya era momento de entrar en la conversación y abrir algún debate.

—La avaricia, era un mal endémico en la antigüedad —comentó ella—. Ayer fue avaricia material, avaricia temporal… pero hoy en día es avaricia de conocimiento.

—Hay que interpretar cada época acorde con su situación —clarificó Xuga—, mientras hubo una dependencia de los recursos, el ser humano luchó por controlarlos, la vida o el bienestar dependían de los recursos. Desde la perspectiva actual es muy fácil juzgar el pasado.

—Aun así —dijo Andara—, hay muchas formas de hacer las cosas, y tú bien deberías saberlo Xuga. Por ejemplo, la escasez de comida no justifica el comerse al vecino.

—Depende del hambre que tengas… —se mofó Xuga.

Ante aquella respuesta Niván pensó en la red de carreteras y en el comentario hecho por su amiga Jun tiempo atrás.

—El simple hecho de que quisieran vivir para siempre ya nos enseña que eran personas egoístas y que su cultura estaba destinada al fracaso.

—¿Acaso la nuestra no perecerá igual? —planteó Xuga—. Todo está destinado al fracaso. “Nada es para siempre”. ¿Qué nos diferencia a nosotros de ellos? Nuestra civilización también morirá algún día, y eso no puedes negarlo Andara.

—Sí, es verdad —aceptó Andara—. Pero el propósito de nuestra sociedad no es perdurar eternamente, ni la inmortalidad de absolutamente nada, ni siquiera de la Gran Biblioteca. Evidentemente sucumbiremos ante algún cataclismo fortuito o alguna rebelión de los descerebrados marcianos, pero hasta entonces debemos intentar no cometer los mismos errores que en el pasado, y la avaricia fue uno de ellos. —Hizo una pequeña pausa mientras reordenaba sus ideas—. La avaricia de poder, al concentrar las decisiones en unos pocos, por muy inteligentes o “aptos” que estos fueran, creo que resultó ser uno de los grandes errores de nuestros ancestros.

—Bueno, no del todo —discrepó Xuga—, en el fondo los Inmortales no lo hicieron tan mal, por algo son llamados los “siglos de la aurora”. Pero la mayor parte de la población no los entendía ni compartía muchas de sus decisiones. Eran demasiado pragmáticos para una sociedad efervescente y emocional, que los terminó echando. Pues los Inmortales trataban a las personas como si fueran niños, y la sociedad quería crecer y gobernarse a sí misma. Pero eso no significa que estuvieran equivocados por completo.

La conversación siguió mientras caminando y charlando iba pasando el rato. La tensión inicial en Niván se había esfumado y de vez en cuando un brisilla apenas perceptible movía el aire, y sacudía el olor enfermizo de estanqueidad. Acertó en deducir Niván que aquello solo podía significar que existían otras salidas al exterior aparte de la escotilla por donde habían entrado, lo cual le concedía cierta tranquilidad ante un eventual derrumbe. Tomó conciencia de dónde se encontraban y se imaginó el espacio opaco que ahora exploraban. En su mente germinó la imagen tridimensional de una gran bóveda metálica, y pensó que si hubiera alguien en cualquier extremo los estaría viendo y oyendo sin dificultad. No le habría importado que Xuga encendiera el interruptor de la luz, la fluorescencia, las antorchas, o lo que fuera que utilizaran los Inmortales para iluminar aquel sitio. Y se dio cuenta al pensar aquello de que poseía una idea muy vaga de ese periodo de la historia, y que sus únicas referencias eran confusas imágenes mezcladas que guardaba en un pequeño recodo de su memoria llamado pasado no-vivido.

—Mirad —interrumpió Niván la conversación de sus amigos—, allí al fondo parece haber algo.

Rompiendo la uniformidad del paisaje dos formas alargadas surgían del suelo y se perdían en la negrura frente a ellos. Sus siluetas eran vaporosas y difusas a causa de la distancia, embadurnadas del tinte azulado que las lámparas exudaban y otorgaban a casi todo. Ante el descubrimiento, una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Xuga, y enmudecidos, se acercaron a paso ligero hacia los postes.

A medida que se aproximaban se iban definiendo dos grandes columnas, de las cuales era imposible avistar el final hacia lo alto. Detrás de ellas, surgió una pared que también se perdía en la noche cavernaria en tres de sus ejes. El tono marino que adoptaban dichos elementos a distancia dio paso a un color ocre con vetas oscuras, que les daba una apariencia similar a la madera pulida aunque con una transparencia ambarina. Era un espectáculo asombroso, y la impresión podía verse reflejada en los ojos, abiertos sobremanera, de los tres exploradores.

—Pensaba que aquí todo sería… metálico, igual que el suelo —comentó Niván—. Parecen árboles gigantes.

—No te equivoques… —Xuga estaba dando golpecitos y examinado una de las columnas—. Creo que confundes épocas.

—La historia no es mi fuerte, ya lo sabes.

—Es “bicidja”, un material sintético que solían utilizar los Inmortales. En algunos aspectos puede ser parecido a la madera, pero no arde con facilidad y es millares de veces más resistente.

Las columnas, lustrosas y satinadas, parecían no haberse percatado del paso del tiempo, con una superficie sin un rasguño aparente y una majestad hierática, impasibles guardianes del refugio de los Inmortales. En la base un zócalo curvo reseguía su perímetro, y una fina ranura, apenas perceptible a simple vista, marcaba la forma de lo que debiera ser una puerta. Xuga la palpó pasando el dedo con suavidad por la superficie.

—¿Y la pared? —le inquirió Andara adelantándose y señalando el muro que les bloqueaba el paso a unos metros más allá.

—Creo que debe pertenecer al edifico principal. Esto son elevadores,  pero sin una  fuente de  energía  son inútiles. —Xuga miró un momento hacia arriba, reparando en que los veinte metros de claridad que le proporcionaba su lámpara no eran suficientes—. Sigamos la pared, tarde o temprano encontraremos alguna entrada, y esperemos que esté abierta.

Para Niván era extraño y estimulante el encontrarse en un sitio sellado durante tantos siglos, y aproximarse a lo desconocido en aquel frío silencio otorgaba un velo de irrealidad a la experiencia. Era como haberse adentrado en una máquina del tiempo que le permitiera pasear junto a aquellas gentes del pasado. Modos de vida, valores y pensamientos diametralmente diferentes a lo que él conocía, y esa distancia precisamente le hacía sentir a Niván que aquello era en parte ficción, semejante a una experiencia de subrealidad, aunque con una sensación fría y mojada en la nuca que le revelaba que genuinamente estaba ahí.

Durante un buen rato resiguieron el gran muro, expectantes y sin conversar, viendo como las hercúleas columnas iban desapareciendo a sus espaldas. El camino que marcaba la pared iba torciéndose lentamente hacia el interior, descubriendo una forma curva en su conjunto que dadas las proporciones, era solo perceptible desde la lejanía.

Encabezando la expedición Xuga marcaba el paso a un ritmo resuelto, después Andara y Niván lo seguían con una marcha algo más lenta y cauta.

—He… He visto que mañana van a hacer una obra interesante en el teatro —dijo Niván promoviendo romper el silencio que tendía a tensarle los nervios.

Antes de contestar nada Andara giró el rostro y se lo miró un momento, para preguntar finalmente—: ¿De cuál se trata? Últimamente estoy muy liada y no he ido a ver ninguna representación.

—De una tal Lisístrata.

—Creo que no la conozco —dijo Andara distraída.

—Yo tampoco la conocía —confesó Niván—, Xuga me explicó que se trata de una comedia de la Grecia clásica, va sobre cómo en medio de una confrontación violenta las parejas sexuales permanentes de los hombres implicados deciden dejar de tener sexo con ellos, hasta que se concilien.

—¡Jajá! Buena coerción —rió Andara, que no le estaba prestando mucha atención hasta entonces, y decidió aparcar sus pensamientos para otro momento—. Sí que puede ser interesante, sobretodo el ver las formas de relación sexual del pasado y sus costumbres.

—Lo que no entiendo es por qué no se apañan en el relato los hombres entre ellos, ¿tanto preferían a las mujeres?

—Antes la sexualidad estaba totalmente vinculada a la reproducción —explicó Xuga que estaba oyendo la conversación desde delante, pues en grupo por educación no solía utilizarse el enlace para comunicarse mente a mente—. Ciertamente hoy en día se nos hace extraño, una cosa es con quién quieres procrear y tienes hijos por recombinación, y otra muy distinta la sexualidad como disfrute, pero como tantos otros hábitos humanos tiene un origen biológico. Monogamia o familia son conceptos que nos son ajenos, pero que en un pasado remoto eran los pilares de la sociedad.

—Pues pobres griegos… —se burló Niván—. Para mí practicar sexo es como comer, entiendo que alimentarse es una necesidad biológica, de acuerdo, pero mi vida sería mucho más triste si solo me dejaran comer patatas.

—A veces al estudiar el pasado te preguntas ¿cómo eran capaces de vivir así? —decía Xuga cuando se detuvo—. Pero al final te das cuenta de que para ellos no era complicado, lo asumían como lo normal.

Al ver la razón por la cual Xuga se había detenido Andara y Niván también callaron, y cubrieron los últimos pasos hacia su amigo en silencio. Delante de ellos un orificio oblongo, de líneas curvas, se adentraba en el edificio con un pequeño pasillo helicoidal que se fundía en la oscuridad. Encima de dicha entrada, una inscripción cincelada en un lenguaje desconocido rezaba:

Los ojos de los tres se clavaron en aquel verso, intentando esclarecer el significado que entrañaría el encabezado de la puerta, por si era una advertencia, una manifestación poética o simplemente el enunciado de qué albergaba el interior. Andara y Niván volvieron sus cabezas hacia su compañero historiador, habiendo abandonado la tentativa de descifrar el criptograma por ellos mismos y esperando una respuesta. Alternativamente Xuga se los miró y se encogió de hombros.

—Lo siento —dijo—, no pensé que me sería necesario absorber el lenguaje de los elubjín en una segunda exploración superficial, además, desde aquí abajo no podemos enlazarnos a la médula, el techo nos bloquea —y una vez se hubo justificado, Xuga instó—: ¿Seguimos?

—No hemos venido para no entrar, ¿verdad? —dijo Andara a la vez que iniciaba la marcha hacia el interior del edificio.

Al traspasar el pasillo helicoidal les acogió una gran sala abovedada y vacía que presentaba una zona del suelo parcialmente destruida formando una flor de astillas que se elevaba peligrosamente. Niván pensó que ese material millares de veces más fuerte que la madera se había abierto aquí como el caramelo caliente. La enorme explosión que lo reventara solo alteró la naturaleza del material durante un instante, quedando solidificado rápidamente en estacas de conformación dinámica, congeladas en una especie de corona líquida atrapada en el tiempo.

En la cúspide de la cúpula un agujero negro hacía sospechar la existencia de un nivel superior, de igual manera que el agujero del tramo roto, a pesar de verse sumido en las tinieblas, insinuaba la presencia también de un piso inferior. Por las paredes varias semiesferas incrustadas se intercalaban con entradas y salidas hacia otras salas, aberturas con sus pasillos espirales correspondientes similares al enroscado túnel de la entrada principal.

Permanecieron los tres intrusos unos instantes admirando el conjunto. La luz azulada de las lámparas enmascaraba los recodos más alejados de ellos, así que se desplazaron cautelosamente por la sala, iluminando y explorando los sitios penumbrosos. Las esquinas redondeadas, sin ángulos rectos, transmitían una peculiar armonía solo rota por el agujero astillado. Andara pasó la mano por una de las paredes: era suave, casi resbaladiza, y la textura de vetas leñosas, a tenor del albor marino de la lámparas, recordaba las venas bajo la piel de un organismo vivo. Niván se acercó al agujero del suelo con intención de inspeccionar el nivel inferior, pero se detuvo cuando Andara le transfirió un «Cuidado con eso».

El ambiente se había enrarecido aun más que en el exterior, y un olor intenso a moho afloraba por doquier, mientras que la respiración de Niván se había vuelto audible, y este se esforzaba por sosegarla.

—¿Y cuál será  nuestro próximo  paso “oh gran guía”? —preguntó Andara.

—Mmm… elige tú Niván.

En un primer momento Niván hubiera elegido el acceso de sus espaldas, para regresar por donde entraran, pero al pensarlo mejor le pareció graciosa su cobardía, y sin mediar palabra señaló uno de los pasillos al azar. Al penetrar en la siguiente sala la sobriedad imperante en la anterior cambió radicalmente. Allí les esperaban algunas mesas rotas y polvorientos desperdicios esparcidos caóticamente, ennegrecidos y difíciles de identificar. Se abrieron paso intentando no pisar nada, aunque dado el desbarajuste imperante no fue tarea fácil.

—¿Veis esas marcas oscuras en el suelo? —Xuga señaló unas manchas difusas—. Son signos de que aquí han hecho hogueras. Seguramente este recinto sirvió de abrigo una vez los Inmortales ya no estaban. Además, es probable que lo hayan saqueado infinidad de veces mientras no se derrumbó la entrada principal. No sé si van a quedar muchas cosas originales por ahí adentro.

Recipientes variopintos, artefactos arcaicos o huesos de conejo. Para Niván aquel montón de basura resultaba algo curioso, acostumbrado a reciclar a través del arca lo que no utilizaba o necesitaba, no había contemplado nunca un desorden similar. Removió un montoncillo con el pie y dejó al descubierto un pequeño libro. Pese a no haber leído ninguno en su vida, sabía de lo que se trataba y le pareció un objeto interesante, así que se agachó y se lo guardó en un bolsillo.

~No rompas nada, todo esto también contiene una información valiosísima, aunque sea de otras épocas —transfirió Xuga a Niván al ver que meneaba los escombros.

~Entendido —contestó Niván mientras se levantaba.

Habiéndose adelantado Andara hasta el centro de la sala, desde ahí analizaba la situación.

—Pasar por aquí va a ser difícil —dijo—. Esas dos montañas de trastos nos impiden el paso. ¿Tú cómo lo ves Xuga?

—A tu derecha hay un camino libre —indicó Xuga, señalando con el dedo un espacio entre dos mesas apoyadas—. Podemos ir por ahí y pasar por esa salida, así no tenemos que mover nada y podré documentarlo todo bien en la próxima visita. Por el volumen de elementos que hay aquí prefiero escanear la habitación para tener una visión exacta de todo. Ya sé que es difícil, pero intentad no mover nada.

Además de ser un gran conocedor del cosmos y la astrofísica, Niván también era un magnífico atleta. De los tres, él era el que tenía una psicomotricidad más perfeccionada, aunque sus amigos también gozaran de una muy buena forma física gracias a la cama de la matriz. Teniendo en cuenta este aspecto y queriendo aportar algo, Niván se acercó al hueco.

—No te preocupes Xuga. Paso yo primero y os digo qué tal. —Arqueando la espalda, con un movimiento ágil y preciso, pasó entre los muebles. Al erguirse y ver que había salido airoso de la torsión, se sintió satisfecho y sonrió para sí. Por una vez, no era el peor en algo y podía enorgullecerse ante sus amigos—. Tened cuidado con la pata que sobresale, yo he pasado muy cerca.

—¿Ves si se puede seguir bien hasta la salida? —le preguntó Xuga.

—Sí —confirmó Niván tras pegarle una segunda ojeada al trayecto—, solo hay un… una cosa aquí en medio que hay que saltar, pero nada complicado.

—Entonces vamos —dijo Xuga mirando a Andara.

Mientras sus amigos pasaban por debajo el puente de mobiliario, Niván observó los objetos ahí apelotonados. Con un examen superficial era peliagudo determinar qué eran muchos de ellos. Algunos parecían rotos, otros simplemente se confundían al estar enredados, sin embargo, claramente los habían desechado ahí pensando que no tenían ningún valor. Niván se preguntó qué tipo de ladrones deberían haber sido aquella gente para perpetrar tal estropicio. Transfirió la cuestión a Xuga, ya suficientemente atareado ayudando a Andara a cruzar, y este le devolvió un seguido de imágenes inconexas con asaltadores de tumbas del antiguo Egipto y saqueadores de después de la rebelión de los útiles. Niván entendió que Xuga ahora no podía contestarle, y se disculpó a través del enlace. Volvió a echar un vistazo al barullo de basura. Por mucho que lo intentaba, no lograba hacerse una idea de cómo deberían ser las personas que habían hecho aquello y qué andaban buscando.

—No lo sé Niván —dijo al fin Xuga—. Habrá que investigarlo.

En las siguientes habitaciones encontraron también bastantes desperdicios, pero estos fueron desapareciendo de forma progresiva a medida que avanzaban de sala en sala. En último lugar, la vacuidad terminó haciendo acto de presencia, y llegaron a una parte del edificio donde no quedaba nada en las estancias. Tan solo más puertas y los círculos de obsidiana en las paredes.

—Al parecer los merodeadores a los que dio cobijo el edificio vaciaron esto a consciencia —comentó Xuga—, o quizás simplemente no albergaba nada desde un principio, la verdad es que no lo sé. Pero estoy convencido de que me llevará muchísimo trabajo analizarlo todo. Tenía la esperanza de que el sitio hubiera permanecido sellado y aislado, y encontrar tan solo la información de los elubjín, pero cuando se empiezan a solapar intervenciones de diferentes épocas la cosa se complica. Pero bueno, así es la arqueología amigos.

—Puede que los que entraron a saquear no encontraran el valor suficiente para sumergirse demasiado en las entrañas de la construcción, por lo que tengo entendido el miedo es un sentimiento poderoso —dijo Andara mirando a Niván al terminar, que supo perfectamente a qué se refería—. Este complejo es grandioso y da la sensación de que estas salas no hayan contenido nada antes. Si os fijáis en el suelo no hay ningún tipo de restos ni ralladuras.

—Tienes razón —concedió Xuga mientras daba una vuelta reconociendo el superficie de la habitación—, tendría que haber algún trozo roto de mueble por aquí, o marcas en el suelo. Quizás esta zona nunca llegara a utilizarse.

Siguieron explorando una sala tras otra, adentrándose en un laberíntico sistema de cámaras donde cada estancia aparecía igual a la anterior. La arquitectura de la construcción respondía a criterios sinuosos, con pliegues y torsiones en las formas, pero la distribución de las salas seguía una suerte de geometría hexagonal. Les daba la impresión de estar inmersos en una colmena abandonada donde obreras y zánganos hubieran huido llevándoselo todo, menos esos discos semiesféricos que les vigilaban desde las paredes. A Niván le recordaban los ojos de una araña, y quiso saber de qué se trataba.

—Son proyectores actinográficos —respondió Xuga—, a través de ellos se comunicaban e interactuaban con la estructura del refugio y sus redes de datos. Aún no habían perfeccionado la inyección de datos complejos al cerebro, así que utilizaban esta interfaz intermedia que gestionaban con la mente.

—Y Xuga, ¿nosotros podríamos llegar a utilizarlos si hubiera energía? —indagó Niván.

—No. Su enlace utilizaba una frecuencia diferente de la nuestra, necesitaríamos un filtro para adaptarla. Incluso así, no creo que el núcleo y los circuitos sigan intactos.

—Ah.

—Pero supongo —continuó Xuga— que podré extraer la información que acopie el núcleo. Ahí es donde está lo realmente importante.

Anduvieron un rato sin novedad y en silencio, hasta que se les presentó un salón alargado, con mesas y asientos desubicados, que Xuga explicó debería ser una especie de foro. Tras cruzarlo, también hallaron no muy lejos un par de estancias con columnas centrales que subían o bajaban a las distintas plantas del edificio. Aunque tales elevadores se mantenían inoperativos por la falta de energía, y su puerta de acceso quedaba sellada sin remedio. Encontrar aquellos sitios particulares subía el ánimo de los tres expedicionarios, cansados de la obstinada monotonía en forma de panal de la planificación del lugar.

Para Niván, la sensación de que ellos eran la única luz era verdaderamente inquietante, con un efecto casi turbador en él. Al abandonar una habitación la oscuridad engullía esta vorazmente, y tras desaparecer, otro recinto similar al anterior aparecía ante ellos. Esto propiciaba que Niván se plantease si realmente se estaban moviendo, o acaso permanecían atrapados en un bucle espaciotemporal. Apresados en el reflejo infinito de una sala arquetípica, a Niván le estremecía pensar que se iban alejando de la salida con cada paso, y los nervios degeneraban el mapa mental que tenía de su situación, el cual empezaba a serle algo confuso. Recordó una obra de teatro titulada «Asterión y las lágrimas de Giuseppe» que lo llevó a ver de niño su quinto tutor. En ella se afirmaba que para salir de un laberinto solo se debía poner la mano izquierda en la pared y andar sin apartarla: tarde o temprano se llegaría a la salida. En aquel entonces le pareció una estupidez para personas sin memoria, pero ahora, encontrándose él encerrado en una maraña sin fin, no le sonaba tan mala idea.

De súbito un ruidito fisgón se agitó unas cámaras adelante.

—¿Habéis oído eso?

Los tres se quedaron quietos y expectantes, pero el ruido no volvió a repetirse.

—Serán ratas, aunque no sé de qué deben alimentarse —dijo Xuga, que se agachó y palpó el suelo—. Hace rato que noto algo extraño al caminar. Mirad, el suelo está mojado.

Niván bajó la vista y movió el pié a izquierda y derecha. Ciertamente había una fina capa de barro.

—Vamos a ver qué hay por ahí —propuso Andara señalando la dirección del ruidito.

—¿Estás segura? —preguntó Niván, porque él no lo estaba.

—Si se ha oído algo será que algo hay —concluyó Andara retomando el paso.

—Eso es lo que me preocupa —murmuró Niván para sus adentros mientras seguía con resignación a su amiga.

A medida que cruzaban salas la humedad del suelo se hacía más evidente. Ahora, un suave chapoteo acompañaba su caminar y la atmósfera se había vuelto más fría. A Niván el mono verde se le pegaba a la piel, empapado por el ambiente y un sudor nervioso, lo cual le hacía sentir más helado e incómodo. Era una sensación gélida que le empezaba en la espalda, donde la ropa se le adhería con mayor fuerza, y a través del espinazo le recorría cada parte de su ser.

—Un momento —dijo Niván deteniéndose. Entrecerró los ojos unos instantes y volvió a dirigirse a sus amigos—. Cerrad las luces un momento, creo que veo algo.

Apagaron las linternas quedándose en unas tinieblas absolutas. A oscuras, en silencio, se oía un goteo distante. Tenía una presencia tan grave y densa al estar quietos, que les sorprendió que les hubiera pasado inadvertido. Después de que se les acostumbrara la vista, con las pupilas dilatadas y los sentidos agudizados, se hizo patente qué había visto Niván: unas estancias más allá una lucecita roja brillaba en las sombras.

—¿Y eso Xuga qué es? —preguntó Niván en un susurro.

—No lo sé, deberíamos acercarnos para verlo —dijo este.

Permanecieron unos segundos mirándolo en silencio, esperando a que se moviera, se apagara, o diera cualquier pista de su naturaleza. Pero al ver que nada cambiaba, reactivaron las lámparas y cautelosamente fueron hacia la fuente de la emanación carmesí. Entraron en una sala de dimensiones algo superiores al resto, y se toparon con un artefacto abultado y complejo, de textura similar a la resina seca y tono miel, que cubría casi todo el espacio disponible. Tanto conductos, como depósitos o marcadores conformaban un entresijo que iba creciendo hasta quedar unido al techo, con la apariencia de raíces y bulbos para quien no conociera la funcionalidad de aquel ingenio. La luz roja, imperiosa, se presentaba acompañada por una ristra de luces blancas inicialmente fuera del ángulo de visión, que se encendían y apagaban secuencialmente. Otras lucecitas ahora afloraban distribuidas de forma aparentemente anárquica, indicando estados o procesos del artefacto.

Dieron una primera vuelta al aparato centenario, examinándolo y explorando su frondosa morfología. En algunas partes Niván observó palabras escritas en caracteres elubjín encima de las luces, y descubrió a un lado un disco incrustado como los de las paredes.

—Es algún tipo de generador de agua —explicó  Xuga—. Pero parece haber estado manipulado, aquí está dañado y pierde. —Y miró a sus amigos para decir extrañado—: Alguien dejó un cubo para recoger el agua.

A los pies de Xuga un recipiente metálico con un asa recogía el líquido que escapaba de un boquete abierto en la máquina. A través de una tubería cortada por la mitad y puesta en el agujero, el agua brotaba como en una fuente, colmando el cubo y esparciéndose por el suelo de la habitación.

—¿Y de dónde obtiene la energía?  —inquirió  Andara—. Dijiste que todo esto estaba muerto.

—Es verdad, esas luces han de alimentarse de alguna forma —le acompañó Niván.

—Puede que saque la energía de la misma agua, pero tampoco soy un experto en tecnología antigua. La verdad es que es impresionante el haber encontrado algo así, ¡y que aún funcione! —dijo Xuga sin parar de dar vueltas mirando el generador de agua por diferentes ángulos, guardando al detalle en su mente todo lo que veía para poder estudiarlo después—. Todo esto va a llevarme muchísimo trabajo documentarlo.

Pasaron un buen rato reconociendo la reliquia tecnológica; mientras Xuga indagaba sus entresijos funcionales, Andara y Niván curioseaban con las manos aquella ciencia arcaica. Una vez Xuga hubo almacenado toda la información que consideró de momento necesaria, indicó a sus compañeros que reanudaran la expedición.

Al marcharse volvieron a la monotonía de las salas homólogas, y la humedad desapareció sensiblemente a medida que se alejaban del generador de agua. Llevando apenas una hora en el edificio —aunque la sensación general era que aquel viaje había sido mucho más largo y penoso—, de repente algo cambió: las estancias antes vacías empezaron a albergar ciertos utensilios y algunas pocas piezas de mobiliario. Puede que la zona que transitaban —opinó Niván—, fuera ya demasiado profunda. Aquí el expolio no había querido o podido llegar, y los elementos materiales perduraban impasibles tal y como los dejaran sus propietarios originales. En este nuevo contexto siempre pasaba Xuga primero, que registraba visualmente los datos de posición y forma de los contenidos, salvaguardando cualquier información significativa de la habitación. Después, Niván y Andara entraban y campaban a sus anchas a sabiendas de que si tocaban o movían algo, con ello no perjudicaban el trabajo de su compañero.

Así que Niván curioseó algunos extraños objetos, ennegrecidos, rancios y quebradizos, que permanecían esparcidos por encima de una mesa. Los siglos habían pegado a consciencia tales instrumentos a los tableros, y al arrancarlos dejaban tras de sí su sombra invertida. Era difícil adivinar su utilidad pues formaban parte de una técnica muy alejada de la biotectura que Niván conocía. Como un niño, les daba vueltas y exploraba sus entresijos, consciente de que quizás le estaba buscando una función a un pisapapeles o a un elemento meramente decorativo.

Mientras tanto, Xuga y Andara cambiaron de habitación dejando a Niván absorto en sus indagaciones, y este ni se percató. Estaba mirando fijamente un utensilio alargado y metálico que tenía escrito

, esperando que por cansancio le desvelara sus secretos, cuando Niván creyó escuchar un crujido a su izquierda. Dejó el objeto en la mesa y se asomó por la entrada de donde procedía el ruido.

—¿Andara? —inquirió Niván ante una masa que se movía un par de habitaciones más allá.

—Estamos aquí atrás —contestó Andara desde otra estancia, y aunque gritó sensiblemente, a Niván le sonó apagado y distante.

Hizo acopio de valentía y se aproximó a la sala donde se adivinaba un bulto, haciendo gala de tal temeridad que hasta él quedó impresionado. Era como si el miedo que lo había estado acompañando durante todo el camino ahora se estuviera convirtiendo en curiosidad; se había empapado quizás, en cierta medida y de forma inconsciente, de la seguridad que exhibían sus compañeros.

Con pasos lentos, la luz azulada de la lámpara de Niván fue definiendo aquel cuerpo inmóvil, que se quedó quieto desde que Niván empezara a ir hacia él. Las sombras dibujaron un gran trono que emergía del suelo en el centro de la sala, de angulosidad majestuosa, con ramificaciones que nacían de su dorso e iban a parar al suelo. De primeras Niván no supo si la protuberancia que creía haber visto moverse formaba parte del asiento, pero al irlo alumbrando se percató de que el sillón albergaba la figura de un ente expectante, sentado y curvado, con la mirada fija en el suelo. Era un ser demacrado, consumido y de postura cansada, que recordaba vagamente a un ser humano. Aunque su piel colgante recubriendo un esqueleto con apenas carne, un seguido de protuberancias y deformidades, junto con zonas de su cuerpo donde se apreciaba el hueso al descubierto, hacían difícil creer que aquello algún día hubiera sido un hombre. Unos pocos pero largos pelos blancos adornaban su nuca y su maltrecho torso. A Niván le vino a la mente el caparazón abandonado de un insecto, o la carne seca de un cadáver dejado al sol, como si el alma que habitaba aquel cuerpo hubiera huido tiempo atrás y ahora solo quedara una sombra desfigurada.

Pero el ente se movió y rompió la farsa, giró la tez alargada y huesuda en dirección a Niván. Sus ojos estaban cubiertos por una gruesa película blanca, y pese a abrirlos a más no poder, Niván juzgó que era incapaz de ver. La de aquel ser era una mirada anciana, pero también imperativa y acusadora, provista de una fuerza inmemorial.

Paralizado por el miedo, Niván se había quedado clavado en el suelo y no lograba articular palabra ni grito de auxilio. Sus miedos de infancia se estaban materializando en aquel encuentro inesperado, y un pavor sin igual lo retenía esperando despertar de la pesadilla. La escena se envolvió de un halo de espejismo en el cerebro de Niván, y por un momento este creyó verse a él mismo desde afuera, ahí parado, como si se tratara de una historia de subrealidad en 3 ª persona.

El venerable ser hizo ademan de levantar un brazo, pero desistió al comprobar el peso real de su miembro, e intentó decir algo—: kOo… sidd ju… mIiii…

De golpe Niván despertó de su letargo, una chispa se encendió dentro de su mente y le ordenó que corriera fuera de aquel lugar. «¡Corre!», gritó su interior, y un estremecimiento desconocido de millones de años de antigüedad inyectó una fuerza sobrehumana a todos sus músculos. Dio media vuelta y sin mirar atrás comenzó una carrera apresurada. Pensó en sus amigos, e imploró que no se hubieran alejado en exceso.

—¡Andara! ¡Xuga!

Por suerte seguían en la habitación contigua al desvío cogido por Niván. El tiempo se había dilatado, y cada segundo que transcurría el cerebro de Niván evaluaba millares de posibilidades, con el único propósito de salir de ahí.

—¿Qué pasa? —preguntó Xuga—. ¿Dónde te habías metido?

—¡Tenemos que irnos! —gritó Niván nervioso—. ¡Hay un monstruo ahí!

—¿Un monstruo?

Como respuesta Niván les transfirió un conglomerado caótico compuesto de su sentimiento de pánico e imágenes deformadas del rostro del ser, donde fauces grotescas y ojos desorbitados moldeaban el recuerdo a través del miedo. Al no poder transferir más que a una persona a la vez, Niván intentó de hacerlo alternativamente, en una comunicación entrecortada y ansiosa. Ellos se acercaron corriendo hasta la posición de su alterado amigo, y miraron por donde había venido. Al fondo, la tenue luz azulada dejaba entrever la silueta de aquel ser de pie, tambaleante y aproximándose. Niván reanudó la huida mientras gritaba: «¡Corred maldita sea!»

El sentimiento de pánico transferido por Niván, junto con la sucesión de horribles estampas, provocaron que Xuga y Andara se sumieran en un estado de profunda confusión. Sus compañeros, que solían no asustarse ante nada, lo siguieron conmocionados, con la convicción instintiva de que era mejor correr ahora y preguntar después.

En la huida las salas se sucedían fugaces, desesperando por su extrema similitud, engañando a la percepción con la alucinación de estar en un bucle imposible de superar. Mientras corrían, los tres experimentaron una peculiar sensación: sus cuerpos, sus músculos, estaban trabajando con un esfuerzo significativo, pero a pesar del intenso ejercicio físico, sus mentes pensaban con una curiosa tranquilidad después del desconcierto inicial. Evaluaban lo pasado, especulaban sobre contingencias que pudieran encontrarse en el camino, y lo hacían sin aminorar la marcha, con la consciencia más despejada de lo habitual. Niván sospesó que tal vez se había equivocado, que aquel engendro poco podía hacerles, que el miedo condicionaba su vida en exceso, o que sus amigos y en especial Xuga iban a reprocharle su reacción infantil.

—¡A la izquierda! —gritó Xuga quebrando la carrera.

Al intentar seguirlo, Niván resbaló y cayó de rodillas. Un dolor intenso y punzante recorrió sus espinillas, pero se levantó con celeridad para proseguir, haciendo caso omiso a sus piernas lastimadas.

Xuga pensó en que se moría de ganas de saber qué era lo que vieron. Aunque si tenía que fiarse de las imágenes totalmente manipuladas por el miedo que le había transferido Niván, aquel ser de pesadilla no tenía explicación posible. Se preguntó si habría más, cuánto tiempo debía llevar ahí, o qué dirían en la Cepa de la Memoria; pero la lucidez refleja inducida por la situación imprevista se desvaneció rápidamente en él y Andara, y los dos se centraron en correr de forma mecánica, con la mente vacía y sin temor alguno.

Tras un tiempo escapando que se les antojó eterno, por fin alcanzaron la entrada principal. Niván y Xuga se pararon exhaustos justo fuera del edificio, resoplando, para esperar a su amiga rezagada algo atrás. La fluorescencia marina que desprendía el pecho de Andara iba cruzando los anillos que unían las salas como en un túnel, aproximándose sin flaquear. Las pisadas se oían desde fuera, cada vez con más intensidad, acelerando su ritmo al notar Andara que ya le quedaba poco para cruzar la salida. Pero al llegar a la penúltima estancia, llena de trastos y por la cual no habían pasado antes, no atinó en esquivar unos muebles, y en un traspié salió volando. Golpeó una mesa rota con la fuerza de quién no ha visto una pared y choca sin detener la inercia lo más mínimo, y rodó por tierra. El ruido seco de algo al romperse y el silencio que le siguió alertó a sus dos amigos.

—No. ¡Andara! —exclamó Niván.

Se apresuraron a ir hacia ella para auxiliarla, sufriendo que no se hubiera precipitado por el agujero del suelo o clavado en su corona, pero enseguida vieron que estaba tumbada en la habitación de enfrente. Se apreciaba que un fragmento de una pata de una mesa le había atravesado la pierna izquierda. Un bramido gutural surgió de las entrañas de Andara, mientras arqueaba la espalda y se sujetaba la pierna herida.

—¡Maldición! ¡Andara! Ya sabía yo que correr a oscuras no era buena idea —maldijo Xuga.

Se agacharon al llegar, le separaron las piernas, y Niván examinó la lesión con cautela. La estaca entraba por la parte superior del muslo y salía, en diagonal, cerca de la rodilla. Parecía increíble que un simple mueble roto le hubiera provocado tan aparatosa herida, y Niván se dijo que dentro de la mala suerte de la estocada, el destino había querido que no se lo clavara en el pecho, o cayera por el agujero que a continuación hubiera tenido que franquear. La ropa se había rasgado por el accidente, lo cual facilitaba la evaluación de los daños.

—Parece que el listón está taponando la herida, no pierdes mucha sangre —concluyó Niván nervioso—. Por suerte no ha tocado la femoral.

Xuga desgarró una de sus mangas ayudándose de un pequeño aparato que sacó de la mochila. Con la tira resultante enrolló en forma de cruz la pierna y la astilla, para evitar que Andara sangrara y mantener sujeto el cuerpo extraño.

—Aaah… —se lamentó Andara, que pretendió incorporarse, pero el intenso dolor se lo impidió.

—Déjalo Andara, agárrate a nosotros —sugirió Xuga.

—Debemos llevarla al hospital lo antes posible —dijo Niván, y con la ayuda de sus compañeros, Andara consiguió ponerse en pie a la pata coja—, y sobre todo no mover la madera, podría desangrarse.

En el suelo quedó una pequeña mancha de sangre negra que embadurnó un conglomerado de finas láminas, desperdicios y polvo. Niván sabía que una infección podía ser muy grave, y aquel no era un entorno muy aséptico, pero asimismo tenía la certeza de que en el tiempo que previsiblemente tardarían en llegar al hospital no podía llegar a desarrollar nada peligroso. Sosteniéndola cada uno por un lado, salieron de la construcción mientras ajustaban la forma de llevar a su amiga.

—Espero que eso que vimos ahí atrás fuera peor que esto —bromeó Andara mirando a Niván.

—Lo siento, creo que me invadió el pánico —se excusó, avergonzado por la circunstancias.

—No te preocupes —dispuso Andara, que hablaba con cierta dificultad—. Ha sido realmente emocionante… —dijo quedando el final de la palabra entrecortado por un espasmo que le hizo apretar los dientes. Respiró y prosiguió—: A ver cuándo lo repetimos, ¿eh Xuga?

—No hables —le aconsejó Xuga.

A medida que avanzaban por el suelo metalizado en la negrura, el cansancio y peso de Andara aumentaba progresivamente. Su metro ochenta y su complexión atlética se estaban convirtiendo en un problema para sus compañeros, que a pesar de estar en forma, no estaban habituados a ejercicios de aquella índole. Se fijó Niván en que un caminito de gotas de sangre iba marcando su huida, y en aquel momento llegaron donde les aguardan las cuerdas.

—Salgamos de aquí —dijo Xuga mientras enlazaba el arnés de Andara a un cabo.

El ascenso, monótono, constante y suave, dio un respiro a los tres amigos, que lo aprovecharon para descansar un poco y relajarse en la ingravidez. Niván contemplaba pensativo las tinieblas, recordando aquel ser deforme, caricatura grotesca de lo que hubiera sido un ser humano. Ahora veía claramente que con toda probabilidad no era peligroso. ¿Por qué debería serlo? —se preguntaba Niván—. En efecto otra vez el miedo le había jugado una mala pasada, idea recurrente que junto a la irritación que manaba de saber que no podía cambiar el pasado, no paraban de rondarle por la cabeza de forma obsesiva. Quizás ese ser únicamente estaba muy solo y muy aburrido. Puede que solamente quisiera hablar con alguien.

Durante la subida por la ladera de la montaña, el aire fresco tuvo un efecto reparador en Andara, que recobró algo de brío. Por su parte Niván y Xuga se notaban agotados, y no podían evitar resbalar con las hojas secas. A causa de la pendiente, les ardían los cuádriceps terriblemente también.

—A ver, ¿qué era eso de lo que huíamos Niván? —preguntó Andara cuando se detuvieron un instante.

—Pienso que podría ser un Inmortal. Parecía humano, aunque estaba muy demacrado, casi como un cadáver.

—¿Un inmortal? —intervino Xuga—. Eso sería un descubrimiento sin igual, pero, pero es poco probable. Yo no pude verlo con claridad, pero si fuera un Inmortal significaría que tiene cuatro cuatrocientos años, y ¿cómo hubiera podido sobrevivir tanto tiempo sin energía ni medicinas?

—Estaba sentado en una máquina, cuando…

—Espera. Podría ser —le cortó Xuga— que ese artefacto fuera un sillón de regeneración. Un sillón de regeneración era similar a nuestra actual cama en la matriz —explicó Xuga a sus compañeros—. Pero eso significaría que hay una fuente de energía aún funcionando ahí abajo. Claro que sin los cuidados de un cirujano y teniendo en cuenta los conocimientos de aquel período, el sillón de regeneración solo sería capaz de mantener la vida funcionando hasta cierto punto.

—Y a qué precio… —comentó Andara—. Querer vivir para siempre ya os he dicho que es una muy mala idea.

Retomaron la marcha y Xuga, que le estaba dando vueltas al asunto, continuó—: En realidad, en otras circunstancias, si la civilización de los Inmortales no hubiera perecido, con las atenciones adecuadas, un Inmortal podría haber sobrevivido miles de años con un físico prácticamente perfecto. Por algo los llamamos “Inmortales”.

—Hasta que tropezaran, ¿no? —dijo Andara sonriendo.

—Sí. Pero en estas condiciones… cuatrocientos años, y en un estado tan deplorable, que no falle ningún órgano vital es… solo puede ser producto de una casualidad prodigiosa.

—Estamos llegando al camino, si te parece bien, yo la llevaré con el ciclón al hospital —se ofreció Niván.

—Como quieras —accedió Xuga—. Nos vemos en el hospital entonces. Iré andando.

Manni, el ciclón de Andara, corrió hacia ellos alegre y con la panza llena, pero se extrañó y asustó un poco al ver el estado de su creadora. Su diminuto sistema nervioso central era incapaz de ir más allá, de comprender si aquello era grave o qué había pasado. Por lo que se apaciguó con una simple caricia cuando su dueña le paso la mano desde la cabeza erguida, lo que habitualmente hacía de rueda, y la deslizo por el cuello para que Manni se tumbara. El dorso de aquel modelo de ciclón no estaba diseñado para llevar a dos persona y no resultaba precisamente cómoda la posición, aunque dada la situación a Andara le supuso un alivio importante el poder reposar sentada. Niván ocupó su lugar encima el regazo de Andara, con extrema cautela para ponerse de tal forma que no pudiera golpear la pierna herida.

—¿Estás bien así? —preguntó Niván a su amiga, medio traspuesta.

—Sí. Es una maravilla el estirarse, empezaba a marearme mucho. ¿Y tú?

—Por mí no te preocupes Andara, así con las piernas recogidas tampoco se va mal. Tú ahora descansa, ya me encargo yo de todo.

Andara echó la cabeza hacia atrás y le transfirió un «Gracias Niván» sin fuerzas al compás que entornaba los ojos. Niván le ordenó por el enlace al ciclón que emprendiera la marcha, y Xuga empezó a caminar hacia el hospital, quedando en breve su figura reducida a una manchita en la lejanía.

Durante el trayecto Niván sufrió por la falta de equilibrio que mostraba el transporte. El ciclón se tambaleaba cada pocos metros a causa de la descompensación de peso que provocaba Andara, pero el temor de una caída aparatosa se alejó de la mente de Niván al vislumbrar a lo lejos la estructura del hospital. Siempre que veía el edificio, y solía verlo varias veces por semana cuando iba al nodo, una sensación de armonía se apoderaba de él. La belleza de la construcción residía en cómo la luz la cruzaba y adoptaba tintes clorofílicos, en los reflejos y destellos que generaba aquella montaña geométrica compuesta por translúcidos dodecaedros ensamblados caprichosamente. Luces y brillos que danzaban con matices que iban desde el turquesa al verde esmeralda.

El sol había cruzado unas horas atrás el ecuador celeste, y estaba iniciando su marcha hacia el ocaso con lentitud. La luz levemente lateral y difusa, hacía la panorámica más bucólica si cabe a ojos de Niván. Una extenuada Andara había cerrado los ojos y apoyaba ahora su rostro en la espalda de Niván, esgrimiendo una expresión sosegada y cariñosa. Era una buena chica —pensó entonces Niván—, siempre dispuesta a ayudar, a luchar por la justicia en mayúsculas, por la sociedad o por sus amigos. Si no fuera porque ella ya había tenido sus dos hijos reglamentarios, y a sus 82 años ya no le interesaba buscar otra pareja procreativa y esperar vacantes, quizás le propondría de tener un hijo. Y es que Niván aún no había encontrado con quien procrear, y eso le frustraba. En realidad no se lo había propuesto a nadie todavía, puesto que no se creía suficientemente bueno.

Se desviaron del camino principal que llevaba al nodo y después de siquiera unos cientos de metros se detuvieron en la entrada del hospital. Un niño parado en la puerta se los quedó mirando hasta que su tutor se dio cuenta y cogiéndole del brazo se lo llevó.

—Andara… hemos llegado —le susurró Niván para despertarla.

La gente que entraba y salía no les prestaba ninguna atención. Era habitual encontrar a personas heridas de gravedad a las puertas del hospital, y una estaca en una pierna no era nada especialmente espectacular. Niván entró con Andara apoyándose en sus hombros, y el ciclón huyó feliz a retozar con un grupito de ciclones que rumiaban en el césped. Tan pronto como traspasaron el umbral se detuvieron para siguiendo el protocolo, comunicarse con el núcleo que gestionaba los accesos, mientras delante de ellos, cirujanos y pacientes deambulaban abstraídos.

El hospital resultaba un sitio acogedor y luminoso que transpiraba tranquilidad, donde se concentraban las mejores mentes del nodo. Ser cirujano requería de mucha dedicación, años y años de estudio de la Cepa de la Vida, y por ese motivo gozaba de tan buena reputación social. Niván los envidiaba, por alguna extraña razón desde muy pequeño fue consciente de que no estaba capacitado para tal actividad, y a pesar de que era una Cepa que le interesaba, jamás tuvo el valor necesario para dar el paso e ingresar como aprendiz en el hospital. Las estrellas y la macrofísica eran indudablemente mucho más simples que los intrincados algoritmos de la vida, más cuando estos eran aplicados de forma abstracta a organismos sintéticos.

Las paredes refulgían una tenue luz blanquecina, lo cual era provocado por la disminución del brillo solar en el exterior. Niván sabía que esta irradiación, ahora débil, iría creciendo hasta el ocaso, culminando en el castillo de luz en que por las noches se convertía el hospital, el cual solía admirar desde el foro. A lo largo de su vida no había tenido necesidad de ir demasiado al hospital, y la atmósfera etérea que emanaba de las paredes le pareció magnífica y hermosa. Un seguido de elevadores, transparentes biplaza, subían y bajaban asincrónicamente transportando a la gente a través del edificio, acumulando y reutilizando por compresión la energía de los desplazamientos.

Niván explicó su caso al organizador central del edificio, pues Andara estaba demasiado débil como para utilizar su enlace, y automáticamente este les indicó que subieran a la octava planta. Les preguntó si necesitaban ayuda, sin embargo Niván se veía con fuerzas suficientes como para llevar este último tramo a su amiga él solo, y declinó la oferta.

—Perdona, ¿has visto a un niño rubio por aquí? —les abordó una mujer en medio de la sala.

—Eh… creo que no —respondió Niván sin analizar realmente sus recuerdos, con ganas de llegar arriba. Le supo mal y dijo—: Pregúntale al organizador central, seguro que él te dirá exactamente dónde se encuentra.

—Sí, será lo mejor. Gracias de todas formas.

Se quedó mirando a la mujer mientras esta se alejaba. Ser tutor —pensó— llevaba consigo muchos quebraderos de cabeza y responsabilidades, a fin de cuentas, los niños eran niños y actuaban como tales. No obstante, Niván recordaba con gran cariño a todos aquellos ciudadanos que libremente, habían decidido educarle, y en especial a Andara. Su amiga y antigua tutora estaba consciente, aunque tan cansada que hablar le suponía un esfuerzo descomunal. Sus ojos se buscaron y se sonrieron con ternura.

—¿Vamos? —dijo Niván con suavidad.

—Vamos —respondió Andara con un hilo de voz.

Pero a pesar de lo dicho, se quedaron ahí quietos en medio de la sala unos segundos, con la gente cruzando de un lado para otro, cada uno con su trajín y quehaceres. Ajenos al flujo, se sintieron muy aliviados al notar que la aventura de aquel día y los posibles peligros terminaban ahí, en ese pequeño instante de eternidad.

Subiendo con el elevador podían observar la grandiosidad del hospital, con sus habitaciones de doce lados de un verde cristalino, donde parecía que la gente estuviera flotando en ellas. Algunas caras de los polígonos se oscurecían de forma irregular a la orden de un cirujano, más para no distraerse estos que para preservar cierto tipo de privacidad. Niván curioseó las labores de los cirujanos y residentes que podía otear a través de las paredes del edificio. La medicina era una disciplina secundaria que ejercían como práctica los cirujanos aprendices, pero la mayoría de cirujanos se encontraban inmersos en proyectos complejos de biotectura, estudiando y generando organismos funcionales. El mismo hospital era una prueba viviente de ello, un superorganismo de apariencia cristalina, aunque orgánico, que se nutría y reparaba de forma autónoma.

En la octava planta hicieron pasar a Andara a una de las salas. Con una expresión dulce en el rostro Niván se despidió, convencido de que aquella herida no sería ningún problema para los cirujanos. Acto seguido, ennegrecieron las paredes.

Xuga tomaba un té con Jun, una chica risueña de apenas treinta y pocas primaveras. Sentados en silencio en el foro, a su alrededor la gente charlaba y se desplazaba por los sofás circulares distribuidos con caprichosa asimetría. El bullicio general, propio de un centro de interacción social como el foro del nodo, fomentaba que el silencio de los dos compañeros fuera incluso, más pesado y profundo.

Tras un diminuto sorbido, Xuga miró a Jun, preguntándole con los ojos si tenía algo que decir. Esta sonrió. La chica llevaba la cabeza rasurada a excepción de tres mechones, dos laterales y uno en la nuca, cogido en coleta. Los dos amigos se habían desnudado al entrar en el foro, aunque muchos se dejaban ropajes ornamentales, tales como cintas o sombreros, ir desnudo era una práctica habitual dados los agradables 25 grados que acogían a quien entraba. Así reposaban Jun y Xuga medio tumbados, tomando el té distraídos con la vista perdida en la lejanía, en la silueta brillante del hospital esmeralda.

~Entonces —transfirió Jun. Rompió el vacío a través del enlace cerebral, sin abrir los labios ni emitir sonido alguno—, ¿Niván cuándo te ha dicho que vendrían?

~En principio no deben tardar más de un par de horas, yo he llegado al hospital una hora más tarde. Han de estar al caer.

~Ah. —Jun hizo una pausa mental—. Espero que no sea nada. ¿Niván parecía preocupado?

~No hay por qué preocuparse. Tú aún eres joven y quizás no has tenido muchos accidentes, pero con el tiempo verás que lo importante es llegar al hospital, una vez allí ya no hay nada que temer. Los cirujanos conocen a la perfección el funcionamiento del cuerpo humano y para ellos es una operación trivial, si te queda un aliento de vida y no se ha dañado en exceso el cerebro todo tiene solución. Además, a Andara solo le quedan dieciocho años de vida, y estoy seguro de que quiere aprovecharlos y no está dispuesta a morir todavía.

~¿Y si se te ha dañado el cerebro, digamos y si caes de cabeza desde un precipicio? En ese caso, ¿no pueden curarte?

~Podrían. Podrían teóricamente reconstruir el cerebro, pero si has perdido tus recuerdos y tu comportamiento, te repararían según un modelo generatriz estándar, un arquetipo sin alma. Habrías perdido tu diferencia, y por eso no lo hacen. Si quisieran se podrían crear humanos totalmente artificiales, pero se considera que no aportaría nada… a largo plazo.

~¿Y por qué no hacer personas que vayan a ser buenas, o felices? —Jun posó la mirada en el cielo, en sus sueños—. ¿O potenciar no sé… no te gustaría poder ver el aire?

~La  historia nos ha  demostrado que  no  es buena idea.  —Xuga se puso cómodo preparándose para una de sus disertaciones—. El decidir racionalmente características de la especie, y reproducirlas a gran escala nos haría terriblemente vulnerables. Cuando estudias la historia de la humanidad, o del planeta, lo primero de que te das cuenta es que todo cambia muy rápido. Y cuando hay cambios, características que antes eran beneficiosas pueden pasar a ser un defecto.

~Incluso así, sería maravilloso —insistió Jun—. Podríamos descubrir aspectos de la realidad que nos son etéreos. Podríamos ser gigantes, gnomos o genios, o volar como halcones.

Xuga rió efusivamente, y no pudo evitar comunicarse en voz alta—: Para eso hay la subrealidad —dijo—, o herramientas biotectónicas que te permiten desde sentir diferentes campos de la realidad hasta volar, o sencillamente las modificaciones sensibles que siempre puedes absorber cuando te convenga. ¿Acaso no jugaste de pequeña a ver el espectro ultravioleta en medio del bosque? Es mejor no incorporar nada de esto de base. Ya veo que si te hubieran dejado escoger habrías pedido tener tres brazos. —Xuga terminó la frase con una carcajada.

~Tú ríete, pero no me compares la subrealidad con ver lo que en verdad hay en la naturaleza. Vale que sensiblemente puede parecer igual, pero la subrealidad no es auténtica, nunca podrás captar ni ver algo que no haya sido prealmacenado o prediseñado. El mundo que nos rodea es millones de veces más maravilloso, complejo y lleno de sorpresas.

~No te lo niego —consintió Xuga—, aunque eso no impide que dejar a la selección natural actuar sea nuestra mejor opción… como especie.

~Vale, supongamos que tienes razón hasta cierto punto. Es verdad que con modificaciones sensibles o visores se puede percibir gran parte del mundo que nos rodea, pero tienes que aceptar que hay limitaciones que vienen dadas sencillamente por nuestra estructura como humanos. De acuerdo que podemos ver el ultravioleta modificando la decodificación de la luz, o volar con transladores, pero nunca podremos sentir por ejemplo la línea lateral de presión como hacen los peces, o percibir ciertas fluctuaciones de la realidad directamente, siempre tendremos que trasladarlas al plano visual, sonoro, táctil u olfativo. Y por qué no podrían hacernos más felices o más listos, no sé, ¿eso también sería malo “evolutivamente”? —Xuga afirmó con la cabeza y Jun continuó su discurso en voz alta—. Ya, seguro. Como diría Andara —Jun puso voz grave y caricaturesca—: “los intereses colectivos no siempre coinciden con los intereses individuales”.

Los dos rieron a la vez. A pesar de haber sido una imitación exagerada y burlona, en su esencia se encontraba reflejado a la perfección el hablar subversivo e insondable de Andara.

—Hablando de Andara, mira —dijo Xuga señalando a una de las entradas del foro con un gesto de cabeza—, ahí vienen.

Niván y Andara se estaban quitando los trajes que esa mañana habían escogido para ir de expedición. Al poco rato se sentaron con sus amigos en el sofá circular, después de pasar por un arca pública cercana al corro y coger un par de bebidas.

La pierna de Andara no mostraba señal alguna del accidente, su piel lucía igual de tersa que a primera hora de la mañana, como si no hubiera ocurrido absolutamente nada.

—Entonces, ¿estás bien? —le preguntó Jun.

—Sí, fue rápido. Los cirujanos han hecho muy bien la reconstrucción, aunque me han contado que eran aprendices con solo cinco años en el hospital. —Andara tomaba un espumoso batido de frutas, e hizo un largo trago antes de proseguir—. Otro tema es el susto, ¿Xuga se lo has contado? —preguntó ella, y Xuga afirmó con la cabeza—. Pero creo que Niván lo ha pasado peor que yo.

Callado desde que llegaran, Niván al sentirse aludido no tuvo más opción que justificarse.

—Fue… Quizás mi reacción fue un poco exagerada, pero tendríais que haber visto ese monstruo de cerca, parecía un cadáver abandonado —se explicó, pues no le gustaba quedar como un cobarde, y aun menos delante de Jun—. Me acerqué a menos de dos metros de él.

—¿Y sabéis qué era? —preguntó Jun interesada.

—Pensamos que podría tratarse de un Inmortal —explicó Xuga—. Cuando lo reporte a la Cepa de la Memoria se van a volver locos, es una oportunidad única de conocer los principios de la Edad Vacua.

—No creo que el pobre hombre sea peligroso —dijo Andara—, debe sentirse muy solo. Lo peligroso es correr sin control a oscuras.

—El pánico colectivo —apuntó Xuga—. Adoptar los miedos de los otros nos ha hecho sobrevivir ante amenazas que no hay tiempo de verificar.

Un sentimiento de culpa embargaba el corazón de Niván, que prefirió no decir nada.

—Sí, pero si huyes de algo es bueno no solo mirar lo que te persigue, sino también si hay alguna pared delante —dijo Andara, y puso una mano en la pierna de Niván—. No te culpes, fue error mío el no ir con más cuidado al salir de aquel sitio.

—No me culpo —mintió Niván—, yo no estoy tan seguro de que ese espectro de un linaje humano ya perdido no fuera a hacernos nada. Pensad que pertenece a otros tiempos, otros valores, y puede que esté hambriento y cabreado —dijo para justificarse en un tono excesivamente épico, aunque sin creérselo ni él.

—Puede —consintió Andara.

—Y tú Jun, ¿qué has hecho hoy? —dijo Xuga para cambiar de tema.

—Ni por asomo mi día ha sido tan interesante como el vuestro. Tuve que ir al nodo tres mil cuatrocientos veinticinco, en el centro de Iurg, junto a los Alpes. Había una reunión para empezar a realizar un proyecto artístico en el que estoy participando.

—¿Por eso no apareciste ayer? —le preguntó Niván.

—Sí, surgió fortuitamente. Hacía tiempo que buscábamos una fecha en que todos estuviéramos disponibles, y ya sabéis cómo van estas cosas…

Niván se la quedó mirando. Era realmente preciosa, y su compañía le transmitía una sensación agradable de sosiego. Mucha gente elegía una pareja procreativa a partir de aptitudes y capacidades, pero para Niván eso no era importante. El sentimiento que germinaba en él al estar con Jun era el único factor que lo llevaba a desear que fuera su pareja procreativa. Era irracional y absurdo, pero sabía que su subconsciente sin duda tenía sus razones.

—Bueno, ha sido un día interesante —comentó Andara.

—Ten cuidado no tengas muchos días tan interesantes como este o no llegarás a los cien —bromeó Xuga.

—No quisiera morir todavía,  tengo mucho por hacer —dijo Andara—, pero a la vez ya he hecho y visto mucho, si muriera me podría sentir satisfecha de mi vida. Todo se acaba tarde o temprano, o como diría Xuga: “nada es para siempre”. No deseo ser inmortal y hacerme demasiado pesada.

—Sí, ¿pero mejor si termina en cuando está previsto, no? —aportó Niván.

—Mejor si llego hasta el final de los cien años que se me han concedido, no voy a negarlo, pero no me quedaré encerrada en la matriz para ello —expuso Andara.

—En cualquier caso ha sido un gran día, ¡un gran descubrimiento! Estoy ansioso por realizar el informe —dijo Xuga cruzando los brazos detrás de la nuca y acomodándose—. Podríamos ir a los baños públicos para relajarnos. ¿Qué te parece Andara?

—Prefiero irme a casa y limpiarme allí, hoy necesito descansar.

—¿Entonces no quieres que te acompañemos? —preguntó Jun.

—No gracias, hoy prefiero estar sola; ni sexo ni chácharas y a dormir del tirón. Quizás Niván se apunte.

—No —dijo Niván—, en verdad yo también necesito un buen baño y dormir tranquilamente toda la noche.

—En tal caso creo que todos nos iremos —apuntó Xuga levantándose.

—Sí —confirmó Andara—. Mañana será otro día.

—Nos vemos durante la semana por aquí —dijo Niván mientras se iban alzando los que aún reposaban en el sofá.

La noche ya había caído cubriendo el nodo con un tupido manto negro, quedando como única señal de luz la florescencia tenue del centro de reunión y los baños públicos. Al salir del foro, después de alejarse unos pasos de la construcción, les sobrevino un inmenso cielo estrellado, sin luna que ofuscara los astros. Niván se quedó boquiabierto. Por muchas veces que lo viera, siempre le fascinaban las noches de luna nueva.

Un «cri-cri» monótono pero agradable los acompañó de regreso a sus casas. Durante el trayecto en común charlaron alegremente, Andara parecía estar perdiendo el cansancio que alegara en el foro. Alternativamente, cada uno fue cogiendo el sendero hacia su matriz, hasta que Niván se quedó solo andando a oscuras por la vía viva que ahora dormitaba bajo sus pies.

Miró al firmamento otra vez, sintiéndose insignificante, prescindible. Cuántas y cuántas cosas tenía que haber aún por descubrir en el cosmos, y él estaba dispuesto a encontrarlas. Algunos pensaban que se había llegado a un techo de conocimiento, que conociendo las leyes de compensación y fluctuación de la realidad se podían extrapolar todos los fenómenos del universo. Pero Niván no estaba de acuerdo; dominaban las leyes que regían el entramado sutil de la realidad, era cierto, pero a partir de esas premisas primordiales, de esas leyes básicas en que se sustentaba el mundo, nadie hubiera podido llegar a deducir jamás que, algún día, en un recóndito lugar en una esquina de la Vía Láctea, por casualidad, surgiera la vida consciente.


[ Novela «Espejos circunflejos» ]
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